El Padre Maryknoll Joyalito Tajonera, de Filipinas, ministra a filipinos que trabajan en Taiwán
El Padre Maryknoll Joyalito Tajonera describe en una palabra a los casi 2 millones de trabajadores que viajan al extranjero desde Filipinas cada año y envían dinero a casa para mantener a flote una economía en problemas.
“Mártires”, dice el misionero, que ha servido como capellán de trabajadores filipinos en Taiwán durante más de dos décadas. “Yo los llamo mártires. Apoyan a sus hijos, padres y hermanos. Sacrifican todo por una vida mejor para las personas que aman”.
Más de 150.000 filipinos trabajaban en Taiwán a principios de año, fabricando lentes para cámaras y chips para computadoras, y cuidando a ancianos taiwaneses.
“La migración separa a las familias”, dice el Padre Tajonera. “Hay niños que solo conocen a sus padres por videollamada. Padres que intentan criar a sus hijos a larga distancia. Tus hijos conocen tu voz y tu cara, pero no hay contacto físico. No puedes llevarlos a la escuela o al parque”.
El misionero Maryknoll Joyalito Tajonera (centro) y voluntarios de varias nacionalidades preparan comida en el refugio para migrantes Ugnayan en Taichung, Taiwán. (Paul Jeffrey/Taiwan)
Pero, dice, “Esa es la vida de la gente pobre. Tienen que hacer sacrificios”.
El Padre Tajonera, ahora de 63 años, sabe lo que es ser inmigrante. Nacido en Filipinas, emigró a Estados Unidos en 1982 para buscar trabajo en la ciudad de Nueva York.
“Pensaba que Estados Unidos era un país muy próspero, todos conduciendo autos grandes y viviendo en casas grandes”, recuerda. “Me sorprendió la cantidad de personas sin hogar que viven en las calles de Manhattan”.
En respuesta, se ofreció como voluntario con grupos eclesiásticos que trabajaban con los pobres. Él comenzó a visitar Maryhouse, una comunidad del Trabajador Católico que ofrece un hogar a mujeres que de otro modo estarían en la calle.
Melody Caling, una trabajadora migrante que tuvo un accidente laboral en 2021 y fue despedida, vive en el refugio Ugnayan mientras lucha para recibir su debida compensación. (Paul Jeffrey/Taiwan)
Esas experiencias revivieron el sueño de la infancia del joven Tajonera de convertirse en sacerdote misionero.
Comenzó estudiando teología en el seminario Maryknoll y, ya siendo ciudadano estadounidense, ingresó al programa de formación de Maryknoll. Maryknoll lo envió a Taiwán para un año de estudio del idioma, con la idea de que iría a China. Pero, así como se había sorprendido por el número de personas sin hogar en Estados Unidos, en Taiwán se sorprendió por el número de trabajadores migrantes.
Después de su ordenación en 2002, el sacerdote regresó a Taiwán, encargado de proporcionar una presencia pastoral para los trabajadores migrantes filipinos. Estableció un refugio en Taichung y lo llamó Ugnayan, una palabra filipina que significa “conexión”. El Trabajador Católico le proporcionó un plan de acción.
“Dirigí el ministerio como se dirige una casa del Trabajador Católico, es decir, un lugar donde los migrantes puedan pasar el rato, relajarse, comer y jugar. Una casa en la que uno se siente como en su hogar. Y lo hemos hecho durante 22 años”, dice. “No tenemos demasiadas reglas, excepto la hora de la comida y la hora de la limpieza. El refugio está abierto las 24 horas del día. La gente sabe que, si entran, serán bienvenidos”, dice el Padre Tajonera.
La vida es a menudo difícil para los nuevos trabajadores cuando llegan a Taiwán, y la comunidad creada por el Padre Tajonera, a quien cariñosamente llaman el “Padre Joy” (que significa Padre Alegría, en inglés), proporciona comodidad y seguridad.
La respuesta del Padre Tajonera a los migrantes necesitados es muy práctica, dice Guilervan Omnes, un joven voluntario.
“Muchas veces a medianoche llegan migrantes buscando refugio y el Padre Joy nunca les pregunta de dónde son o qué religión profesan”, dice Omnes. “Él solo pregunta: ‘¿Has comido?’”.
Sosteniendo una vela, una trabajadora migrante, Alina Querubin, alza a su hija, Hsin Yi Zoa, tras el bautizo de la pequeña en la Iglesia Católica Tanzi en Taichung, Taiwán. (Paul Jeffrey/Taiwan)
En el centro del ministerio del Padre Tajonera está su creencia de que cada migrante es la persona más adecuada para resolver sus propios problemas. Eso a menudo choca con el trabajo de los “corredores”: intermediarios taiwaneses a quienes los trabajadores deben pagar para que actúen como sus agentes. En la práctica, sin embargo, la verdadera lealtad de los corredores es a los empleadores.
“El noventa y nueve por ciento de los migrantes no pueden hablar ni leer chino, por lo que asumen que no sabes nada. Y si no sabes nada, no tienes derechos”, dice el Padre Tajonera.
Como resultado de la presión que ejerce el Padre Tajonera y otros, algunas cosas han mejorado.
“Ahora hay un número gratuito para que los migrantes llamen al Ministerio de Trabajo del gobierno y presenten una queja. Pero la psicología no ha cambiado”, dice el Padre Tajonera. “Es por eso que hacemos una educación extensa que se centra en el empoderamiento”.
Melody Caling trabajaba en una fábrica. Cuando se lastimó la espalda levantando pesados contenedores de chatarra electrónica, su empleador le negó su solicitud por compensación, alegando que sufría de una condición preexistente. Su agente la instó a firmar un documento en chino que ella no entendía en el que perdía sus derechos a una compensación. Cuando se enteró de lo que había firmado, recurrió al Padre Joy en busca de ayuda.
“Después de que me despidieron, realmente comencé a pensar que era estúpida. Pero luego el Padre Joy y la iglesia me ayudaron a darme cuenta de que soy un ser humano y tengo derechos”, dice Caling.
Otro joven voluntario filipino, Jeros Amparo, trabaja con Caling en su caso. Recuerda cuando ella llegó por primera vez a Ugnayan. “Había perdido la confianza, su dignidad”, dice. “Hemos viajado con ella. Al final, puede que Melody no obtenga nada. Pero al menos habrá recuperado su dignidad”.
Alojarse en el refugio de Ugnayan significa dormir y comer bien. Los migrantes a menudo llegan deprimidos y desnutridos, pero después de unas semanas, están mejor equipados para enfrentar sus problemas.
“El Padre Joy insiste en que comer bien y conseguir buena ropa son una preparación esencial para enfrentar a un empleador abusivo. Para que vean una persona nueva”, explica Amparo.
“Cuando Melody se presentó por primera vez ante su empleador en el proceso de apelación, él quedó atónito. Era como si Melody hubiera regresado de la tumba”.
Además de empoderar a los trabajadores individuales para que hablen por sí mismos, el Padre Tajonera también alienta a los trabajadores a unirse para obligar a las grandes corporaciones a actuar de manera responsable. Con la ayuda de Charles Niece, un voluntario laico de Maryknoll, Maryknoll formó el Programa de Diligencia Debida de la Cadena de Suministro que ha empujado a más de dos docenas de empresas a mejorar sus prácticas de empleo, desde ampliar el tamaño de los dormitorios hasta asumir los costos de reclutamiento y transporte de trabajadores.
“También fomentamos el diálogo entre empleadores y trabajadores”, dice el Padre Tajonera. “El año pasado, 30 trabajadores vinieron para hablar sobre condiciones costosas e insalubres en su dormitorio. Investigamos el caso y descubrimos que la corporación tiene su sede en Nueva York. Así que Charles y yo les escribimos y pedimos un diálogo entre ellos y sus trabajadores y el ministerio de trabajo del gobierno. Enviaron gente aquí y todos nos reunimos en la iglesia para negociar. Como resultado, cambiaron sus políticas”, dice el Padre Tajonera.
No es sorprendente que las Misas dominicales del Padre Tajonera estén llenas, incluso en el barrio de Tanzi de Taichung, donde los fieles se reúnen en un antiguo cine convertido.
“La Misa de los migrantes es tan animada, tan colorida y rica. La iglesia local se enriquece con su fe bien vivida”, dijo el Obispo Martin Su Yao-wen de la Diócesis de Taichung. Se espera que el número de migrantes crezca, agrega, en parte debido a la baja tasa de natalidad de Taiwán. “Vamos a necesitar más y más migrantes para cuidar a nuestros ancianos”, dice el Obispo Su.
El Padre Tajonera, quien sirve como superior de Maryknoll para la región de Asia, dice: “Dondequiera que trabaja Maryknoll, la Iglesia está siendo transformada por los inmigrantes, y hemos sido pioneros en lugares como Japón y Taiwán en el inicio de ministerios”. Agrega: “La Iglesia de Asia hoy es una Iglesia de migrantes”.
Paul Jeffrey es un fotoperiodista que trabaja por todo el mundo con agencias de ayuda patrocinadas por la Iglesia. Fundador de Life on Earth Pictures, él vive en Oregon.
Imagen destacada:El Padre Maryknoll Joyalito Tajonera, a quien conocen como el Padre Joy, rocía agua bendita sobre los feligreses migrantes que asisten a Misa en la Iglesia Católica Taichung en Taichung, Taiwán. (Paul Jeffrey/Taiwan)