Por David R. Aquije
El Padre Maryknoll James Jackson, observa desde la terraza de la casa de Maryknoll, adyacente a la capilla, la serenidad de la comunidad del lago donde él ha brindado servicio pastoral a las comunidades católicas locales en las prefecturas de Shiga y Mie durante más de 60 años.
“Es difícil despedirse de la comunidad”, dice el padre Jackson con nostalgia, pensando, quizás, en la probabilidad de que regrese a los Estados Unidos en el ocaso de su vida misionera. En el ocaso de su vida misionera, él ha sido asignado a la casa de retiro Maryknoll en Los Altos, California.
Hoy él reflexiona sobre su vida en Japón. “La gente me ha apoyado mucho, llevándome de aquí para allá”, dice, especialmente desde que le dijeron que ya no podía conducir. “Entonces, tuve que deshacerme de mi auto. Estoy muy agradecido no solo por su ayuda sino también por su preocupación. Tengo artritis, mis pies, no puedo caminar y la gente está muy preocupada”.
“Hay un santuario cerca a nuestra casa con un famoso pino que estuvo allí desde hace siglos. Pero murió hace unos años”, dice el padre Jackson, describiendo los alrededores de la casa central de Maryknoll. “Este lugar tiene una historia. La gente solía venir aquí para la fiesta [sintoísta]. Maryknoll compró este edificio, lo renovó y, durante la guerra, fue tomado por una escuela que originalmente funcionó para niños cuyos padres estaban en las fuerzas armadas”.
En 1935, dice el padre Jackson, el Padre Maryknoll Patrick Byrne, quien se convirtió más adelante en obispo, fue enviado a abrir una nueva misión en Japón. Él buscó un lugar para establecer una casa central permanente para Maryknoll en la prefectura de Shiga y y encontró esta antigua casa de campo ubicada en dos acres de tierra a orillas del lago Biwa en el pueblo de Karasaki. No había iglesias católicas en el área. Los misioneros Maryknoll construyeron la primera iglesia en la Ciudad de Otsu, cercana al lago, alrededor de 1938.
Había alrededor de 90 misioneros Maryknoll en Japón cuando él llegó. Japón era diferente de lo que es ahora. Mucha gente vivía en casas construidas antes de la guerra, no en las casas modernas que se ven ahora, dice el misionero mientras muestra a un visitante de Maryknoll un álbum con sus fotos personales. Como parte de su trabajo parroquial, el padre Jackson dirigía programas para los jóvenes, incluyendo talleres, encuentros y seminarios.
El Padre Jackson continúa contando historias con entusiasmo. Un año, durante sus vacaciones, fue a visitar a su tía que vivía en una comunidad para retirados en Nueva Jersey, donde celebró misa para los residentes. Notó que todos menos un hombre, un judío, no asistió. Más tarde, el hombre se acercó al padre Jackson para preguntarle en qué parte de Japón había servido como misionero.
“En un lugar llamado Tsu,” dijo el Jackson.
“Se deletrea T-S-U?” preguntó el hombre.
“Sí, ¿ha estado allí?” contestó el padre Jackson.
“Sí, yo lo bombardeé”, respondió el hombre.
Un lector ávido, el padre Jackson, también habló sobre un libro que había leído recientemente sobre la filosofía del trabajo, escrito por una catedrática de una universidad budista en Tokio. El libro, explicó, describía cómo incluso un trabajo simple puede ser significativo para la vida de alguien. Y luego, agregó, “no sabemos cómo resultarán las cosas”. Después de una misa semanal reciente, se le acercó una mujer que le dijo: “Padre, obtuve mi fe en Karasaki, en uno de sus seminarios cuando era estudiante de secundaria”. La mujer era la autora del libro.
En este cálido día de junio, el padre Jackson deja la casa del centro de Maryknoll y camina lentamente hacia la pequeña capilla con vista al lago Biwa. Se pone un alba y una estola, enciende una vela y celebra una misa muy íntima.
Imagen destacada: El Padre Maryknoll James Jackson en la entrada de la escuela infantil en Hisai, Prefectura de Mie, alrededor de 1980. Hisai era una estación misionera de la Iglesia Católica Tsu. La catequista de la izquierda es Yasuyo Udaka, y su asistente de la derecha es Mihoko Doi.