Por Victoria Cardiel, ACI Prensa
La presidenta de la Federación de Universidades Católicas Europeas (FUCE), Elena Beccalli, propone una “acción conjunta que abarque todos los niveles de instrucción” para responder a la brecha educativa que impide la escolarización de 61 millones de niños en todo el mundo.
En una entrevista con ACI Prensa poco antes de que el Papa León XIV publicase su carta apostólica sobre la educación Diseñar nuevos mapas de esperanza, Beccalli subraya el papel de las instituciones de enseñanza superior católicas en la promoción de un sistema educativo más justo, inclusivo y coherente con la doctrina social de la Iglesia.
“A través de sus redes, tienen la responsabilidad de asumir un papel activo para hacer frente a la falta de instituciones económicas adecuadas para abordar la emergencia educativa, colmando así lo que los economistas denominan falla institucional”, indica.
El principio de subsidiariedad es la llave maestra que permitirá esta coordinación para pasar “de una sociedad en la que el derecho universal a la educación sigue siendo un privilegio para pocos, a otra en la que ese derecho esté garantizado para todos”, señala.
Las universidades católicas, continúa, funcionan como “cuerpos intermedios” e intervienen no “para sustituir de manera definitiva al Estado o a otras instituciones privadas, sino para integrar y fortalecer el tejido institucional”.
Ese “puente”, añade, debe servir para hacer efectivo lo establecido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que a casi ochenta años de su aprobación “lo que allí se sancionó continúa siendo en gran parte incumplido”.
La rectora insiste en que las universidades católicas, actuando en sinergia y fieles a su identidad, “pueden desempeñar un papel decisivo para revertir esta brecha educativa mundial”.
61 millones de niños en el mundo nunca han ido a la escuela
La falta de acceso a la educación sigue golpeando a millones de familias en todo el planeta. “61 millones de niños en el mundo nunca han ido a la escuela”, expuso Becalli durante la presentación en el Vaticano de los eventos ligados al Jubileo de la Educación. Una cifra que pone rostro humano a la desigualdad global y evidencia la distancia entre el ideal proclamado del derecho universal a la educación y la realidad concreta que viven millones de menores.
El mayor obstáculo para superar esta injusticia son “los recursos económicos necesarios para hacer posible el acceso a la educación primaria y secundaria”, afirma en esta entrevista. Según datos de la UNESCO, para alcanzar los objetivos nacionales en educación en los países de ingresos bajos y medios, el déficit de financiación anual asciende a unos 97.000 millones de dólares hasta 2030.
“Este monto sigue siendo irrisorio si se considera que en 2024 el gasto militar mundial alcanzó los 2.718.000 millones de dólares”, detalla Becalli. Es decir, los 97.000 millones que se necesitan para mejorar el acceso a la educación representa apenas el 3,5% de lo que se invierte en armas.
Pobreza y desigualdad: barreras persistentes
Además del agujero económico, Becalli identifica otros factores estructurales que perpetúan la exclusión educativa. Por ejemplo, las crecientes desigualdades y la pobreza. “El derecho a la educación, para ser garantizado de modo concreto, no puede ser desvinculado de la atención a las necesidades primarias de cada persona mediante medidas eficaces contra la pobreza”, insiste.
Los datos de la Oficina Central de Estadística de la Iglesia en la Santa Sede indican que la red educativa católica es la más grande del mundo. Está presente en 171 países con más de 231.000 instituciones escolares y universitarias en las que estudian casi 72 millones de alumnos.
El continente africano ocupa un lugar central en esta realidad: Acoge al 43% del total de estudiantes —casi 31 millones de jóvenes— y alberga el 38% de las escuelas y universidades católicas. Este no es solo un dato cuantitativo, asegura la rectora, revela la “dimensión estratégica y pastoral del compromiso educativo de la Iglesia en el continente”.
Estas instituciones, considera Becalli, están a menudo presentes “en las zonas más remotas o marginadas, son auténticos centros de formación humana, cultural y espiritual”. “Contribuyen de manera decisiva a la alfabetización, al acceso a la educación de las personas más vulnerables y al desarrollo de competencias profesionales”, señala.
Escuelas católicas son puente interreligioso
En Asia, en cambio, las instituciones educativas católicas se distinguen por su “capacidad de construir puentes entre culturas, religiones y tradiciones diversas”. “En contextos multirreligiosos —como la India— ejercen un papel significativo en el diálogo intercultural e interreligioso, y son reconocidas por la calidad de su enseñanza. En otros países donde las desigualdades se agravan por conflictos, como Myanmar, la escuela católica es un auténtico baluarte de inclusión y movilidad social, abierta a los más pobres y vulnerables”, insiste.
Para Becalli, estos datos muestran que la educación católica es hoy uno de los instrumentos más concretos de promoción de la dignidad humana. “Garantizar el derecho a la educación —explica— no es solo una meta política, sino una expresión de la fe que se hace servicio”. Como señala el Pontífice en Dilexi te, educar a los pobres no es un acto de generosidad sino una “obligación moral y evangélica”, concluye.
Imagen destacada: Una estudiante de preescolar colorea durante la clase en la escuela St. Peter Indian Mission Catholic School en el Reservación Indígena del Río Gila en Bapchule, Arizona el 4 de septiembre del 2024. La escuela es una misión de las Hermanas Franciscanas de la Caridad Cristiana de Manitowoc, Wisconsin, que fue establecida en 1923. (OSV News photo/Bob Roller)