Por Heidi Cerneka
27 de julio del 2025
N 18,20-32 | Col 2:12-14 | Lc 11,1-13
¿Quién de nosotros que sea padre le daría a su hijo una serpiente cuando él nos pida un pescado? ¿O un escorpión cuando nuestro hijo pida un huevo?
Hoy las lecturas de las Escrituras, el Evangelio, el obispo Mark Seitz de El Paso y nuestras propias comunidades nos llaman a levantarnos en medio de la noche, salir de nuestras cómodas camas y ofrecerle a nuestros prójimos el pan que nos piden.
Somos llamados a escuchar a quienes golpean en nuestra puerta y a responder.
No es una decisión fácil. No sabemos si tendremos suficiente pan para mañana, para nuestro hogar y familia, pero también el Evangelio nos recuerda que nos dirigimos a Dios confiando que tendremos nuestro pan de cada día. Jesús dice claramente: “Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra, y al que toca, se le abre”.
Oscar Alberto Martínez Ramírez y su hija Valeria, de 23 meses, llamaron a la puerta y pidieron asilo. Fueron devueltos a México por una peligrosa política estadounidense que le permite al gobierno rechazar a solicitantes de asilo y dejarlos sin hogar y sin un centavo en Juárez, México, mientras esperan durante meses y hasta años para hacer valer su derecho a solicitar asilo en los Estados Unidos.
Cuando el gobierno de Estados Unidos los rechazó y los devolvió a México, seguramente se enfrentaron a amenazas, violencia, hambre y desesperación. Y así, rechazado su derecho de pedir asilo en un puerto de entrada legal, decidieron cruzar el Río Bravo para llegar a suelo estadounidense y pedir asilo.
El 24 de junio de 2019, padre e hija se ahogaron en el Río Bravo mientras cruzaban de México a Texas cerca de Brownsville. La foto de sus cuerpos en el río se volvió viral.
El obispo Mark Seitz de El Paso es muy consciente de esta realidad y apoya activamente el ministerio con los migrantes en su diócesis. Tres días después de las muertes en el río, fue a Juárez, México, para orar con los migrantes y acompañar a una familia que buscaba asilo en la frontera. Su acción fue de solidaridad y un llamado a una mayor justicia.
En su declaración de ese día, el obispo Seitz dijo: “En los Estados Unidos de hoy, ¿no hay más Regla de Oro? ¿Hemos olvidado las lecciones de las Escrituras? ¿Hemos olvidado el mandamiento de amar? ¿Nos hemos olvidado de Dios? Pero aquí, en la frontera, él golpea a nuestra puerta”.
Vivir en El Paso, entre Estados Unidos y México, es insoportable.
Escucho, veo y siento el sufrimiento de las personas que huyen para salvar sus vidas, que huyen para proteger la vida de sus hijos y a quienes se les cierra la puerta en la cara. Como abogada de inmigración, conozco a personas que cuentan historias de tortura, violencia policial, amenazas y extorsiones del gobierno, y personas que hablan sobre el peligro que implica tener que esperar en Juárez para presentar sus casos. Mi corazón se rompe una y otra vez cada vez que escucho que una autoridad gubernamental decidió que no están en peligro, que no “merecen” asilo, que no son nuestro problema.
Sin embargo, la raza humana es resiliente y la gente mantiene la esperanza viva contra viento y marea. La solidaridad y las acciones basadas en la fe por la justicia inspiran a las personas a proteger a Dios entre nosotros poniendo agua en el desierto y albergando a las personas sin hogar. Miles de voluntarios dan tiempo y compasión, muchos otros oran por justicia y amor, y solo Dios sabe cuántos contribuyen con dinero para apoyar a las organizaciones que albergan y alimentan a los migrantes y luchan por la justicia.
No nos damos por vencidos. Nuestro trabajo es abrir la puerta, dar la bienvenida al extraño, darle a nuestro hijo un pez y no una serpiente. Creemos en la esperanza y en la justicia.
Dios escucha el clamor de la injusticia y se dirige a Sodoma y Gomorra. Así mismo, Dios escucha la pregunta de Abraham y está de acuerdo en que 10 personas que actúan con justicia pueden salvar a 1000 personas. No significa que podamos sentirnos parte de los 990 y quedarnos confiados en que 10 personas sean dignas de ser salvadas, ni tampoco asumir que somos parte de los 10. Pero nos reanima saber que, cuando los gritos del pecado y el mal son abrumadores, esa esperanza no se pierde.
Somos personas de fe. Debemos hacer lo correcto para nuestros hermanos y hermanas, por nuestro prójimo, y no solo proteger nuestros propios hogares. Debemos confiar en el Dios que nos guía. Debemos confiar en que Dios nos dará cada día nuestro pan de cada día, que si llamamos, Dios estará allí para abrir un camino. Debemos ser las manos de Dios que dan pan, abren la puerta incluso cuando es en medio de la noche y estamos calientes en nuestras camas, y que buscan la justicia para cada uno de los amados del pueblo de Dios.
Esta reflexión se publicó previamente en el 2019.
La misionera laica Maryknoll Heidi Cerneka tiene una maestría en Estudios Pastorales y un Juris Doctor de Loyola University Chicago. Después de unirse a los Misioneros Laicos Maryknoll en 1996, ha servido en Kenia y Brasil. Ahora sirve como abogada pro bono en El Paso, Tesas, además de servir en en proyecto para combatir el tráfico humano.
Imagen destacada: Dolientes en Brownsville, Texas, honran las vidas del migrante salvadoreño Oscar Alberto Martínez Ramírez y su hija de 23 meses, Valeria, en una vigilia el 30 de junio de 2019. Padre e hija se ahogaron el 24 de junio en el Río Bravo mientras intentaban llegar a Estados Unidos. (Foto de CNS / Loren Elliott, Reuters)