Ryan Thibert ingresó al programa de formación de los Padres y Hermanos Maryknoll a los 29 años. Nacido en Chatham, Ontario, Canadá, tiene un hermano gemelo y una hermana mayor. Sus padres, Rox-Ann y Larry, y su parroquia, All Saints en Strathroy, Ontario, fomentaron su vocación. Luego de prestar juramento perpetuo el 31 de mayo del 2019, fue asignado a Bolivia. Ahora de 42 años, vive en el centro y residencia Maryknoll en Cochabamba y sirve en dos ministerios locales.
Un día estaba sirviendo en el orfanato Salomon Klein para niños desde recién nacidos hasta los 6 años que han sido abandonados, maltratados y que quedaron huérfanos. Los servicios de protección infantil acudieron con la policía y trajeron a un niño de unos 2 o 3 años. El niño estaba desnutrido y vestido con harapos. Hacía algún tiempo que no recibía cuidados.
Lo primero que hice fue darle de comer y él no daba abasto. Tenía tanta necesidad de alimento, de esa sopa. Fue un momento tierno para mí estar con ese niño en su gran momento de necesidad. Eso es parte de mi vocación, simplemente estar ahí. Ser hermano y estar presente.
Como Hermano mi trabajo es acompañar a los niños en su día a día. Yo los ayudo. Me pregunto, ¿qué necesidades tendrá cada niño en particular?
En mi ministerio uso la arteterapia. Dejo que los niños usen crayones y lápices de colores, y analizamos juntos temas como la familia o cómo se ven a sí mismos. Les da voz para expresar cualquier trauma acumulado.
También sirvo en el Hogar San José, un hogar para 50 ancianos administrado por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Este ministerio da una sensación de abandono, de soledad. Incluso antes de la pandemia del COVID-19, las familias no visitaban con frecuencia. Durante ese tiempo, 15 de nuestros residentes murieron.
En el orfanato, el Hermano Thibert y el personal cuidan a niños desde recién nacidos hasta los seis años que han sido abandonados, abusados y que quedaron huérfanos. (Cortesía de Ryan Thibert/Bolivia)
Ayudo a los hombres que tienen diversas necesidades. Algunos están en sillas de ruedas y otros son ciegos. La mayoría tiene problemas relacionados con la salud. Les ayudo con fisioterapia, ayudándoles a desplazarse y moverse.
Una gran parte de este ministerio es el compromiso, es sentarse y hablar con ellos individualmente. “¿Cómo está tu vida en este momento? ¿Estás pasando por algo?” Es escucharlos, oír sus historias.
Hay una frase que dice “estás caminando sobre tierra santa”. Algunos de estos hombres vienen de situaciones muy difíciles. Sus vidas deben ser apreciadas. Las personas necesitan sentir que están siendo escuchadas. Tener un ministerio es 100 por ciento construir relaciones, pero el 90 por ciento es escuchar y tal vez el 10 por ciento es hablar.
Desde muy joven me ha gustado entablar relaciones con la gente… todos necesitamos ayuda. Todos necesitamos que nos escuchen.
Me inspiré en el ejemplo del Hermano André Bessette (San Andrés de Montreal). Vivió una vida humilde como Hermano de la Santa Cruz, pero su capacidad de escuchar a la gente lo convirtió en un santo.
Hay mucha tristeza, soledad y desesperación en el mundo. ¿Cómo podemos entrar en esos momentos y ver lo que la gente necesita? Mira a tu alrededor: ¡Todos estos son nuestros hermanos y hermanas!
El Hermano Thibert alimenta a un residente anciano en el Hogar San José donde ancianos de bajos recursos que han sido abandonados reciben refugio, recursos y acompañamiento. (Cortesía de Ryan Thibert/Bolivia)
Llegué a Bolivia por primera vez de candidato, como parte de mi formación para ser un Hermano Maryknoll. El programa de formación en el extranjero aquí en Cochabamba tuvo un gran impacto en mí, especialmente al vivir con mis padres anfitriones, Elba y Fice Mustafa. Pasé tiempo en diferentes ministerios, tal como el de un hogar para hombres con problemas de salud, incluso con VIH/SIDA, dirigido por las Misioneras de la Caridad. Convertirse en misionero significa estar dispuesto a cambiar, adaptarse y aprender. Me emociona y me conmueve la cultura boliviana. Las personas están más orientadas a la familia y a relacionarse entre sí.
Después de mis tres años de formación en el extranjero, me asignaron a Chicago para un último año académico y de reintegración antes de prestar mi juramento permanente. Parte de mis clases consistía en la tarea de escribir mi propia historia.
Mientras escribía, oraba y reflexionaba, me di cuenta de que ya no era la misma persona. Ir a una misión en el extranjero te cambia. Cambia tu corazón. Ves cosas nuevas. Tus perspectivas cambian. Obtuve un sentido más profundo de cuál era mi vocación y lo que Dios me estaba llamando a hacer. Quería ser hermano por el resto de mi vida.
Aquí en Cochabamba, los misioneros Maryknoll somos una comunidad de compañeros en misión. Todos tenemos una vocación sólida, amor por nuestra fe, y lo compartimos entre nosotros. Podemos confiar los unos en los otros.
Mi vida de oración me mantiene arraigado. Sin ello estaría perdido. Una vida de oración me da concentración. Vuelvo al manantial que me da agua de vida. Dios me llama día tras día a renovar esa relación y a tener impacto en las personas con las que interactúo.
Los niños del orfanato no entienden lo que significa tener el amor constante de un padre, una hermana o un hermano. Como hermano religioso soy hermano de todos, sin importar la edad o cuán jóvenes sean.
Cuidar a los ancianos en el hogar también me ayuda a comprender el núcleo de mi vocación como Hermano y a ministrar para el bienestar del individuo humano. Todas y cada una de las vidas de las personas a las que ministro importa.