Programa de tutoría en Bolivia reabre para abordar las necesidades de una comunidad en medio de la pandemia
La pandemia del COVID-19 ha afectado varios aspectos de la vida, y para comunidades misioneras en el mundo, ha sido un tiempo para repensar cómo podemos continuar siendo la presencia de Dios en las comunidades a las que servimos. Para mí, como candidato en mi programa de capacitación en el extranjero en Cochabamba, Bolivia, ha significado aprender a rediseñar proyectos junto con la población local para ofrecer algo a toda la comunidad en su momento de necesidad.
En marzo de 2020, el gobierno de Bolivia declaró que el año escolar cerraría oficialmente para todo el país, casi ocho meses antes de lo habitual. Un par de meses después, el gobierno anunció que a pesar del año escolar recortado, todos los estudiantes avanzarían al siguiente grado. Escuelas con mayores recursos lanzaron clases en línea; otras escuelas enviaron “tareas” a través de WhatsApp a los padres para que sus hijos las trabajaran en casa.
En zonas rurales, los padres con poca educación y los que tienen que trabajar muchas horas no pudieron ayudar a sus hijos. Para empeorar las cosas, el acceso a Internet es caro en esta parte de Cochabamba. La desigualdad en el acceso a una educación adecuada se convirtió en una preocupación para comunidades locales como Nueva Vera Cruz, donde el Padre Maryknoll Paul Sykora ha dirigido un centro que ofrece un programa de tutoría para después de la escuela.
Niña pasa rutina diaria de bioseguridad en Nueva Vera Cruz. Las educadoras dijeron que esta rutina se convirtió en una oportunidad para saludar y hablar con los niños sobre su familia. (Matthew Sim/Bolivia)
Los educadores locales y el padre Sykora se reunieron para discutir cómo enfrentar esta preocupación de la comunidad. Ellos decidieron reabrir el centro para ofrecer programas de apoyo y así ayudar a los estudiantes a ponerse al día con sus estudios académicos para que puedan estar mejor preparados para el nuevo año escolar. A mí me alegró unirme a esta misión.
El equipo corría un gran riesgo al reabrir el centro. Todavía había contagios de COVID en esa área de la ciudad de Cochabamba. Tuvimos que tomar nuevas medidas de bioseguridad y monitorear las interacciones de los niños. Además de los procedimientos de desinfección, también mantuvimos el distanciamiento social en las aulas. Rápidamente supimos que estábamos respondiendo a una necesidad real a medida que más y más padres comenzaban a inscribir a sus hijos en nuestro programa. Otra señal clara de que estábamos satisfaciendo una necesidad fue que dos nuevos centros se abrieron cerca de nosotros un mes después de que reiniciamos nuestras operaciones.
Para mí, alguien que está aprendiendo español, ser un asistente de maestro—que ayuda a niños a aprender español básico, matemáticas y ciencias—me llenó de humildad. Aunque soy un educador capacitado de profesión, tuve que aprender las pedagogías que se usan aquí y traducir todo el contenido al español. No podía avergonzarme de pedir ayuda a mis compañeros e incluso a los estudiantes. Me sentí en solidaridad con los niños porque yo estaba aprendiendo al mismo tiempo que enseñaba. Quizás aprendía más de lo que enseñaba.
El trabajo fue intenso ya que solo reiniciamos el programa en agosto, cinco meses después de que comenzara la cuarentena. Eso significaba que teníamos tres meses para completar ocho meses de trabajo escolar. Es más, en nuestro grupo, solo éramos dos asistiendo a 16 estudiantes con diferentes habilidades, niveles de grado y sistemas escolares. Esto significaba que teníamos que ser más creativos en la gestión del programa, diversificar nuestros quehaceres para mantener a los estudiantes interesados, organizar agrupaciones más dinámicas basadas en habilidades para revisar el contenido de aprendizaje e incluso utilizar la tutoría entre compañeros.
El seminarista Maryknoll Matthew Sim y los estudiantes del barrio intercambian ideas sobre la historia de la Natividad durante el Programa Ecuménico de Reflexión de Adviento. (Jhovana Reyes/Bolivia)
En nuestro intento de ayudar a los niños, vimos una creciente solidaridad entre ellos. La mayoría de ellos intentaron ayudar a sus amigos, y muchos se ofrecieron a ayudarnos con tareas simples como traer los bocadillos para nuestros descansos para que pudiéramos concentrarnos en la enseñanza. Los niños aprendieron a tener paciencia cuando nos vieron ocupados con otros estudiantes. Ellos aprendieron a controlar su propio comportamiento para evitar interrupciones en un aula que ya estaba demasiado ocupada.
Crecimos juntos como comunidad, compartiendo algo más que solo el contenido académico. Intercambiamos nuestras experiencias culturales, idiomas y costumbres indígenas. Compartí mis experiencias de fe que me trajeron aquí. Nuestra amistad se extendió fuera del aula. Un buen número de estudiantes se unieron a nuestra misa dominical, llegando temprano para practicar los himnos y ofreciendo las peticiones durante la Oración de los Fieles. Agradecí a Dios cuando vi cómo estos niños se convertían en miembros activos de nuestra comunidad de fe. Su participación me inspiró a comenzar un programa de reflexión de Adviento después de que terminó la escuela de apoyo.
Ese programa fue ecuménico. Invitamos a todos los interesados a reflexionar sobre los protagonistas de la narrativa de la Natividad. Tuvimos 14 participantes, cantando himnos locales de Adviento y Navidad y aprendiendo sobre la historia de la Navidad.
En un almuerzo, antes de COVID-19, el padre Paul Sykora muestra la revista Maryknoll a estudiantes que asisten al programa de tutoría escolar en Nueva Vera Cruz, Cochabamba, Bolivia. (Nile Sprague/Bolivia)
El padre Sykora, quien dirigeel programa de tutoría escolar para nños en Cochabamba, Bolivia, le enseña a un niño como pintar una casa de juguete, antes de la pandemia. (Nile Sprague/Bolivia)
Cada uno de nosotros hizo un pesebre. Estaban orgullosos de su trabajo y llevaron el nacimiento a casa para compartirlo con su familia. Para algunos, este fue el primer pesebre de su familia. Me conmovió mucho que seis niños que vivían en lo alto de la montaña se unieran a nuestro programa. Tenían que caminar 50 minutos para llegar a nuestro centro, pero eso no apagó su entusiasmo. Al final de cada sesión, me pedían los bocadillos sobrantes para compartir con sus familiares y amigos. Siempre les preparé con entusiasmo los bocadillos para el viaje de regreso a casa. Su presencia hizo más sustancial mi propia reflexión sobre la peregrinación de José y María a Belén. Vinieron a hacer un pesebre para su familia en Navidad, pero en realidad llevaron a Jesús a los otros niños, al padre Sykora, un misionero con mucha experiencia, y ciertamente a mí un misionero en entrenamiento.
Dos estudiantes de una escuela local están entre las personas que iban al programa de tutoría escolar en Nueva Veracruz antes de la pademia. (Nile Sprague/Bolivia)
Antes de la pandemia de COVID-19, el padre Sykora le da la bienvenida al centro de tutoría a una mamá con su hija en Nueva Vera Cruz, en Cochabamba. (Nile Sprague/Bolivia)
La misión aquí no es construir hermosas iglesias o hacer proselitismo. Es un llamado a un encuentro profundo con uno mismo y los demás, para que comprendamos mejor la presencia de Dios que ha estado aquí mucho antes de que los misioneros pusieran un pie en esta tierra.
El Padre Maryknoll Paul Sykora también contribuyó con este artículo.
Imagen destacada: Educadora guía a los estudiantes en una celebración del Día de los Muertos para recordar a uno de los primeros misioneros que sirvieron en este programa, el Padre Maryknoll Frank Higdon. (Matthew Sim/Bolivia).