Las hermanas Maryknoll Ita Ford (l.) y Maura Clarke,juntas antes de su asesinato en El Salvador donde sirvieron en misión.
La misionera laica Jean Donovan (l.) y la hermana ursulina Dorothy Kazel, miembros del equipo misionero de la Diócesis de Cleveland en El Salvador.
Una brillante y clara tarde de enero, el obispo Oswaldo Escobar Aguilar entra a un cementerio en la ciudad de Chalatenango, y delicadamente sacude el polvo de una placa sobre unas tumbas decoradas con azulejos celestes y cruces blancas, y le dice a su secretaria, quien se encontraba cerca, que había que llevar flores a las tumbas para el 2 de diciembre.
En esa fecha, en 1980, dos de tres hermanas Maryknoll enterradas allí fueron asesinadas cerca de la capital del país, San Salvador, junto a otras dos católicas estadounidenses. Aunque esos asesinatos causaron conmoción en El Salvador y Estados Unidos, la pérdida de las hermanas Maryknoll se sintió profundamente en la Diócesis de Chalatenango (al norte de El Salvador), donde las mujeres vivían y servían en misión.
Las hermanas Maryknoll, Maura Clarke e Ita Ford, junto con la Hermana Ursulina Dorothy Kazel y la Misionera Laica Jean Donovan, fueron violadas y asesinadas por militares salvadoreños mientras se encendía la guerra civil en comunidades católicas pobres como Chalatenango.
Hoy, casi cuatro décadas después de su muerte, a las mujeres se les recuerda, no por la forma en que murieron, sino como ejemplos de vidas cristianas y de entrega, y con las palabras “mártires” y “santas” que salen de la boca de las personas quienes mantienen viva su memoria. Ellas aparecen en murales de mártires salvadoreños, como el de Zaragoza, en el departamento de La Libertad, donde vivían la hermana Kazel y la misionera laica Donovan.
En un momento de la década de 1980, recuerda el Padre Manuel Acosta, la comunidad de Chalatenango empezó un homenaje, con una misa y una procesión para recordar el día de la muerte de las mujeres, con especial interés en las hermanas Maryknoll, vinculándolas al sacrificio colectivo de los mártires católicos locales.
“Monseñor Eduardo Alas Alfaro lo quiso así”, dice el padre Acosta, recordando el mandato del primer obispo de Chalatenango, quien buscó honrar a las hermanas. “Quiso que fuera el día del asesinato de las hermanas Maryknoll y dijo: ‘De esta forma vamos a mantener la memoria’”.
Las Hermanas Maryknoll Carla Piette (la más alta) e Ita Ford, con suéter claro, trabajaron juntas en Chile antes de ir a El Salvador, donde ambas encontraron la muerte.
No fue un compromiso fácil durante la guerra civil. Chalatenango, una población pobre, rural, cuyos residentes a menudo eran vistos como sospechosos de apoyar a los rebeldes de izquierda, fue blanco de constantes bombardeos y masacres durante la guerra del país de 1980 a 1992. Se cree que allí se produjeron más de 50 masacres.
Después de que el entonces Arzobispo Óscar Romero de San Salvador envió una carta solicitando más hermanas Maryknoll, la orden aumentó su presencia en el país cuando el conflicto civil recién comenzaba. Las hermanas Clarke y Ford fueron a dirigir grupos de estudio bíblico en el pobre y explotado pueblo de Chalatenango. Aunque Donovan y la hermana Kazel vivían en otra parte del país, ellas viajaban frecuentemente a Chalatenango para reunirse y organizar con las hermanas Clarke y Ford el transporte de alimentos, medicinas, y a veces de niños heridos, a un lugar seguro.
La hermana Carla Piette, la tercera hermana Maryknoll enterrada en el cementerio de Chalatenango, también sirvió allí, pero murió ahogada el 23 de agosto de 1980, después de perder el control de un auto que conducía tras un desborde súbito de un río.
“Eran buenas hermanas”, recordó el Padre Marcos Tulio León, párroco de la Iglesia Inmaculada Concepción en Nueva Concepción, quien asistió al funeral de la hermana Piette. “Trabajaban por la gente pobre, y trabajaban ellas con mucha abnegación”.
La Hermana Maryknoll Maura Clarke, quien fue asesinada en El Salvador en 1980.
La Hermana Maryknoll Ita Ford, quien fue asesinada en El Salvador en 1980.
En anotaciones del diario y cartas leídas en el documental de 1982 “Rosas en diciembre”, Donovan, formada como misionera laica a través de un programa Maryknoll, realizó una crónica de la violencia en la región a mediados de agosto, pocos meses antes de su muerte, y habló de los cuerpos que se encontraban a lo largo de la carretera, de los helicópteros, camiones, y soldados en la región. Ella observó que: “Chalatenango se encuentra en una guerra civil absoluta en este momento”. Unas semanas antes de morir, habló de querer irse de El Salvador, pero se sintió incapaz de hacerlo por los niños: “las pobres víctimas maltratadas de esta locura”.
“Ellas vinieron a encarnar la realidad salvadoreña, a hacerse pobres aquí, a ser perseguidas, a aguantar lo que todos los pobres aguantaban en aquel tiempo que era la persecución”, señaló el padre Acosta. “Dejaron su cultura, su comodidad, y vinieron para vivir el día a día de los pobres. Fueron arrastradas por ríos, fueron registradas muchas veces, hasta que fueron asesinadas”.
Incluso en la muerte, soportaron la impunidad de los crímenes cometidos contra los pobres del país, dijo el obispo Escobar. Documentos de ese tiempo muestran que funcionarios del gobierno de Estados Unidos, que en ese momento apoyaba la represión del gobierno salvadoreño, incluso llegaron a sugerir que las mujeres católicas podrían haber tenido la culpa, llamándolas “activistas” y sugiriendo, sin mencionar que fueron violadas, que podrían haber transgredido un retén y que eso las llevó a la muerte. Sus cuerpos fueron descubiertos después, con disparos en la parte posterior de la cabeza, estilo ejecución, y sus asesinos las dejaron amontonadas, una encima de la otra, en una fosa.
Aunque los cuerpos de la hermana Kazel y Donovan fueron llevados a Estados Unidos, las hermanas Ford y Clarke fueron enterradas en El Salvador, en Chalatenango, manteniendo la práctica de las Maryknoll de ser enterradas donde sirvieron.
“Pudieron haber salvado sus vidas y haber vivido de mejor manera en su país natal, pero no solo se solidarizaron con los pobres, sino que corrieron la misma suerte que los pobres, de los miles de catequistas asesinados, delegados de la palabra, por una cruenta represión”, dijo el obispo Escobar en una entrevista con Catholic News Service. “Ellas fueron víctimas, podríamos decir, hasta de las armas del país de donde ellas eran, porque, pues, nuestras Fuerzas Armadas recibían prácticamente toda la financiación militar de Estados Unidos”.
Aunque nacieron en Estados Unidos, continuó el obispo, eran, ante todo, cristianas comprometidas que eligieron servir al pueblo de Chalatenango. “De hecho, nosotros celebramos el 2 de diciembre, el martirio, en honor a ellas, o la fecha en honor a ellas, asumimos a todos los mártires chalatecos, porque fueron miles (de mártires) aquí en este departamento donde estamos”, agregó.
La Hermana Ursulina Dorothy Kazel, quien fue asesinada en El Salvador en 1980.
La Misionera laica Jean Donovan, quien fue asesinada en El Salvador en 1980.
El obispo dijo que aunque oficialmente no le corresponde canonizar a nadie, él las considera santas, “lo son, porque fueron mártires, y porque vivieron el Evangelio de Jesucristo hasta las últimas consecuencias”, dijo.
Sin embargo, abrir una causa de canonización sería complicado, explicó, debido a que pertenecían a diferentes órdenes, diócesis, y un país diferente.
“A ellas las canonizó el pueblo”, dijo el padre Acosta. “No dudo que son santas, que son mártires, para mí son las mujeres mártires del 1980”, y comparten el mismo año del martirio del arzobispo Romero, quien ahora es oficialmente un santo, agregó.
“Maura, Ita, Dorothy y Jean no necesitan un reconocimiento ‘oficial’ de santidad porque ya son reconocidas como santas por el pueblo de El Salvador y por todas nosotras que tenemos como sagrada su memoria”, dijo la Hermana Maryknoll Antoinette Gutzler, presidenta de las Hermanas Maryknoll.
“El 2 de diciembre, las Hermanas Maryknoll, una vez más recordamos y abrazamos la memoria de nuestras hermanas mártires que estaban profundamente imbuidas del Evangelio de Jesús y del amor por los pobres”, dijo la hermana Gutzler. “Desde la comunión de los santos, nos desafían con palabras del profeta Miqueas, que ‘actuemos con justicia, amemos con ternura y caminemos humildemente con Dios’”.
Aunque la pandemia de COVID-19 puso un paro a la conmemoración pública del 40 aniversario del martirio de San Romero en marzo, la Diócesis de Chalatenango dijo que continuará los planes para conmemorar el 40 aniversario de lo que llama el martirio de las mujeres con la misa anual del Día de los Mártires de Chalatenango, la bendición de las tumbas de las hermanas Maryknoll, y quizás un programa a través de una transmisión en vivo en su página de Facebook como parte de una peregrinación digital para aquellos que no pueden asistir.
“Para nosotros es importante que aquellos en Estados Unidos comprendan que estas hermanas fueron mártires por la causa del Evangelio”, dijo el obispo Escobar, llamando a las hermanas “verdaderas santas” y comparándolas con los primeros mártires y santos cristianos.