By Rhina Guidos, OSV News
(OSV News) — Indignación. Eso dice la religiosa que siente cuando escucha al presidente nicaragüense Daniel Ortega y a su esposa Rosario Murillo, la vicepresidenta del país, referirse a sí mismos como cristianos.
Al menos 31 religiosas como ella han sido expulsadas o sus comunidades se han ido de Nicaragua en los últimos 15 meses.
Tras ese éxodo forzado, sus propiedades, incluidas algunas donde se ayudaba a los pobres, han sido confiscadas, renombradas y ahora usadas por el gobierno de Ortega y Murillo — de igual manera que se confiscó a mediados de agosto el recinto de la universidad más destacada del país. La Universidad Centroamericana de Nicaragua había sido administrada por la Compañía de Jesús, los jesuitas, cuya residencia privada el gobierno también incautó una semana después y le prohibió a la orden operar en el país.
Bajo la represión que comenzó en 2018 contra todo aquel que critica o parece criticar al gobierno, al menos 355 nicaragüenses han muerto, más de 2000 han sido encarcelados, incluso un obispo, y 322 han sido despojados de su ciudadanía, según cifras de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Esas acciones y prácticas por parte de Ortega y Murillo, se encuentran “lejos de lo que es la esencia de ser cristiano… de decir ‘creo en Jesús'”, dijo una hermana durante una entrevista con Global Sisters Report el 31 de agosto. (Nota del editor: GSR ha omitido el nombre de la hermana y su congregación por razones de seguridad.)
“Yo puedo decir (que) ‘yo soy esto’, pero si mis prácticas van totalmente a lo contrario, incluso en la manera hasta de hablar… da tristeza y da pena. Indigna, indigna, de verdad” escucharlos decir que son cristianos, dijo.
Por las expulsiones, incautaciones y detenciones de miembros de comunidades religiosas dentro del país, a menudo se preguntan “¿a quién le tocará?, ¿a qué religioso le tocará ahora?”.
La situación sociopolítica ha golpeado de muchas formas a la vida religiosa en Nicaragua, particularmente la femenina.
Algunas religiosas, entre ellas mujeres mayores, han tenido que salir repentinamente a pie o en silla de ruedas por tierra, a pesar de sus limitaciones. Pero también el golpe más fuerte se ha sentido profundamente dentro de la Iglesia en el país, sostuvo la hermana.
“Es difícil, porque dentro de la misma Iglesia y dentro de la misma vida religiosa hay esos puntos de ‘neutralidad’, que en el fondo no es de neutralidad, es de gente que está a favor (del régimen)”, aseveró y añadió: “No voy a decir que están a favor de toda esta matanza porque, ¡válgame Dios!, ¿qué tipo de religiosos seríamos? Pero, desgraciadamente, está ese tipo de religiosas, religiosos, que no critican. Que dicen que no, que esta situación (de represión) no está pasando”.
Es difícil escuchar eso, ya que no se pueden ocultar los golpes que ha sufrido la Iglesia católica bajo lo que la hermana llama “la dictadura”. Esos golpes han llamado la atención del Departamento de Estado de los EE.UU. Un informe sobre Libertad Religiosa Internacional de 2022 documenta casos de policías, grupos paramilitares y partidarios del partido sandinista que participan en actividades de la Iglesia para llevar a cabo vigilancia, intimidación y amenazas contra el clero y otros de sus miembros.
Ortega, educado por los jesuitas, fue amigo de la Iglesia junto con el movimiento sandinista que ayudó a liderar cuando derrocaron la dictadura de Anastasio Somoza en 1979 y más tarde cuando se convirtió en el primer presidente democráticamente elegido del país en 1984. Pero su relación con la jerarquía católica se ha fracturado en la última década. Ortega perdió la reelección en 1996 y en 2001, pero volvió a ganar la presidencia en 2006, y desde entonces no ha soltado el poder. Lo ha logrado deshaciendo toda oposición política, incluso encarcelando a rivales, consolidando el poder y nombrando a su esposa como su compañera de fórmula.
Los obispos católicos del país intentaron dialogar con él sobre una serie de cuestiones en 2014, incluida la necesidad de elecciones libres en 2016. Eso pareció poner fin a cualquier diálogo con los prelados.
La hermana cree que al condenar en febrero al obispo de Matagalpa Rolando Álvarez a más de 26 años de prisión, tras acusarlo de traición, Ortega no estaba silenciando solo a un hombre, sino una forma de pensar, y amenazando la búsqueda de la justicia y la verdad.
Hablar de esas cosas es algo peligroso en el contexto actual de Nicaragua porque “sabes que estás tocando la llaga de una estructura injusta”, acotó. “Es querer quitar un pensamiento crítico y eso es lo que se está haciendo ante la incautación de los bienes de los religiosos y religiosas o de las escuelas y universidades católicas”, argumentó la hermana.
La religiosa piensa que esa actitud evidencia una visión muy limitada. “A las personas puedes callarlas, pero al Evangelio no”, dijo.
La hermana afirma que el día a día en Nicaragua es especialmente difícil y lleno de desconfianza, sospecha y división. Ella no se imaginó, cuando profesó sus votos hace 14 años, lo que enfrentaría al llevar el Evangelio a los pobres y hacerlo “en secreto”, ya que no hay libertad de expresión en Nicaragua.
La libertad religiosa en Nicaragua continúa en deterioro, ha aseverado el Departamento de Estado de EE.UU., que ha agregado que el gobierno nicaragüense ha implementado restricciones cada vez más severas contra comunidades religiosas, particularmente contra la Iglesia Católica, incluido el clero, líderes laicos, fieles y otros que la apoyan.
“Las acciones del gobierno han creado un verdadero efecto paralizador”, dijo a GSR un alto funcionario del Departamento de Estado. “Los líderes religiosos son muy cuidadosos con lo que predican y las comunidades se preocupan incluso cuando asisten a la iglesia”, agregó.
Por ese ambiente, la hermana dice que se dedica al “ministerio de la escucha”, ya que no se siente libre de decir mucho. Lo que escucha a veces es preocupante.
Algunos le cuentan que los conflictos han aumentado en algunas zonas del país donde se habla de homicidios, feminicidios, decapitaciones, tortura, violación de mujeres y niños, y otros crímenes que quedan impunes. En la capital, Managua, a veces todo parece estar tranquilo cuando de repente se escucha que soldados han sacado a alguien de su casa a medianoche.
Al no tener fuentes de noticias confiables, dice que es difícil saber lo que verdaderamente está pasando, pero hay deterioros sociales que están a la vista.
“Muchos niños, hasta menores de cinco años, están en la calle; familias completas viviendo en la calle”, pidiendo limosna en la capital, descrita por la hermana como un lugar militarizado.
Los soldados del ejército y la policía, de los pocos nicaragüenses que tienen trabajo estable, caminan “de sol a sol” en la capital, poniendo multas exorbitantes que los ciudadanos no pueden impugnar ni tampoco quejarse de ellas.
“Toda esta misma situación está creando una división mayor en las familias y en la sociedad, porque prácticamente es nicaragüense contra nicaragüense”, dijo y añadió: “Eso deteriora mucho y cansa. De las pocas personas que quedamos, necesitamos cuidar mucho qué decir y cómo decirlo”.
Los miembros de la Iglesia católica no son los únicos que han sufrido. Algunos de las Iglesias evangélicas también han sido capturados, encarcelados y hasta expulsados del país por alzar la voz ante violaciones, dijo la hermana, pero “como institución, como tal, no tienen tanta represión como la ha tenido la Iglesia Católica”.
Organizaciones eclesiales humanitarias como Cáritas Nicaragua, cerrada por el gobierno en marzo de 2023, desaparecen casi de la noche a la mañana. El nuncio apostólico, el embajador del Vaticano, fue expulsado en marzo de 2022. Nicaragua suspendió relaciones diplomáticas con el Vaticano en marzo de este año.
El control de Ortega ha fomentado una atmósfera inestable que se mantiene con la amenaza implícita de armas, encarcelamiento y expulsión, dijo. Ha creado el silencio dentro de la Iglesia, incluso de algunos obispos que parecían favorecer a Ortega y Murillo, al menos en el pasado, y que ahora dicen poco ante el “ataque frontal contra la Iglesia”, aseveró.
La religiosa sabe que toma un riesgo al hablar de la situación. En su caso, podría ser detenida, expulsada o peor aún. Pero ha corrido ese riesgo pensando en el pueblo nicaragüense, en otras hermanas religiosas, en un país que no tiene quien lo defienda, manifestó.
“Tanta gente que quisiera hablar y no puede hablar”, dice. “Yo me siento parte de ese pueblo, de sus luchas”, acotó.
La Iglesia en Nicaragua se da cuenta de las oraciones que vienen de fuera por miembros de la Iglesia universal que rezan para que un día mejor llegue. La hermana pide que las oraciones sigan, porque siempre existe peligro de una peor situación.
“Esta lucha tiene que seguir siendo pacífica y que no resulte en tanta sangre como en otros momentos, no queremos eso. Pero que sigan dando a conocer la realidad que vamos viviendo. Y a la gente que tenga deseos de hablar de Nicaragua y de su situación, que por favor también la escuchen”, instó.
Lo que sucede en Nicaragua hay que hablarlo, documentar lo que está pasando, para que los crímenes de lesa humanidad no queden impunes, expresó.
A la religiosa le duele escuchar a Ortega y Murillo hablar de la fe, de Dios, sin ningún remordimiento por lo que han hecho.
“Es una blasfemia” que Ortega y Murillo lo hagan, porque toman el nombre de Dios, sabiendo que sus acciones han herido y hasta llevado a personas a su muerte, aseguró y agregó: “Pero uno dice (que) el Señor lleno de misericordia sabrá qué hacer…Verdaderamente, (Ortega y Murillo) están enfermos de poder, ciegos por el poder y alejados de la bondad con la cual Dios nos ha creado”.
Imagen destacada: El obispo Silvio José Báez (derecha) marcha junto al cardenal Leopoldo Brenes durante las protestas contra el gobierno en Nicaragua en julio de 2018. Más tarde ese día, los dos prelados se encontraban entre el clero nicaragüense atacado y herido mientras protegían a los manifestantes refugiados en la Basílica de San Sebastián de grupos armados alineados con el gobierno. (Foto OSV News/Oswaldo Rivas, Reuters)