Las ovejas encuentran a su pastor

Tiempo de lectura: 6 minutos
Por: Lynn F. Monahan
Fecha de Publicación: Mar 4, 2024


Un sacerdote Maryknoll abre las puertas a personas ciegas de bajos ingresos en Perú

El sueño de niña de María Inés Aspilcueta era ser maestra. Sin embargo, después de graduarse del colegio de secundaria en Lima, Perú, tuvo que trabajar para ayudar a mantener a su familia.

A los 20 años, comenzó a perder la visión debido al glaucoma. A los 26 años se había quedado completamente ciega. Entró en una depresión severa que duró tres años.

“Es cuando me di cuenta de que no podía hacer nada sola. Me chocaba”, dice. “Yo paraba en mi cuarto llorando, preguntándome, ‘¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar esto?’”

Con el tiempo, conoció y asistió al Centro de Rehabilitación de Ciegos de Lima, donde aprendió a usar un bastón para caminar, a leer y escribir braille y a realizar otras actividades diarias.

“Yo pensé que era la única persona que se había quedado ciega en la vida”, dice Aspilcueta, de 39 años. “Pero cuando llegué al centro, pude darme cuenta de que había un montón de personas ciegas”. A partir de entonces, su vida comenzó a mejorar poco a poco, dice.

El cambio más grande se produjo cuando la invitaron a aprender a dar masajes en Casa Bartimeo del Sur, un centro sin fines de lucro que enseña terapia de masaje a personas ciegas de bajos ingresos.

El centro, ubicado en un antiguo convento de las Hermanas Maryknoll en la Parroquia Niño Jesús en Ciudad de Dios, al sur de Lima, fue fundado por Grimaldo Zapata, quien quedó ciego en un accidente minero cuando era joven, y por el Padre Maryknoll Kyungsu Son. El misionero Maryknoll ayuda a apoyar el centro Bartimeo bajo los auspicios de los Padres y Hermanos Maryknoll y la Diócesis de Lurín.

Casa Bartimeo lleva el nombre del ciego Bartimeo, que fue sanado por Jesús en el Evangelio de Marcos (10,46-52).

“Casa Bartimeo está ayudando a las personas con discapacidad visual para que podamos ser independientes”, dice Aspilcueta, quien estuvo en la primera clase del centro en el 2013. “En vez de ser una carga para nuestras familias o la sociedad, podemos ser parte del desarrollo económico del país y de las familias también”.

Después de graduarse del curso de Casa Bartimeo, Aspilcueta abrió su propio consultorio en un centro comercial con dos camillas de masaje, contratando a otro graduado de Bartimeo para que la ayudara.

Para el Padre Son, en Casa Bartimeo no solo se trata de ayudar a personas como Aspilcueta a ser más independientes; sino que es un ministerio para algunas de las personas más marginadas del Perú. Su ministerio se ha expandido para abordar otras necesidades de los ciegos, como los problemas de salud, y para incluir a un grupo de personas que pueden ver pero que a menudo no son vistas: los reclusos en el sistema penitenciario del país.

El Padre Maryknoll Kyungsu Son, de alzacuello, posa con un grupo de estudiantes, profesores y asistentes de Casa Bartimeo del Sur después de una práctica de masaje en Lima, Perú. (Cortesía de Kyungsu Son, M.M./Perú)

El Padre Maryknoll Kyungsu Son, de alzacuello, posa con un grupo de estudiantes, profesores y asistentes de Casa Bartimeo del Sur después de una práctica de masaje en Lima, Perú. (Cortesía de Kyungsu Son, M.M./Perú)

Cuando Casa Bartimeo abrió sus puertas por primera vez, la escuela necesitaba encontrar una manera de proporcionar a los estudiantes prácticas para la certificación. Inicialmente, Zapata y el Padre Son estaban perplejos, sin saber dónde encontrar suficientes personas que recibieran masajes terapéuticos de parte de los 20 aprendices del programa.

Al Padre Son se le ocurrió la solución: un público cautivo.

En ese entonces, él era capellán de una prisión de hombres con 500 reclusos, y se dio cuenta de que sufrían de estrés y otros problemas de salud que podían aliviarse con masajes. La clase pasó un mes dando masajes terapéuticos a los presos varones sin incidentes. Cuando la cárcel de hombres cerró un año después y los reclusos fueron enviados a prisiones alejadas de Lima, los estudiantes de Casa Bartimeo comenzaron a trabajar en una cárcel de mujeres cercana.

Jorge Luis “Lucho” Peláez, quien puede ver y que se ofrece como voluntario cuando los masajistas van a la prisión, le da crédito al Padre Son por tener la perspicacia de ayudar a dos grupos de personas a la vez: los estudiantes que necesitan practicar técnicas de masaje y los reclusos que sufren física y mentalmente en la prisión.

“El encierro es brutal”, dice Peláez. “Les duele no sólo el alma o el espíritu, sino les duele físicamente”.

Para los reclusos, la experiencia es tan emotiva que tanto hombres como mujeres lloran a menudo durante las sesiones de masaje, dice. “Las manos de los practicantes animan el espíritu para que puedan sobrellevar esa carga intensa”.

El Padre Son dice que “es un trabajo social y pastoral: gente pobre ciega ayudando a reclusos pobres”.

Izq.: María Inés Aspilcueta camina hacia su centro de terapia ubicado en un centro comercial. (Lynn F. Monahan/Perú)

María Inés Aspilcueta camina hacia su centro de terapia ubicado en un centro comercial. (Lynn F. Monahan/Perú)

Richard Piccón, masajista que, al igual que Aspilcueta, formó parte del primer grupo de alumnos de masaje, es profesor auxiliar a tiempo parcial en Casa Bartimeo. Dice que está agradecido por la oportunidad de ayudar a otras personas. Cuenta la historia de un recluso cuya perspectiva lo impactó.

Piccón recuerda: “Un [recluso] me dijo: ‘Yo salgo en cuatro años. Pero Richard, tú tienes cadena perpetua’”.

Y continúa: “Yo ya lo acepto. Yo tengo perpetua porque nunca más voy a ver. Lo que puedo reconocer en todos estos años es solamente gratitud de parte mía a la vida, porque he conocido gente a la que ya no juzgo. Ya no pienso qué hizo o qué no hizo. Sólo veo a seres humanos que necesitan ayuda y tengo el sentimiento fuerte de saber que puedo ayudar”.

Las sesiones de masajes en la prisión son tan populares que el centro no puede atender todas las solicitudes. El Padre Son dice que él, Zapata y el resto del equipo de Casa Bartimeo han ideado un plan. Proponen capacitar a los propios reclusos en terapia de masaje en prisión, enseñándoles habilidades que también les servirán cuando salgan en libertad. Casa Bartimeo presentará la propuesta a los funcionarios de prisiones esta primavera.

“Los reclusos ayudaron a los ciegos, y ahora les estamos devolviendo el favor”, dice el Padre Son, de 78 años, quien fue ordenado sacerdote Maryknoll en 1979.

Dcha.: Aspilcueta demuestra un masaje breve con su madre, Senaida Muñoz. (Lynn F. Monahan/Perú)

Aspilcueta demuestra un masaje breve con su madre, Senaida Muñoz. (Lynn F. Monahan/Perú)

Estudiantes ciegos practican las técnicas de terapia de masaje que aprendieron en el Centro Bartimeo del Sur en reclusas de una cárcel para mujeres en Lima, Perú. (Cortesía de Kyungsu Son, M.M./Perú)

Estudiantes ciegos practican las técnicas de terapia de masaje que aprendieron en el Centro Bartimeo del Sur en reclusas de una cárcel para mujeres en Lima, Perú. (Cortesía de Kyungsu Son, M.M./Perú)

Casa Bartimeo no es el único lugar en Lima donde las personas ciegas pueden aprender masoterapia, dice Zapata, pero su misión es única: ayudar a los ciegos que no tienen los recursos para capacitarse.

Zapata perdió la visión a los 25 años y dice que tuvo que aprender a adaptarse a la vida sin vista. Una vez que aceptó su realidad, ganó una beca para aprender masaje shiatsu japonés. Después, siguió otras formas de masaje y fisioterapia. Sobre la base de su propio éxito, soñaba con abrir un centro de capacitación en masajes para ayudar a otras personas ciegas de bajos ingresos a ganarse la vida. Al principio, no pudo encontrar a nadie, ni en el gobierno ni en las agencias municipales, dispuesto a apoyar el proyecto. Un amigo le sugirió que buscara al Padre Son.

“Y él me dice: ‘Grimaldo, yo te voy a ayudar’”, recuerda Zapata.

El Padre Son, oriundo de Corea del Sur, dice que es él quien ha sido ayudado por los ciegos. Normalmente, dice, “el pastor sale en busca de las ovejas, pero en este caso las ovejas, los ciegos, vinieron a mí. Es al revés. Y me ofrecieron este proyecto para ayudar”. Su inspiración, dice, viene directamente del Evangelio, y añade: “Vine a servir”.

Su recompensa, dice, es el éxito de los 180 alumnos formados hasta ahora por Casa Bartimeo.

Aspilcueta abrió recientemente una segunda clínica de masajes, con cuatro mesas, en la exclusiva zona de Miraflores de Lima.

También logró otro objetivo a través de Casa Bartimeo. Desde 2015 es profesora auxiliar en el centro, trabajando junto a Zapata y Piccón.

“María Inés es un ejemplo sobresaliente del éxito de Casa Bartimeo”, dice el Padre Son. “Su habilidad, su entusiasmo y su compasión son ejemplos maravillosos para los nuevos estudiantes que ingresan”.

Imagen destacada: Estudiantes ciegos dan un masaje durante un entrenamiento en Casa Bartimeo del Sur en Lima, Perú. El Padre Maryknoll Kyungsu Son ayudó a fundar el centro en el 2013. (Nile Sprague/Perú) 

Sobre la autora/or

Lynn F. Monahan

Lynn F. Monahan es director editorial ejecutivo de las revistas Maryknoll—Maryknoll magazine y revista Misioneros—y sirvió como misionero laico de Maryknoll en Perú durante los 1990s. Trabajaba para varios periódicos y agencias de noticias, incluyendo el ser corresponsal de la Associated Press en Perú, y después fue redactor en la sección de América Latina para Bloomberg News en Nueva York. Completó su licenciatura en comunicaciones y literatura en La Universidad de Syracuse, Nueva York, y su maestría en escritura en Manhattanville College, Nueva York.

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