La gente me pregunta: “¿Cómo es ser un desplazado interno?” Respondo como capellán de un campamento de la ONU para desplazados internos (PDI) en Sudán del Sur, cerca a la ciudad de Malakal. Aproximadamente 30.000 personas viven hacinadas en casuchas de plástico u hojalata, una tras otra. Cada familia recibe un suministro para dos meses de maicillo (sorgo), aceite de cocina, jabón y una mezcla de cereales para niños, proporcionados por el Programa Mundial de Alimentos.
Han estado aquí desde el 2013, cuando el presidente Salva Kiir, de la etnia dinka, acusó al vicepresidente Riek Machar, un nuer, de intentar un golpe de Estado. El conflicto se convirtió en una guerra civil que cobró unas 400.000 vidas y desplazó a millones más, dentro y fuera del país.
Cuando llegué al campamento, 2014, no teníamos un lugar para orar. Naciones Unidas nos brindó una pequeña carpa para el culto dominical. Luego nos mudamos a una estructura de plástico y madera y, finalmente, a una iglesia más grande hecha con láminas de zinc.
Nuestra comunidad católica, compuesta por tres grupos étnicos: Dinka, Nuer y Shilluk, tenía el objetivo de mostrar que podíamos vivir juntos en paz como una familia de Dios.
Lograr ese objetivo no es fácil. En febrero 2016, soldados del gobierno entraron al campamento, armaron a los dinka y, juntos, dispararon contra shilluks y nuers y quemaron sus casas. Luego, los dinka fueron escoltados a Malakal para ocupar las casas de los shilluk. Tales recuerdos tardarán mucho en sanar.
Durante un programa de la ONU sobre concientización ante el COVID-19, una joven muestra su dibujo sobre cómo prevenir la expansión del virus, lavándose las manos con frecuencia.
Con la ayuda de Dios, tenemos una vibrante comunidad de fe. Mi función ha sido presidir la Eucaristía y animar las actividades de una parroquia típica: Legión de María, grupo de jóvenes, coros, y clases de educación religiosa.
Nuestra iglesia es reconocida como un lugar de bienvenida para todos. Muchas organizaciones y líderes comunitarios la han usado para talleres sobre derechos humanos y construcción de paz.
Cuando COVID-19 cerró las casas de culto, decidimos, por sugerencia de nuestro obispo, grabar y transmitir nuestro servicio litúrgico en la estación de radio pública, Radio Nilo. ¡Nos convertimos en una iglesia radial!
Vivir en el campamento le ha pasado factura a la gente. Quieren regresar a sus hogares. Naciones Unidas los está animando a hacerlo, pero tienen miedo debido a los combates esporádicos en el país que persisten a pesar de que se firmó un acuerdo de paz en el 2018. Alrededor de nuestra zona, hay inestabilidad política porque no tenemos un gobernador designado.
Una joven de nuestra iglesia, llamada Rebecca Lochano, perdió a su tío recientemente. Era el fiscal general de Malakal, miembro de la etnia shilluk, asesinado por un pistolero dinka. Rebecca, que es shilluk, no puede entender por qué continúan tales asesinatos contra su grupo étnico, ahora el grupo más grande del campamento. “Por eso no podemos salir del campo”, me dijo. “No importa a dónde vayamos, nuestras casas están ocupadas por otro grupo y tememos por nuestra propia seguridad. Si dejamos el campamento, también nos matarán como a mi tío”.
El Padre Maryknoll Michael Bassano saluda a refugiados en un campamento de la ONU en Sudán del Sur.
El Padre Maryknoll Michael Bassano saluda a niños en un campamento de la ONU para refugiados en Sudán del Sur.
Chanchuok John, el líder de nuestro grupo de jóvenes, anhela volver a casa y continuar su carrera como maestro. “Pero, ¿cómo podemos salir cuando todavía no hay paz en el país y tememos por nuestras vidas?” él pregunta. “Soy de la tribu Shilluk y todas nuestras tierras aquí en el Alto Nilo han sido tomadas por otro grupo étnico”.
Es todavía largo el camino hacia la paz, la reconciliación y la justicia. Mientras tanto, COVID-19 se está propagando en el campamento. Al momento que escribo este artículo, mediados de octubre, tenemos 46 casos confirmados en el campamento, 112 en el Alto Nilo y 2.783 en todo el país. Debido al hacinamiento aquí, la jefa del campamento de la ONU está “preocupada de que el campamento se convierta en el epicentro del virus en el estado del Alto Nilo”.
El Padre Maryknoll Michael Bassano mantiene distancia social mientras visita un campamento de la ONU para refugiados en Sudán del Sur.
Tengo restricciones para estar con la gente, pero todavía hay cosas por hacer. Doy vueltas todos los días animando a nuestro personal de la ONU y me mantengo en contacto con los miembros de nuestra iglesia a través de llamadas telefónicas.
La semana pasada una de los jóvenes de nuestra iglesia, Hadia Duoth, me llamó y me dijo: “Padre, ¿cómo está el coronavirus con usted?”
Le dije que afortunadamente se mantenía alejado de mí y le pregunté si ella y su familia estaban bien. “Estamos bien y no enfermos”, dijo. Terminamos nuestra conversación esperando volvernos a ver con nuestra comunidad de fe celebrando en nuestra iglesia.
Imagen destacada: El Padre Maryknoll Michael Bassano visita un campamento de la ONU para refugiados en Sudán del Sur.