programa iniciado por misionero busca contrarrestar la violencia de pandillas en Guatemala
Antes que la actual violencia pandillera comenzara a llevar a miles de centroamericanos a salir de sus países en busca de paz y refugio, un valiente sacerdote Maryknoll trabajó para contrarrestar la influencia de esas bandas criminales llamadas maras.
El difunto Padre Maryknoll Thomas Goekler fundó Caminando por la Paz como un programa para ayudar a sacar a los jóvenes de la pobreza y la violencia en Centroamérica. Aunque el padre Goekler falleció de un ataque al corazón en 2010, su legado perdura en un vecindario empobrecido de la Ciudad de Guatemala, a través del capítulo de Afiliados de Maryknoll que él también comenzó.
“Una de las tareas que enfrentamos, y que hacemos de manera indirecta, es dar un mejor sentido de los valores a las personas en el vecindario y enseñarles a ser responsables consigo mismos”, dice Ron Covey, 81, uno de los afiliados Maryknoll, que ha trabajado con los jóvenes de Caminando durante los últimos 15 años y se ha convertido en el “abuelo” del grupo.
Caminando comenzó en el vecino Honduras hace unos 25 años, en un tugurio llamado Chamelecón en la ciudad de San Pedro Sula. Descrito a veces como la parte más peligrosa de la ciudad más peligrosa del país más peligroso de América Central, Chamelecón era conocido por sus pandillas rivales, la MS 13 (Mara Salvatrucha) y la MS 18 (Mara 18), cuyos miembros a menudo peleaban a balazos en las calles. Entonces, como hoy, la tasa de homicidios fue asombrosa.
El padre Goekler se convirtió en una figura de esperanza, mediación y paz para muchos. Vivió en una casita del peligroso Chamelecón, y juntó a un núcleo de jóvenes católicos a quienes desalentó de unirse a las pandillas ofreciéndoles educación y acción social en su comunidad para mantenerlos ocupados. Construyeron casas para los pobres y administraron un comedor popular.
Cuando los Padres y Hermanos Maryknoll decidieron cerrar su misión en Honduras en 2008, el padre Goekler y varios de sus jóvenes seguidores hondureños se mudaron a un barrio casi igual de peligroso en Ciudad de Guatemala, llamado Zona 18. Ambas pandillas MS 13 y MS 18 están activas en el área. El misionero Maryknoll de New Haven, Connecticut, compró una casa en ruinas, que era básicamente un garaje con puerta de metal, que daba a una calle tranquila, desde la cual continuó el trabajo del grupo funcionando como una Casa del Trabajador Católico.
Goekler hizo que cada uno de los que viven y trabajan voluntariamente en la casa sean afiliados Maryknoll, una organización de personas que se identifican con el movimiento Maryknoll y su visión, espíritu y carisma, mientras son activos en sus trabajos, hogares y comunidades. Los Afiliados de Maryknoll están organizados en unos 50 capítulos, ubicados principalmente en Estados Unidos, pero también en centro y sur América, Asia y África.
Por eso, la filosofía de Caminando tiene los mismos cuatro pilares que guían a los Afiliados Maryknoll: comunidad, espiritualidad, visión global y acción. Caminando lleva a cabo esa visión al continuar el ministerio del padre Goekler de ofrecer hospitalidad, alimentar a los hambrientos y brindar oportunidades educativas para los miembros de la comunidad.
“No sé cuándo decidí involucrarme con Caminando”, dice Covey, quien durante años ha volado frecuentemente a Guatemala desde Houston, Texas, para ayudar y recaudar fondos para el grupo en Estados Unidos. Él dice que su recaudación no es tan exitosa, pero suficiente para mantener al grupo en marcha, y llama a eso un “milagro de Dios”.
Covey dice que nadie en la casa tiene un salario. Las necesidades básicas de los miembros, incluidos alimentos, ropa y vivienda, provienen del fondo general. “Hago lo mejor que puedo cuando estoy aquí, pero en realidad son los jóvenes los que dirigen el lugar y toman las decisiones”, dice. “Estoy totalmente sorprendido por este grupo joven, ninguno de los cuales tiene más de 30 años, y las cosas que hacen”.
Caminando empezó con una docena de niños del vecindario, pero hoy tiene cerca de 80 participantes—para quienes la casa es un santuario de los peligros de la calle. Niños de todas las edades vienen cuatro días a la semana para complementar sus estudios escolares—o, en muchos casos, recibir su única educación—y disfrutan de una comida nutritiva cocinada en las instalaciones. Tienen sesiones de oración y cada viernes una hora santa. Inculcar valores morales es un principio básico.
Covey dice que un par de decenas de niños y adolescentes que acuden al centro reciben apoyo financiero—algunos de patrocinadores en Estados Unidos—para asistir a las escuelas del gobierno. Cuatro van a la universidad. Para los niños de un vecindario cuyos padres ni siquiera podrían pagar los útiles que se requieren en las escuelas estatales, que de otro modo serían completamente gratuitas, el programa Caminando puede ser la única oportunidad de recibir educación.
“Ofrezco lecciones suplementarias a los adolescentes que asisten a nuestras sesiones de la mañana, mientras que un maestro calificado a menudo viene por las tardes para instruir a los más jóvenes”, dice Carlos Miranda, actual presidente de Caminando. Miranda es uno de los pocos afortunados que fueron a la universidad. Ahora devuelve la oportunidad ayudando a dirigir a Caminando y dando tutoría a los adolescentes. Cuando el maestro no puede ir, algunas de las madres de la comunidad ayudan con la tutoría de los estudiantes más pequeños, dice.
Miranda y su esposa guatemalteca, Karla, que también asiste a la universidad, y su hijo de 2 años, Andry, viven en uno de los dormitorios de la casa, aunque Miranda admite que no es ideal para una pareja, y mucho menos para una familia. Ellos planean quedarse otros tres años; luego seguirán adelante sus propias vidas.
“Toda mi vida he vivido en lugares peligrosos”, dice Miranda. “No quiero eso para mis hijos”. Su hermana mayor Isis, una veterana de los años del padre Goekler en Honduras, probablemente asumirá el cargo de presidenta de Caminando.
“Todos en la casa, excepto Andry, están en la escuela”, dice Covey. “El padre Tom nos enseñó que la educación es la ventana hacia un futuro mejor y que su escolaridad es la recompensa por su participación en el programa”. El buen trabajo que hace Caminando, añade, tiene una influencia positiva en la juventud local y resuena en todo el vecindario.
“Durante la guerra civil, incluso a fines de la década de 1990, mucha gente sólo podía pensar cómo podría sobrevivir otro día y eso se convirtió en parte de la cultura”, dice Covey, refiriéndose a la guerra civil de 36 años de Guatemala desde 1960 hasta 1996. “Creo que lo que hacemos con el programa es ayudar a las personas a superar eso, y aprender una vez más a ser las personas que quieren ser”.
El padre Goekler, sin duda mirando desde el cielo, debe estar muy feliz
Foto Principal: Los niños que participan en el programa Caminando por la Paz reciben sesiones de oración y cada viernes una hora santa. (Sean Sprague/Guatemala)