Domingo 25 de agosto del 2024
Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b| Ef 5, 21-32| Jn 6, 55. 60-69
Ciudad Juárez, la gran ciudad al norte de México, donde viví a los finales de la década de los 2000, tiene cerca de un millón y medio de habitantes. Con su ciudad hermana de El Paso, Texas, al otro lado de la frontera internacional, está situada en el vasto desierto de Chihuahua. La geografía inclemente de esta parte del mundo es un recordatorio constante de las decisiones difíciles que las personas tienen que tomar. Especialmente, las decisiones de muchas personas jóvenes que a duras penas pueden ganarse la vida.
Constantemente, la tentación de unirse a otros en el rentable negocio del tráfico de drogas está ahí, incluso sin sopesar todas las consecuencias. ¿Cuánto tiempo tomará hasta que ellos y sus familias terminen involucrados como víctimas en este negocio? ¿Buscarán ellos a quién asesinar o serán ellos los asesinados? Las decisiones pueden hacer una gran diferencia entre la vida y la muerte en todos los niveles de nuestra existencia física y espiritual.
La palabra de Dios afirma hoy que las decisiones yacen en la mismísima raíz de nuestra existencia. Nuestras decisiones tienen que evaluarse bajo la luz de la decisión gentil de Dios de amarnos. Este es el poderoso rayo de esperanza que el Evangelio nos ofrece, sin importar que tan grave sea nuestra situación. El Dios de nuestro Señor Jesucristo no anima constantemente a ir hacia la vida, sin importar que tan sombríos sean los calabozos que hemos creado para nosotros mismos. Gracias a la decisión de Dios de darnos constantemente el regalo de traer gracia a los más necesitados es que podemos despertar de nuestra ensoñación, de las ilusiones de felicidad que este mundo ofrece. En este momento podemos decidir escoger a la vida con toda su plenitud. Conozco personas en Juárez que han tomado esa decisión: siguen a Jesús voluntariamente, cargan sus cruces y mueren para sí mismos y para esas decisiones que contradicen el Reino de Dios en la Tierra.
Por todo el capítulo del Evangelio de San Juan que se nos ha proclamado en estos cinco pasados domingos, Jesús se atreve a revelar qué absolutamente grandioso es el amor que Dios tiene por los que decidimos seguir el Evangelio. Dios ha creado una manera para que Jesús esté con nosotros, para que lo sintamos cada Domingo al tomar de su cuerpo, sangre, alma y divinidad como comida y bebida.
El extracto de nuestro Evangelio relata que a muchos de los seguidores de Jesús les costó aceptar esta idea y decidieron dejarlo. Aquellos que somos católicos o cristianos ortodoxos hemos escogido la verdad fundamental de las palabras de Cristo. Y aun así, ¿no nos estremecemos igual a los discípulos de Jesús cada vez que este misterio se nos presenta? ¿Puede ser el amor del Padre ser tan aparentemente increíble que nos ofrece este sacramento?
Una amiga que era una miembro devota de una iglesia aconfesional me confesó que ella me consideraba suertudo al tener la fe para creer en la presencia real de Jesús en el Santo Sacramento. Sus palabras fueron para mí como las de Josué en la primera lectura. Ella me presentó un desafío: ¿Cómo decido practicar mi fe en referencia a esta gran maravilla del amor divino? Judas escogió quedarse físicamente con Jesús, pero ¿qué decisión había tomado su corazón?
La lectura de los Efesios habla de decisiones. Aunque esposos y esposas han jurado vivir juntos y formar una familia cristiana, tienen que tomar la decisión diaria de someterse el uno al otro para reverenciar a Cristo. ¿Hasta dónde llega esa sumisión? Al esposo se le ordena ofrecer su vida por la de su esposa, tal como Cristo hizo para su Iglesia. Esta es otra idea difícil de aceptar y sólo la gracia de Dios puede ayudar a que los esposos lo cumplan.
Continuemos nuestra celebración de la Santa Eucaristía al saber que la decisión que Dios ha tomado de amarnos personalmente como hijos e hijas nos encamina hacia Jesús. Con esta inspiración, Dios nos permite escoger el día de hoy como el día de salvación para que hagamos decisiones que cuenten no solo para nosotros, sino para la paz y el bienestar del mundo.
El Padre Maryknoll John Northrop, oriundo de Los Angeles, California, sirvió en misión en las Filipinas, los Estados Unidos y México, antes de su asignación actual en El Salvador.
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Imagen destacada: Vista de la frontera entre El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, México, en el desierto de Chihuahua. (Cortesía de Thomas Gould/U.S.)