Misionera Laica Maryknoll estudia abogacía para abordar problemas de encarcelamiento femenino
He trabajado durante más de 20 años con mujeres en prisiones, principalmente en Brasil. He visitado cárceles para mujeres en Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina, Tailandia, Camerún, Estados Unidos y ahora Kenya. En todas partes, las causas y consecuencias devastadoras de encerrar a las mujeres son universales. No cambian.
Cuando comencé a visitar mujeres en las prisiones en São Paulo, Brasil, como misionera laica Maryknoll en 1997, las preocupaciones por las presidiarias se limitaban a tratar el embarazo y el cuidado de sus hijos. Poco a poco, reformulamos nuestra comprensión sobre las mujeres en prisión examinando problemas de salud mental y hablando sobre los problemas mayores de la pobreza y la violencia. Si pudiéramos tener una sociedad más equitativa, que creo que es el Reino de Dios aquí en la tierra, reduciríamos drásticamente la población carcelaria y el crimen.
Nuestra abogacía tiene caras y nombres, como Maria Aparecida, arrestada por robar dos botellas de champú en una tienda. Sufría problemas de salud mental y tenía dos hijos que alimentar. Pasó 19 meses en prisión por el valor de $12 en champú; perdió un ojo cuando fue atacada por un guardia debido a su conducta. Ella no necesitaba estar en prisión; necesitaba ayuda.
En otro caso, un juez negó la libertad provisional para Iolanda, una abuela de 78 años con cáncer terminal, acusada de tráfico de drogas, aunque “inocente hasta que se demuestre lo contrario” también es la ley en Brasil. Utilizando los medios, una estrategia legal y la indignación pública, eventualmente pudimos liberar a Iolanda mientras esperaba su apelación. Ella murió cuatro meses después en casa.
Globalmente, las mujeres encarceladas son pobres. La gente pobre no tiene apoyo ante el crimen, y es más probable que sea arrestada. También es menos probable que tengan abogados que puedan dedicar el tiempo y los recursos necesarios para una defensa sólida. Más del 80% de las presidiarias son madres y, a menudo, madres solas.
Múltiples estudios han demostrado que más del 90% de las presidiarias han sido víctimas de violencia en algún momento de sus vidas. La prisión simplemente acumula trauma sobre trauma. En promedio, las presidiarias tienen menor escolaridad que otras mujeres. Necesitan asistencia y oportunidades mucho más de lo que necesitan “corrección”.
Cuando arrestan a una mujer, su familia se desestabiliza. Un hombre encarcelado generalmente sabe que sus hijos están con su madre. Los hijos de una mujer en prisión se dispersan entre familiares o amigos, si no quedan bajo custodia estatal. Rara vez se quedan con el padre. Cuando un hombre sale de prisión, se va a casa. Cuando una mujer sale de prisión, generalmente su hogar ya no existe.
Esto es verdad donde sea que haya ido. En mi nueva misión en Kenya, donde llegué a fines de 2017, quiero ponerle un rostro africano y global más profundo a estas realidades. El encarcelamiento de las mujeres no es el problema; es sólo un síntoma de problemas sistémicos globales, especialmente la injusticia económica, que deben ser identificados y abordados.
Después de casi 18 años en Brasil, dejé la misión en el extranjero en agosto de 2014 y me inscribí en la facultad de derecho de Loyola University Chicago. Sentí que podría ser una mejor defensora si tuviera las herramientas legales para combinarlas con mi experiencia y conocimiento acumulados. Con préstamos, subvenciones y becas, estudié a tiempo completo por tres años—aunque tenía el doble de edad que la mayoría de mis compañeros.
Después de la graduación, pasé el verano estudiando hasta 15 horas por día para el examen del Colegio de Abogados de Illinois. Después que lo conseguí, empaqué mis pertenencias al día siguiente y un mes después me dirigí a Kenya, una vez más como misionera laica Maryknoll.
Kenya me atrajo por la fuerte presencia de Maryknoll aquí y un programa único de capacitación paralegal en las prisiones. Kenya no tiene defensores públicos y la mayoría de las personas acusadas de un delito no pueden pagar un abogado. Por lo tanto, deben “defenderse a sí mismos”. Capacitar a los presos para que hablen en la corte y sean sus propios defensores no sólo les brinda una mejor oportunidad para un juicio justo, sino que también les genera confianza en sí mismos, algo que les dura mucho más que sus casos judiciales. De esto se trata el programa de capacitación paralegal.
Después de que el programa de capacitación paralegal comenzó en 2007, rápidamente comenzó a acumular historias de éxito. Aunque tenía una sentencia de muerte, Dismas Omondi ayudó a más de 230 compañeros de prisión a obtener su libertad antes que finalmente tuviera éxito con su propia apelación. Ciertamente, sus éxitos se deben a sus habilidades y compromiso, pero también es probable que se deba a que tenían condenas injustas en primer lugar.
Ahora, ayudo en una clínica legal en la prisión de mujeres Lang’ata en Nairobi, con la esperanza de aprender lo suficiente para recrear el programa de asistente paralegal en otros lugares. En Kenya, los presos y guardias sirven como asistentes paralegales, asistiendo a otros presos con los preparativos para el juicio, presentación de apelaciones y otros asuntos legales. No he visto esto en ninguna de las prisiones que he visitado en varios países. La capacitación es intensa, siete días completos de aprendizaje y discusión del Código Penal de Kenya, cómo escribir documentos y desarrollar un caso criminal. Talleres ocasionales adicionales ayudan a afinar las habilidades.
Otro abogado y yo, trabajando a través de Christian Legal Education Aid and Research (CLEAR), diseñamos estrategias con paralegales y prisioneros sobre sus casos, discutimos cómo negociar acuerdos de culpabilidad, estrategias de defensa, mitigación y motivos para la apelación o la revisión de la sentencia. Es dinámico y fortalecedor, pero muy limitado, especialmente en un sistema de justicia que en su mayoría sigue en papel y no está digitalizado.
Poder entrar en una prisión y compartir la vida de las personas, escuchar sus historias, aconsejarlas y alentarlas es una bendición. Este es un terreno sagrado, y es el lugar donde más siento la presencia de Dios. Cuando despojas a una persona de todo: familia, hogar, trabajo y libertad, con frecuencia todo lo que le queda es su fe en Dios y se sostiene tenazmente a eso.
A menudo escucho a ministros pastorales decir que visitan las cárceles porque es su llamado a llevar a Jesús a las cárceles. Yo creo que Jesús ya está allí. Nuestro trabajo es encontrarlo en las personas que visitamos.
PARA SER UN MISIONERO LAICO MARYKNOLL LLAMA A Karen Bortvedt 914-236-3489 | join@mklm.org | mklm.org
Foto principal: Heidi Cerneka, quien es una abogada y misionera laica, conversa con una presa en una cárcel de Brasil.