Por Joe Miller
Domingo, 22 de mayo del 2022
Hechos 15: 1-2, 22-29; Salmo 67: 2-3, 5, 6, 8; Apocalipsis 21: 10-14; 22-23; Juan 14: 23-29
Joe Miller, un ex-misionero laico Maryknoll, reflexiona sobre cómo la resurrección de Cristo nos invita a abrazar la paz y la unidad sobre la división.
Una de las preguntas detrás de la disputa de hoy en la lectura de los Hechos de los Apóstoles siempre provoca una reacción de mis estudiantes de secundaria: ¿Alguien que no está circuncidado realmente debe pasar por… ESO… para convertirse en cristiano?
Para nosotros, mirando hacia atrás en esta historia casi 2000 años después, casi podríamos reírnos de hasta qué punto la iglesia primitiva llegó a definir “quién está dentro” y “quién está fuera”. Pero, ¿realmente actuamos de manera diferente?
Al momento de escribir estas líneas, la mayoría de los mandatos del uso de mascarillas/cubrebocas en Estados Unidos se han descontinuado y la vida está volviendo a la “normalidad” (lo que sea que haya sido). Estamos intentando retomar los hábitos de vida normales después de habernos separado en campos opuestos que ven el uso de mascarillas como una concesión a la extralimitación del gobierno o como un acto de protección (para nosotros mismos o para los demás). Y ni siquiera menciono las profundas divisiones sociales, raciales y políticas que alcanzaron picos visibles en el verano de 2020 y del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Estados Unidos.
Nuestras vidas son cualquier cosa menos “normales”. Hace poco más de un año, mi director espiritual uso una frase que se me quedó grabada: “tuvimos la experiencia, pero perdimos el significado”. Con todo el tiempo que tuvimos que reducir la velocidad del diario vivir, interiorizar y prestar atención a las formas en que nosotros, como sociedad, estamos “enfermos”, deberíamos poder “reingresar” al mundo con una nueva atención a las experiencias, necesidades e historias de los demás.
Debido a la distancia–literal y figurativa–entre ellos, es fácil volver a nuestra vieja normalidad como norteamericanos y solo leer los aspectos externos: quién usa una mascarilla y quién no; quién expresa su apoyo a Black Lives y quién es más silencioso en su solidaridad; y ahora, quién apoya a Ucrania y quién (sin dar ningún crédito al Kremlin) hace preguntas sobre la OTAN “agitando el proverbial nido de avispas”, por así decirlo.
En la lectura de hoy de Apocalipsis, el autor, que se presume es Juan, escribe sobre una imagen de Jerusalén fuertemente fortificada con un “muralla ancha y elevada” y 12 puertas que miran hacia las cuatro direcciones. El mensaje que Jesús da en el Evangelio es marcadamente diferente:
“La paz les dejo; mi paz les doy.
No se la doy como la da el mundo.
No pierdan la paz ni se acobarden.”
Incluso antes de la pandemia de COVID-19, estábamos construyendo nuestras propias “murallas” a nuestro alrededor. Nuestra cultura genera en nosotros una sensación de escasez constante y la necesidad de salvaguardar cualquier seguridad que tengamos, ya sea económica, social, política o de propiedad. Es un instinto muy humano, pero Jesús siempre nos invita a buscar nuestra esperanza, nuestro tesoro, nuestra paz, en otra parte. San Óscar Romero dio una vez una homilía de Nochebuena en la que dijo que no habría Navidad para los ricos y los poderosos. Su mirada estaba tan enfocada en esas cosas que estaban ciegos al poder salvador del Cristo niño.
Creo que lo mismo puede decirse de aquellos de nosotros hoy: podemos estar ciegos a la verdad y al poder de la Resurrección. Para aquellos de nosotros que retrocedemos hasta los “campos” de división política, sin tomarnos el tiempo para escuchar al “otro”, Cristo permanecerá en la cruz hasta que crucemos los muros que hemos creado para nosotros mismos y lo bajemos de la cruz.
READINGS: https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/052222.cfm
Imagen destacada: El mensaje “We are one”, que significa, “Somos Uno”, se lee en una calle del Reino Unido. (Gary Butterfield, Unsplash/Reino Unido)