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La Misión de Magdalena
Por Joseph R. Veneroso, M.M.

A través de los ojos llorosos y nublados ella lloró
sus dolores de parto en desesperación más profunda
que el dolor de ver la vergonzosa muerte de su Maestro
en una cruz, su cadáver magullado y ensangrentado
envuelto sin ritual y depositado en una tumba prestada.


Manteniéndose firme mientras otros huían con miedo
ella había visto con horror silencioso como su Señor,
que la había librado de no menos de siete demonios,
fue azotado, despojado, flagelado y clavado a un árbol.
Seguramente ella, no menos que la Madre María,
sintió la lanza perforar su corazón, alma y esperanza.

Cuánto tiempo pareció durar ese sábado sin fin esperando
el amanecer para llevar mirra para ungir a su Señor muerto
solo para ser burlada por una tumba abierta y vacía.
“Dime, jardinero”, sollozó, “dónde lo pusiste y …”
“¡María!” dijo él mientras el sol salía por segunda vez
y la historia misma daba un vuelco.

Y en el tiempo que tomó Magdalena para apresurarse
desde la tumba abierta al aposento alto y cerrado
he aquí, que su mensaje y misión dieron a luz a la Iglesia.
A pesar de su incredulidad desdeñosa,
su esperanza restaurada, su fe renovada, su amor confirmado
ella encendió la chispa que encendió las almas de los apóstoles.