Por: Padre John Siyumbu, MM
Cuarto domingo de Pascua
Domingo, 30 de abril, 2023
Hch 2:14a, 36-41 | 1 Ped 2:20b-25 | Jn 10:1-10
Hoy Pedro anuncia la resurrección de Jesucristo. Recuerdo los momentos en que mis primos y yo nos reuníamos alrededor de una fogata a escuchar las historias de mi abuela. El crepitar del fuego era telón de fondo a las historias que quedaron grabadas en nuestras mentes jóvenes. Historias que se volvieron parte de nuestro ser. Historias que enlazaban el pasado y el futuro y que nos hacían ver las cosas bajo una nueva luz. Pedro hace esto por nosotros los creyentes en el día de hoy.
Para nosotros, los bautizados, la historia de Pedro es un llamado hacia la luz de la resurrección. Tal como en una buena novela de John Grisham, la historia de Pedro capta nuestra atención porque habla de eventos en nuestra historia. Eventos que culminan en ese evento singular que amplía el horizonte de toda la humanidad. La historia de Jesús de Nazaret nos conduce hacia la historia definitiva de la presencia de Dios en nuestras vidas, a través de la persona de Jesucristo. Un evento como ningún otro. El evento que nos envuelve en un misterio tan sublime y, a la vez, tan palpable. Las cosas definitivamente cambiaron cuando Jesús se levantó de entre los muertos. Los actos que llevó a cabo antes de la resurrección están impregnados de significado. Escuchar a Pedro es una invitación a imitar a Cristo y hacer el bien. Nos invita a difundir la gracia de la resurrección en las vidas de quienes nos rodean, estén lejos o cerca. A contar la historia de cómo la resurrección de Jesús de Nazaret ha tocado nuestras vidas. A colaborar con el Espíritu y, como dice la colecta de Misa del día de hoy, “levantarnos en la luz de la vida”. Así participaremos en traerle vida a los solitarios, vida a aquellos agobiados por la guerra, vida a los hambrientos, vida a los que se han alejado de sus familias.
A menudo intento contar las historias que mis primos y yo escuchábamos de mi abuela. Hago esto cuando mis sobrinos y sobrinas me visitan. Me doy cuenta que mi recuento tiene su sabor particular. Verás, las historias de mi abuela venían con el encargo de contarlas. Se convirtieron en una parte de mí. Por lo tanto, imagino que María Magdalena, Juan y Pedro tendrían su propia manera de contar sus experiencias de la resurrección. Al darse cuenta de que Jesús ya no se encontraba entre sus ropas fúnebres, la resurrección se convirtió en parte de su ser. Que cada uno de nosotros se dé cuenta de nuestro llamado a ver rocas movidas en la vida de otros. Que creemos y traigamos vida cuando éstas sean impedidas por cualquier tipo de roca —social, económica, sistemática o situacional. Es así, hermanos y hermanas, que seremos como María Magdalena. Experimentaremos íntimamente la resurrección.
En estos días de Pascua, se nos encomienda predicar. Nos unimos a Pedro y a toda la Iglesia para testificar nuestra fe en Jesús de Nazaret. Él, que murió en la cruz y (no, pero) ahora vive. Él que vive en nosotros cuando hacemos una buena obra. En estos días de Pascua, se nos encomienda trabajar en desarrollar ese amplio horizonte; esas preocupaciones globales por los vecinos de nuestra calle, por nuestros vecinos al sur de la frontera y nuestros vecinos al otro lado del mar que atraviesan esos mares peligrosos. ¿Qué tal si nos encargamos de hacer el bien, para que ellos puedan regocijarse y ser felices? Eso, buscar el gozo y la alegría de nuestros vecinos, sería hacer lo que Pablo nos insta a hacer: buscar lo de arriba, pensando en lo que está arriba. Amén.
Para leer otras reflexiones bíblicas publicadas por la Oficina de Asuntos Globales Maryknoll, haga clic aquí.
Foto destacada: Un grupo de personas comparte historias alrededor de una fogata (Kevin Erdvig/Unsplash).