Decimosexto domingo ordinario
Domingo, 23 de junio, 2023
Sab 12:13, 16-19 | Rom 8:26-27 | Mt 13:24-43
El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza y a la levadura.
“Tiene que desalojar la casa antes del atardecer. Encuentre trabajo en otra parte”. Lorenzo tenía 34 años. Diez de esos años había trabajado en los viñedos de una patrona al sur de Chile. Él estaba casado y tenía cuatro hijos pequeños. Esa mañana la patrona le dijo a Lorenzo que, para cumplir con el plazo de traer la cosecha al mercado, él tendría que traer a su esposa y dos hijos pequeños a trabajar el campo. Lorenzo contestó que su esposa tenía otro trabajo y que sus hijos estarían en la escuela. “Ese no es mi problema,” dijo la patrona. “Si quiere seguir trabajando, tráigalos hoy o tiene que desalojar la casa antes del atardecer”.
A pesar de que el país había regresado a la democracia, el campo del Chile rural aún se regía por un sistema de haciendas que había existido por casi un siglo, además de leyes impuestas por una nueva dictadura que favorecían a los terratenientes y despojaban a los trabajadores de sus derechos.
Los trabajadores vivían en los terrenos y en las viviendas de los patrones. Los recursos para mejorar sus condiciones de trabajo y su salario eran limitados. La mayoría eran trabajadores para la temporada de cosecha. Condicionados tras años de miedo bajo una dictadura brutal y con la necesidad de mantener a sus familias, muchos campesinos aceptaban esta modalidad de esclavitud moderna.
Sin embargo, Lorenzo, un hombre de fe devota y que seguía los valores del Evangelio, era diferente. Él creía en las palabras de Jesús que decían que él y todos sus compañeros campesinos eran hijos de Dios y que Dios les otorgaba dignidad. Dios no lo abandonaría en ese sistema que lo esclavizaba. Él sabía que se enfrentaba a un sistema injusto respaldado por fuerzas muy poderosas, pero él no tenía tiempo para someterse. Podría escoger cambiarlo paso a paso, incluso si eso implicaba el sufrimiento suyo y de su familia. El ejemplo de Jesús de la semilla de mostaza y de la levadura captaba su imaginación: la energía del amor Dios persistía en una semilla de mostaza y un poco de levadura.
Desalojó la casa de la patrona, llevándose consigo los vegetales que había cosechado en un pequeño huerto, y se mudó a la cabaña de un vecino para vivir allá con su familia por tres meses. Tenía que sacar las camas durante el día para meter la mesa y las sillas para comer. Encontró un trabajo de conserje en una escuela local y pudo por fin rentar una pequeña morada para su familia.
En las reuniones de la iglesia y otros eventos del pueblo, Lorenzo empezó a hablar de la necesidad de crear algún tipo de sindicato para defender los derechos de los trabajadores. Él animó a otros trabajadores para que formaran una cooperativa de vivienda y así poder participar en un programa gubernamental que otorgaría casas sencillas a grupos que tuvieran terrenos. Después de dos años de kermeses, eventos de bingo, bailes, etc., el grupo pudo obtener una parcela y formar un vecindario de casas con hipotecas de bajos intereses.
Tras 30 años de miedo, un grupo de jornaleros se atrevió a formar un sindicato y organizó una huelga exigiendo mejores salarios en uno de los viñedos principales. Con cada nueva iniciativa, la gente sentía más esperanza en la promesa de Dios de guiar y fortalecerlos en su búsqueda de derechos y dignidad. Las promesas de Dios no son solo palabras. “Porque tú eres grande, Dios mío, y eres el único que hace maravillas … fortalece a tu servidor.”
Entre más seguros se sentían de sí mismos, más experimentaban el vivir del Reino de Dios como una comunidad de apoyo mutuo: la semilla y levadura colectiva para transformar prácticas y sistemas destructivos e injustos en su sociedad. Sus esfuerzos eran como el buen trigo que crece entre la maleza de injusticia y discriminación. A pesar de los males de la discriminación y de la desigualdad, fueron chispas de luz, decisión y coraje. Dios estaba obrando.
Lorenzo y sus vecinos vivían una fe sencilla pero fuerte, confiando en el amor divino — la energía de una semilla de mostaza y levadura — y fortalecidos por Jesús como testigo de su sufrimiento, en servicio lleno de amor al Reino de Dios.
Nos enfrentamos a grandes injusticias en nuestra sociedad: la discriminación racial, la orientación sexual, la desigualdad económica, la destrucción ecológica. Divisiones avivadas por el miedo, el odio y la avaricia por el poder. Es comprensible que nos sintamos incapaces de lograr grandes cambios. Pero tomando fuerza de nuestra fe en la energía amorosa de Dios y su trabajo en nuestro mundo, sutil y efectivo como crece la semilla de mostaza y como se expande la levadura, podemos tomar pequeños pasos en donde estemos. Podemos actuar con los recursos que tenemos y con quien tengamos cerca, para realzar, apoyar y animar a los retoños del Reino de la justicia, solidaridad y comunidad de Dios.
Dios nos llama como llamó a Lorenzo: Que no te paralice el mal; trabaja conmigo como semilla de mi Reino. Hazlo real viviéndolo.
El Padre Maryknoll Eugene Toland, originario de Boston, Massachusetts, y ordenado en 1964, ha servido en misión en Venezuela, Bolivia, Chile y Kenia.
Cita bíblica de La Biblia del Vaticano (traducción argentina).
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Foto destacada: Campesinas cargan comida en un campo de mostaza en Sringar, India. El Reino de Dios es semejante a una semilla de mostaza, dice Jesús en una parábola. (CNS /Danish Ismail, Reuters)