Nuestros estudiantes en El Salvador, donde serví hasta hace poco como misionero laico Maryknoll, tienen que sacrificar mucho para ir al colegio de secundaria. Hay mucha tentación de unirse a las pandillas o abandonar los estudios, pero muchos jóvenes hacen todo lo posible para luchar por una sociedad más justa y pacífica. Encuentro esperanza en la Resurrección a través de su perseverancia para mejorar la vida de sus familias y transformar sus comunidades.
Conocí a la familia de Raúl hace 16 años. Raúl, de 9 años, vivía con su madre y su hermano mayor en una zona del pueblo controlada por las pandillas. El padre de Raúl había sido asesinado en la época en que Raúl nació. Raúl participó en nuestro programa deportivo. Tenía pasión por el fútbol y era un excelente compañero de equipo. En su primer año de escuela secundaria, ingresó a nuestro programa de becas. Estudiaba mucho para obtener buenas calificaciones y recibía clases particulares los sábados por la mañana en la universidad jesuita local.
El sueño de Raúl era convertirse en chef. Después de la escuela secundaria, asistió a la universidad culinaria. Solo alrededor del 9% de los salvadoreños se gradúan de la universidad, y Raúl y su familia tuvieron que hacer muchos sacrificios para hacer realidad su sueño. En el 2020, se graduó con un título técnico en Artes Culinarias.
Ahora que Raúl se ha graduado del programa, retribuye a la próxima generación de estudiantes becados. El año pasado, se unió al comité que organiza el programa de becas. Trabajando a tiempo completo, sigue siendo mentor de los estudiantes y dirige las reflexiones en las reuniones.
Una señora reza durante un evento religioso. (María-Pía Negro Chin/Panamá)
Otra Hermana y yo servimos en Panamá en un área de 40.000 personas. Cuando un joven esposo murió en un accidente, visité a su viuda. Estaba inconsolable. Lloraba y se lamentaba. Después de varias visitas, pensé que tal vez estaba empeorando las cosas al recordarle su dolor.
Semanas después, un grupo de mujeres apareció en mi puerta. “Hay que hablar con ella”, insistieron. “Está descuidando a sus hijos. Le hemos llevado comida, pero tiene que recomponerse”.
Volví a visitarla, pero la viuda se lamentó aún más. Le pregunté: “¿Tienes una imagen o una estatua de la Santísima Virgen?” Se levantó y me trajo un retrato de la Madre Dolorosa. Señalé y dije: “Mira, ella perdió a su único hijo”.
La viuda dejó de llorar. Se sentó erguida, me miró y replicó: “¡Ella lo recuperó en tres días!”
Esta mujer, que había estado llorando por semanas, estaba enojada. Pero, por fin, había desahogado su ira y había seguido adelante en el proceso del duelo. La abracé y me despedí. Unos días después volvió a cuidar de su casa y de sus hijos.
El Padre Maryknoll Michael Bassano durante su servicio misionero en Malakal, Sudán del Sur. (Cortesía de Michael Bassano, M.M./Sudán del Sur)
En el apogeo de la guerra civil en 2015 en Malakal, Sudán del Sur, nos reunimos bajo las láminas de plástico de nuestra iglesia católica en el campamento de la ONU para empezar el servicio del Viernes Santo. Durante la lectura de la Pasión en árabe me comunicaron que muchas personas que huían de los combates venían hacia nuestro campamento y que nuestra iglesia era necesaria para dar refugio temporal.
Justo cuando terminó nuestro servicio, pudimos ver a la gente que venía hacia nosotros. Le dije a la congregación: “Hoy recordamos el sufrimiento y la muerte de Cristo en la cruz. ¡Abramos nuestros brazos para recibir ahora al Cristo sufriente en las personas que huyen de los combates y acuden a nosotros en busca de ayuda!”
La comunidad de feligreses respondió inmediatamente con compasión y los aceptó como sus hermanos y hermanas.
Imagen destacada: Tres jóvenes en el Mozote, lugar donde sucedió una masacre de niños en 1981.(Sean Sprague/El Salvador)