Por Rick Dixon, MKLM
23 de noviembre del 2025
2 Samuel 5:1-3; Salmo 122:1-2, 3-4, 4-5; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43
En esta solemnidad de Cristo Rey, me apresuro a leer San Juan, donde Jesús se retiró otra vez solo a la montaña, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey (San Juan 6,15). Este acto simboliza que su reinado no es de este mundo y que sus prioridades son la soledad y la confianza en su Padre.
Jesús utiliza a un niño para representar el Reino de Dios y enseñar que entrar en él requiere la humildad, la dependencia y la sinceridad de un niño, no el poder ni el estatus mundanos. Al ubicar a un niño entre los discípulos, demostró que “el más grande” en el Reino es el humilde y que para entrar, uno debe “hacerse como un niño”.
Este acto enfatiza que Dios valora al más pequeño y que la verdadera grandeza se encuentra en una fe humilde, confiada y sincera. La inocencia y la dependencia del niño son esenciales para la metáfora del Rey. Un reinado que contrasta con el enfoque de los discípulos (y el de nuestro mundo) en el estatus, la riqueza y el poder.
Me encanta la imagen del Niño Rey. El poder de un niño inocente:
“¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: con la alabanza de los niños y de los más pequeños, erigiste una fortaleza contra tus adversarios para reprimir al enemigo y al rebelde”. (Salmo 8, 1-3)
Cristo Rey, nacido en un pesebre por obra del Espíritu Santo, encarnado en María, tres veces marginada por ser una mujer pobre, soltera y embarazada. Y hoy escuchamos los horribles gritos de los niños en Gaza, Sudán y en nuestro propio país, mientras la inmigración cruel causa estragos en los niños y sus familias.
Después de dos años trabajando en albergues para inmigrantes en Mexicali, México, conocí a varios niños llamados “reyes”. Quisiera compartir un poema acerca de uno de ellos:
El Niño Rey
Ramón salta con la facilidad de una mariposa.
Él y su padre vinieron de Honduras,
huyendo del terror y buscando trabajo para recoger nuestra fruta,
a un millón de piruetas lejos de casa.
A su abuelo lo mataron por denunciar la corrupción.
Su padre es el siguiente.
No hay tiempo que perder, vidas empacadas en mochilas y bolsas de plástico,
Deberían haber salido ayer.
Ellos encontraron refugio durante tres días en Mexicali.
Una comida y un descanso, y luego papá continúa tejiendo una cuerda de supervivencia entre las asas de las botellas de leche de plástico,
ajustándolas a la cintura menuda de Ramón.
Con cada vuelta y ajuste, sus ojos se entrecierran de miedo.
Ninguno sabe nadar.
Sin posibilidad de solicitar asilo,
se preparan para cruzar el Canal Americano.
A los siete años, Ramón es lo suficientemente consciente para saber que no tiene hogar,
y lo suficientemente pequeño para poner un mundo patas arriba,
dando piruetas.
“Mírame, mírame, aquí estoy”.
La inocencia llamando a la inocencia.
Todo nuevo, flotando a través del Canal Americano.
Este será su tercer intento de llegar a los campos.
Campos que alimentan a miles en un valle llamado Imperial.
En su segundo intento, saltando el muro y cruzando el canal,
Llegaron hasta la Interestatal 8.
Escondido en una zanga, la Patrulla Fronteriza ve al chico y le grita: “¡Amiguito, sal de allá!”. “No hablamos español”, responde él.
Saliendo de la zanja da una pirueta y pide agua.
El agente accede amablemente y luego los deja de vuelta en México.
Mañana lo intentarán de nuevo. Después de eso, no supe nada más.
Acampando en el Punto 3 del Canal Americano, una cinta azul de agua cae sobre las turbinas para iluminar este valle llamado Imperial, y luego fluye para regar sus campos.
Una suave brisa salpica las ramas de cedro de sal.
Las raíces se sumergen para beber. El abismo llama al abismo.
Hojas verdes y plumosas, flores blancas que florecen por doquier.
Me imagino a Ramón dando piruetas y a su padre recogiendo nuestra fruta.
Las naranjas giran con el color de los amaneceres, las ciruelas con el de los atardeceres,
Coronas de fuego proclamando el mayor regalo de todos.
El corazón de un niño, lo suficientemente grande como para contener todo lo que alguien pueda
sentir y amar. Paz en la Tierra.
Rick Dixon es un misionero laico Maryknoll que trabajó en programas de alfabetización en El Salvador durante casi diez años antes de mudarse a México para una temporada de dos años trabajando en ministerios para migrantes. Recientemente regresó a El Salvador para reintegrarse a la comunidad de misioneros laicos Maryknoll.
Para leer otras reflexiones bíblicas publicadas por la Oficina de Asuntos Globales de Maryknoll, haga clic aquí.
Imagen destacada: Un niño en Ciudad Juárez, México, permanece de pie mientras la policía desaloja a migrantes de un campamento a orillas del Río Bravo el 27 de noviembre del 2022. (CNS/José Luis González, Reuters)