Una Hermana Maryknoll lleva alegría y esperanza a una zona pobre de Zimbabue
En Zimbabue, la Hermana Maryknoll Chiyoung Pak es conocida por un nombre radiante. “Mientras camino por la calle, la gente me saluda jovialmente: ‘Hermana Chiedza, ¿cómo te va?’”, dice. “Chiedza es una palabra shona que significa luz y brillo”.
Es difícil saberlo por su carácter alegre, pero el optimismo de la Hermana Pak ha sido puesto a prueba en el país del sur de África. La misionera perseveró por dos décadas para encontrar un hogar para su ministerio a niños y adultos pobres.
Asignada a Zimbabue en 1999, la Hermana Pak estuvo un par de años en Harare, la capital. Mientras exploraba la ciudad, practicaba el idioma shona y conocía a los niños de la calle. Uno de ellos le dijo que venía de un township (poblado) cercano llamado Norton. Un township es un área designada donde la población negra vivía durante el apartheid, antes de que Rodesia obtuviera la independencia en 1980 como el nuevo país de Zimbabue.
Al visitar Norton, a unas 25 millas al oeste de Harare, la Hermana Pak notó que muchos niños no asistían a la escuela. Para los que asistían, las sesiones duraban medio día. Había un gran número de huérfanos debido al sida y al desplazamiento de familias. La ciudad, ya superpoblada, crecía rápidamente, con pocos servicios e infraestructura.
“Pensé: ‘¡Este es mi lugar!’”, recuerda la misionera. En 2002 se mudó allí, donde iniciaría el Centro Juvenil Norton. Ella comenzó con 10 niños, haciendo manualidades. A los niños les entusiasma aprender, “a pesar de que son pobres y tienen hambre y muchos no tienen a sus padres”, dijo ella entonces.
No encontraban un lugar apropiado para el centro, así que la misionera alquiló el patio de una escuela, dividiéndolo en espacios para actividades separadas. Para el 2008 ya había conseguido la ayuda de seis docentes zimbabuenses.
La Hermana Pak pasó sus primeros años en Harare, capital de Zimbabue, hablando con niños de la calle y aprendiendo sobre la necesidad de escolarización para esta población vulnerable. (Archivos de la Misión Maryknoll/Zimbabue)
El Centro Juvenil Norton ofrecía clases que incluían teatro, música tradicional y moderna, arte, danza, deportes, tutoría académica y prevención y asesoramiento sobre el VIH y el sida.
La Hermana Pak, quien es cinturón negro en taekwondo —el cual obtuvo en Corea— impartió clases de artes marciales para fomentar la disciplina.
Para el 2012, más de 1.000 niños de 9 a 14 años asistían a clases a diario.
Sin embargo, en diciembre del 2012, la misionera, los estudiantes y maestros del Centro Juvenil Norton recibieron noticias devastadoras. El director de la escuela había decidido no alquilarles más el patio de la escuela. Los niños de Norton perdieron uno de los pocos lugares donde podían luchar por una vida mejor. “No puedo olvidar la expresión de decepción en sus rostros cuando cerramos nuestro centro”, dice ella.
Las clases del primer Centro Juvenil Norton se impartían en un patio de escuela y al aire libre. La Hermana Pak buscó por mucho tiempo un lugar fijo en donde poder servir a los estudiantes. (Archivos de la Misión Maryknoll/Zimbabue)
Cuando el sueño de la misionera de repente parecía llegar a su fin, su fe renovó su esperanza. Nacida en Seúl, Corea, de padres budistas, Pak se convirtió al catolicismo a los 12 años. Sus padres la apoyaron, incluso cuando ella se unió a las Hermanas Maryknoll a los 30 años.
En 2014, todavía insegura sobre el futuro de su misión en Norton, escribió: “Cada día, trato de crecer en el amor de Dios y comprender el amor incondicional de Dios. He recibido mucho amor y cuidado en Corea, y compartiré ese amor aquí en Zimbabue”.
Antes de perder el espacio en el patio de la escuela, la misionera ya había comenzado el proceso para registrar el proyecto en Zimbabue como una organización no gubernamental ante el Ministerio de los Servicios Públicos, Trabajo y Estado Social. En diciembre del 2015 la organización recibió el reconocimiento oficial.
“Desde que nos registramos como ONG, nos centramos en programas de desarrollo comunitario”, dice.
Al reevaluar las necesidades de la comunidad creciente, la Hermana Pak expandió el rango de edad para el proyecto. Invitó a jóvenes adultos de hasta 22 años a participar en talleres de capacitación. “La escasez de puestos de trabajo es muy evidente”, dice. “La mayoría de jóvenes que venían al centro siguen desempleados”.
Además, le preocupaba la falta de capacitación para adultos mayores en Norton.
“Dada la tasa de desempleo del 85%, no existen programas diseñados para este grupo de mayor edad, que necesita capacitación laboral”, dice la Hermana Pak. Después de que los confinamientos por la pandemia del COVID-19 terminaron, el Centro Norton empezó a recibir adultos.
El Centro Norton, que compartía un espacio en la Policlínica San Padre Pío, ofrecía talleres de bisutería con cuentas africanas, entrenamiento básico en computación, destrezas para la vida diaria y desarrollo personal.
Sin embargo, el acuerdo con la clínica no era propicio para cumplir con los objetivos del programa. Aparte de una oficina, las clases seguían impartiéndose al aire libre. El viento y la lluvia a menudo interrumpían las actividades.
“El 28 de septiembre del 2023 es un día que nunca olvidaré”, dice la Hermana Pak. “Después de 16 años, finalmente alquilamos un lugar con cinco aulas como nuestro centro”. Estas instalaciones son un espacio que estudiantes y personal pueden considerar propio. Aunque las aulas son pequeñas, dice, se las arreglan con sesiones dobles cada día. “Ahora estamos más centrados en la calidad de la enseñanza, con cuatro profesores calificados”, añade.
Los participantes se organizan en dos grupos: jóvenes de 17 a 28 años y adultos de 29 a 65 años.
El Centro Norton, ahora en una instalación con cinco aulas, ofrece clases de informática, capacitación con la elaboración de bisutería y talleres de superación personal y manejo del estrés. (Cortesía de Chiyoung Pak, M.M./Zimbabue)
Con 10 computadoras portátiles, el centro tiene capacidad para 10 alumnos en sesiones de mañana y otros 10 por la tarde. Este es uno de los talleres favoritos de los jóvenes, dice la misionera, porque no hay otro lugar en la comunidad para que aprendan informática gratis.
El taller de elaboración de bisutería también cuenta con 10 estudiantes en cada sesión.
“Al trabajar con mujeres adultas, la alegría y el entusiasmo que aportan a medida que aprenden a hacer joyas ha sido una gran fuente de motivación”, dice Olinda Makara, una de las profesoras. “Hay un sentimiento de orgullo y logro que veo en sus rostros cuando terminan satisfactoriamente sus proyectos. Es un honor trabajar con mujeres, observar cómo se abrazan con orgullo a ellas mismas y a las demás, forman nuevos sistemas de apoyo, se unen y ganan confianza”.
A la misionera, de 59 años, le gusta trabajar con mujeres de 40 a 65 años en sesiones de cambios de la mediana edad. Les enseña estrategias para lidiar con el estrés y la ira, y les ofrece la oportunidad de expresar cualquier sufrimiento y desafío que hayan enfrentado. Es “un lugar seguro para compartir, llorar, reír y divertirse juntas, conversando y contando sus experiencias de vida”, dice.
“A medida que nuevos grupos de mujeres se unen a los talleres, aportan nuevas ideas y energía”, continúa la misionera Maryknoll. “Nuestro centro ha ganado popularidad ya que no hay otro programa de desarrollo comunitario que funcione en Norton”.
La misionera con el nombre shona que significa luz y brillo se regocija al contemplar lo logrado: “Estoy agradecida de ver a los estudiantes que salieron de nuestro centro infantil, y que ahora se reincorporan a nuestro centro como madres y padres, incluso abuelos. Es realmente un círculo completo de la vida”.
Imagen destacada: La Hermana Maryknoll Chiyoung Pak (primera fila, séptima desde la izquierda) ha encontrado un hogar fijo para los programas de capacitación para adultos del Centro Norton en Zimbabue (Cortesía de Chiyoung Pak, M.M./Zimbabue)