El Padre Maryknoll Joseph Fedora, en una foto de archivo, celebra la Misa en su hogar. (Sean Sprague/Perú)
Un sacerdote Maryknoll informa cómo el virus COVID-19 cambió la vida de los residentes en su edificio de apartamentos en lima, Perú
“Padre José, prenda la tv en el canal 9; ¡El edificio donde está su apartamento está en las noticias!
Este es el mensaje que mi secretaria, Paola, me envió por WhatsApp.
Echo un vistazo por la ventana del apartamento del piso 11 que alquilo. Abajo hay una horda de reporteros, policías y personal del departamento de salud en trajes blancos para materiales peligrosos.
Enciendo la tele.
Un periodista enmascarado informa casi sin aliento la muerte de un hombre de 68 años que murió solo en su departamento. Es la segunda persona en Perú en sucumbir ante el COVID-19. Es jueves 19 de marzo. Tres días antes, Martin Vizcarra, el presidente de Perú, anunció una política nacional de quedarse en casa. Ahora, Santa Ana, el nombre del edificio de apartamentos, se encuentra bajo cierre total.
En cuestión de horas, la presidenta de la asociación de propietarios y su junta crean un grupo de WhatsApp para los casi 250 residentes del Santa Ana. La transformación es casi inmediata: de ser extraños unos con otros a amigos vecinos … ¡con nombres!
Está Sandro, un abogado en el segundo piso, que ofrece consejos legales muy útiles sobre la situación en cuestión; Pancho, un veterinario en el séptimo piso, que dirige el “Club de Compradores” organizando pedidos y entregas de comestibles; y Fiorella, una pastelera y vecina de al lado, que me prepara una tarta de limón. ¡Ella es mi favorita! A su vez, bendigo dos medallas de la Virgen María que sostiene en sus enguantadas manos ahuecadas.
Y, por supuesto, estoy yo, el sacerdote.
Ahora soy el capellán virtual no oficial del Santa Ana. Aunque soy algo conocido en el edificio, llevo viviendo aquí más de 12 años, me presento formalmente y ofrezco mis servicios. Les aseguro a todos que les ofreceré mi misa diaria y los invito a que me envíen cualquier intención que tengan.
El alcance pastoral se extiende más allá de mi pequeña capilla. Atiendo llamadas y respondo mensajes privados … hay mucho miedo e incertidumbre. La gente tiene hambre de tranquilidad. Las Escrituras son una tremenda fuente de consuelo, al igual que las oraciones. A menudo, solo el escuchar es suficiente.
Escribo breves mensajes diarios de esperanza y los publico en WhatsApp; parecen resonar dado el coro de “Amén” que sigue.
La tensión en nuestra solidaridad comienza a mostrarse después de dos semanas de encierro. Es de esperarse. Un comentario negativo, un ego herido y el éxodo inevitable del grupo WhatsApp. Es hora de empezar de nuevo, y lo hacemos. No lleva mucho tiempo retomar donde lo dejamos.
El padre Fedora, un misionero Maryknoll y superior regional de Latin América, en su edificio en Miraflores, en Lima, Perú. (Nile Sprague/Perú)
El Padre Richard Rohr, OFM, escribió: “Las personas transformadas transforman a las personas”. Los residentes del Santa Ana han sido transformados. Ahora la pregunta es, ¿en retorno, transformaremos a otros? Creo que ya lo estamos haciendo.
El encierro continuará hasta el domingo de Pascua. Para llegar allí, debemos llevar esta cruz invisible. Pesa mucho, pero con cada paso, y en sintonía con la comunidad global, llegaremos transformados.
El evento de Pascua continúa.
