Una niña salvadoreña es ícono de la realidad de la pobreza en su país.
Visita A la tumba de padre e hija que fallecieron cruzando la frontera a Estados Unidos
Óscar Martínez y su hija Valeria fueron enterrados en el cementerio municipal La Bermeja en San Salvador el pasado julio. La pequeña, de casi dos años de edad, y su padre se ahogaron en el Río Grande intentando cruzar a Estados Unidos. La desgarradora fotografía de sus cuerpos a orillas del río conmovió al mundo y los medios de comunicación reportaron el regreso de sus cuerpos a El Salvador. Comprensiblemente, la familia pidió un entierro privado, aunque autoridades del gobierno, que pagó la repatriación de los cuerpos, estuvieron presentes.
Yo visité su tumba días después. Necesitaba estar cerca de ellos y pensar y llorar el drama de la inmigración.
Al entrar al cementerio, le pregunté a un celador dónde estaban enterrados Valeria y Óscar. No entendió. “La niña y su papá que se ahogaron en el norte”, dije. “Venga”, contestó.
Cristo de Maryknoll
Levantó su pala y fuimos al Pabellón San Oscar Arnulfo Romero. “Allá atrás”, señaló con su pala. Me di vuelta y vi las flores ya marchitas sobre sus tumbas que ni siquiera tenían una placa con sus nombres.
Me senté en una acera y entré en un largo silencio, pensando en los últimos días de Valeria y Óscar: cómo la familia huyó de su natal, San Martín, uno de los lugares más violentos de El Salvador, para pedir asilo en Estados Unidos; y cómo Óscar y Tania, la madre de Valeria, fueron extorsionados en Matamoros, México, pocas horas antes de que él y Valeria se ahogaran.
La pareja esperaba presentar su caso a funcionarios mexicanos, que ahora autorizan la comunicación de los inmigrantes con funcionarios estadounidenses.
Óscar estaba en la fila, según reporta VICE News, “cuando un extraño se le acercó y le explicó cómo funcionaban las cosas: espere meses en México para que llamen su número, o pague un soborno para saltar a la cima de la lista para ingresar legalmente a Estados Unidos y solicitar asilo. El precio: $500 por cada adulto y $300 para su niña de 23 meses”. Sin dinero, la familia decidió cruzar el río y pedir asilo directamente en Estados Unidos.
Yo imaginé el momento. Primero, Óscar cruzó con éxito el río y puso a Valeria en suelo estadounidense. Luego intentó regresar al lado mexicano para ayudar a Tania, pero la pequeña Valeria salta al agua detrás de él. Él inmediatamente regresa y la toma en sus brazos. Cansado, no puede con la corriente. Pánico. Son arrastrados ante los ojos de Tania.
Observé por mucho tiempo el volcán de San Salvador frente a mí. Sus flancos verdes contra un cielo azul tenían un aspecto sombrío. Pensé en el ícono del Cristo de Maryknoll, que representa a Jesús como un migrante que mira a través de un alambre de púas. Y recordé cómo San Óscar Romero describió a las víctimas de la violencia y la represión como “mensajeros de la realidad”.
Las muertes de Valeria y Óscar son la realidad del fin a las protecciones de asilo que Estados Unidos ha impuesto para casi todos los migrantes que llegan a su frontera sur, una violación flagrante del derecho internacional. No obstante, también doy gracias por tantas personas que están respondiendo a esta situación con compasión y amor.
Finalmente, me encontré hablando con la niña: “Sí, pequeña Valeria, tú y tu papá son ‘mensajeros de la realidad’, porque llevaron las heridas de la violencia, la corrupción y la pobreza sobre sus frágiles hombros.
Eso es lo que empujó a tu padre al río y te retuvo hasta que te quitaron el último aliento. Nunca te conocí, pero parece que sí. Te conozco a través de los niños de la comunidad de La Esperanza y de tantas familias que han huido de aquí debido a la violencia y la pobreza. Aquí estás presente en tantos rostros brillantes, que son los rostros de Cristo, y eres la motivación para marcar la diferencia aquí”.