Jóvenes Misioneros: Con ojos y corazón abiertos a la migración

Tiempo de lectura: 3 minutos
Por: April Pruitt
Fecha de Publicación: Dic 4, 2023

Cuando el huracán Katrina azotó Nueva Orleans, Luisiana, en el 2005, yo tenía 7 años. La casa de mi familia en el campo de Opelousas no sufrió ningún daño, afortunadamente. Sin embargo, se dio un éxodo masivo de luisianos buscando tierra alta en otras ciudades y estados. Mi familia conoció entonces a Ellis, un joven cuya familia había huido de su barrio de Nueva Orleans. ¿Cómo ayudas a alguien que ha sufrido penurias y que dejó todo atrás? La respuesta es sencilla: el acompañamiento. Amamos y cuidamos a Ellis, rezando con él en la parroquia y dándole la bienvenida a nuestra familia. Su historia de desplazamiento marcó mi percepción de la comunidad y de la responsabilidad para con nuestros hermanos y hermanas.

Ahora de adulta me doy cuenta de que la migración es un tema complejo. En marzo, como estudiante de la Universidad de Yale del Programa de Ministerio de Saint Thomas More, fui a El Paso, Texas, en un viaje de inmersión. Esta experiencia transformadora turbó mi espíritu y abrió mis ojos y mi corazón aún más.

En el viaje conocí acerca del Programa Bracero que hasta los años 60 reclutaba trabajadores agricultores mexicanos para trabajar legalmente de jornaleros en fincas de EE.UU. Les daban un tratamiento horrible en la frontera, empapándolos con queroseno, rociándolos con el gas venenoso Zyklon B y desinfectándolos con el pesticida DDT. Hoy día, los trabajadores del campo continúan sufriendo injusticias. En un centro para trabajadores en El Paso, supimos que los jornaleros que recolectan chiles por largas jornadas en altas temperaturas reciben salarios muy bajos.

De la gente que vive en El Paso escuché historias bellas y otras que te rompían el corazón, como la de esa mujer que fue la última residente de su barrio, ya que otros habían sido desplazados para construir un complejo inmobiliario. Conocí a un joven muralista que adorna la comunidad a la vez que plasma la violencia que los migrantes sufren en los centros de detención de ICE.

Para mí, los encuentros de más impacto ocurrieron cuando fui voluntaria en un albergue para migrantes buscando asilo. Los migrantes que habían sido procesados por ICE llegaban vistiendo sudaderas azules. La mayoría de sus pertenencias habían sido confiscadas, excepto por una bolsa plástica para llevar un poco de dinero, celulares y documentos legales. A cada persona se le puso un brazalete con números de identificación. Mi tarea era darles la bienvenida y proveerles con artículos de higiene básica. Aunque no hablo español, la compasión es un lenguaje universal. Mientras los migrantes iban haciendo fila para tomar lociones, cuchillas de afeitar y cepillos de dientes, tuve la oportunidad de cortar sus brazaletes de ICE, ya que no los necesitaban más. Para mí, ese pequeño acto de amabilidad les devolvía algo de su humanidad.

Así como Jesús partía el pan con sus discípulos, compartir una cena con los demás fomenta el diálogo y un entendimiento más profundo. Conocí a una joven madre, su esposo y su hijo de tres años durante la cena en el albergue. Otro voluntario, y Google Translate, me ayudaron a comunicarme con ellos. La familia había viajado de Haití a Centroamérica, donde tomaron buses para atravesar México y luego caminar hasta la frontera de EE. UU. La madre me contó que estaba emocionada de encontrarse con su familia en Miami. Nos tomamos de la mano, hicimos chistes y rezamos. Tiene una risa hermosa y habla tres idiomas. Su alegría, optimismo y esperanza fueron extraordinarios e inspiradores.

A menudo pienso en esa familia. ¿Habrán llegado sanos y salvos a Miami? ¿Habrán logrado ganar su caso de asilo? ¿Fueron deportados a Haití? Quizás nunca obtenga las respuestas, pero rezo por ellos. Hablo de ellos y de mi experiencia en la frontera con mis amigos y familia.

Es fácil asumir cosas acerca de los inmigrantes, sus razones para venir a Estados Unidos o su impacto en nuestra sociedad. Es mucho más difícil confrontar la realidad de por qué la gente deja su tierra, hogares y familias. La historia de los migrantes merece contarse y relataré esas historias alegremente. Encontré a Cristo en cada migrante que conocí en El Paso.

Imagen destacada: April Pruitt (segunda de la derecha) participó de un programa de inmersión misionera a la frontera de Estados Unidos y México liderado por los Padres y Hermanos Maryknoll el pasado marzo. (Cortesía de Ray Almanza/El Paso)

Sobre la autora/or

April Pruitt

April Pruitt, una estudiante de doctorado en la Universidad de Yale, es miembro del programa de ministerio de la Capilla de Saint Thomas More. Becaria del Instituto Kavli de Neurociencia, también forma parte del Programa de Investigación Médica para Becarios.

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