Una misionera laica sigue la vocación de enseñar, edificar y acompañar a comunidades en las favelas de Brasil.
Cuando estaba discerniendo para unirse a los Misioneros Laicos Maryknoll, una de las cosas que le preocupaban a Margarita Durán era la separación de su familia y amigos. Sin embargo, al servir en São Paulo, Brasil, ha descubierto que la construcción de nuevas relaciones y amistades es lo más gratificante de ser una misionera laica.
“Provengo de una familia latina grande y unida. Para mí la familia es lo principal”, dice Durán, de 26 años. “Pero en mis ministerios aquí, establezco relaciones con muchas personas maravillosas que ayudan a llenar ese vacío. Ahora se han convertido en mis amigos y mi ‘familia en el extranjero’ ”.
El interés de Durán en la misión se despertó cuando era una adolescente que ayudaba con las clases de catecismo en su parroquia natal en Nuevo México. Su familia recibía la revista Maryknoll, así que cuando se tomó en serio el querer ser misionera en el extranjero, Maryknoll parecía un lugar natural donde empezar a averiguar.
Durán rodeada de niños en medio del baile de la falda (dança da Saia) en la comunidad de Haití, durante el festival de junio (Festa Junina), que celebra la Fiesta de San Juan Bautista.(Oscar Britez/Brasil)
A principios de este año, Durán completó su compromiso inicial de tres años y medio con los Misioneros Laicos Maryknoll. Ella renovó su compromiso y continuará enseñando educación religiosa, arte, educación física e inglés a niños y jóvenes en riesgo en las favelas de São Paulo.
En el 2018, Durán comenzó a trabajar en la favela de Haití, una comunidad de inmigrantes haitianos y migrantes internos que se mudaron desde el noreste de Brasil en busca de una vida mejor.
La Hermana Maryknoll Anastasia Lee le ayudó a poner en marcha un grupo de mujeres para brindar apoyo emocional y social a las mujeres. Durán se unió para acompañar al grupo, ofreciendo talleres sobre terapia de conflicto y trauma. Cuando las mujeres expresaron interés en las clases de ejercicios, Durán dio un paso al frente (¡literalmente!) y comenzó una clase de Zumba. Ella dirigiría al grupo de mujeres y niños en salsa, merengue, cumbia y otros movimientos de Zumba de ritmo rápido. Sonrisas irradiaban por doquier.
Una niña de la comunidad de Haití ha inspirado a la misionera. “Ella sufre de escoliosis, pero eso no le impide correr a mis clases de Zumba todos los martes y jueves”, dice Durán sobre María Clara, de 11 años. “De hecho, me ha ayudado a coreografiar cuatro canciones. María Clara es una niña alegre con grandes sueños para su vida, incluida la de convertirse en bailarina y veterinaria ”.
Durán también trabajó con seminaristas Espiritanos para impartir una clase de catecismo los sábados para niños de 7 a 12 años. La clase creó el diseño de un gran mosaico, basado en las ideas de los niños, para la nueva Capilla Nossa Senhora das Graças (Nuestra Señora de Gracia) en la favela. “Trabajar en el mosaico fue una oportunidad maravillosa para desarrollar habilidades de trabajo en equipo y autoestima en los niños”, dice Durán.
Otro proyecto liderado por Durán y acogido con entusiasmo por la comunidad fue una tradicional danza de la falda (dança da saia) realizada durante la celebración de la favela “Festa Junina” de San Juan Bautista. “La dança da saia se suele realizar con niños en edad preescolar”, explica Durán. “Llevaba una falda enormemente grande en el centro del círculo mientras los niños pequeños bailaban a mi alrededor agarrándose de los extremos”.
“Margarita siempre está dispuesta a dar una mano y ayudar a que una idea cobre vida”, dice Eliana, una líder comunitaria en Haití que ayudó a organizar el evento Festa Junina. “Tiene una energía increíble y pone su corazón en cada detalle”.
A principios del 2020, Durán sintió que había encontrado un ritmo. Sus proyectos ministeriales en São Paulo funcionaban sin problemas y ella se conectaba cada vez más con las comunidades donde trabajaba. Luego vino la pandemia de coronavirus y, como gran parte del mundo, dice: “Tuve que empezar de cero. Definitivamente ha sido una montaña rusa”.
Margarita Durán (dcha.) se une a la Hermana del Santo Rosario Ann Griffin (blusa blanca), al seminarista Espiritano Oscar Britez y a miembros de la comunidad para rezar el Viacrucis.(Anastasia Lee/Brasil)
Después de Estados Unidos, Brasil es el país que ha tenido la segunda cifra de muertos por COVID-19 más alta del mundo. Y São Paulo ha sido muy afectado. A mediados de julio, solamente en el estado de São Paulo se habían registrado más de 130.000 de las más de 530.000 muertes por COVID en Brasil.
Según UNICEF, antes de la pandemia, el 60% de los niños en Brasil ya vivían en la pobreza. Las emergencias sanitarias, dificultades económicas, inseguridad alimentaria y el estrés de la salud mental han añadido pesadas cargas a las vidas de los brasileños, especialmente de los jóvenes.
“La pandemia ha afectado tanto los medios de subsistencia de las personas como su calidad de vida”, dice la misionera laica. “La gente que solía ser tan animada y activa ahora está desanimada y luchando contra sentimientos de desesperanza. Ver eso entre tanta gente que he llegado a apreciar ha sido muy difícil”.
Ver su sufrimiento, dice Durán, ha fortalecido su compromiso con el acompañamiento: caminar con las personas, hacer tiempo para estar presente y levantarles el ánimo.
La misionera ha descubierto que comenzar el día con las Escrituras, otras lecturas espirituales, la oración o la meditación la ayuda a aterrizar y a recordarle por qué está allí.
Poco después del primer confinamiento a causa de la pandemia, el Centro de Integração do Migrante (Centro de Integración de Migrantes, CIM) en el barrio de Brás, en el centro de São Paulo, comenzó a responder al hambre en la comunidad. Junto con la directora del CIM, la Hermana Malgarete Conte, una Sierva Misionera del Espíritu Santo, el personal y otros voluntarios, Durán ayuda a distribuir canastas de alimentos básicos. Estas se proporcionan a través de un gran programa de ayuda alimentaria organizado en colaboración por una red de organizaciones sin fines de lucro en Brasil.
“Las canastas incluyen artículos de primera necesidad y alimentos básicos como frijoles, arroz, harina, café, productos enlatados y, a veces, frutas y verduras”, explica Durán. “Pero, las donaciones no siempre pueden satisfacer la necesidad. Algunos fines de semana, hemos tenido 50 familias que han venido al centro pidiendo una canasta, pero solo hay 25 disponibles. En todas las comunidades donde trabajo, muchas familias realmente dependen de estas donaciones”. Ella agrega: “Registro a las familias, veo cuáles son sus medios y luego les doy prioridad”.
Margarita Durán ayuda a los niños a crear palomas que representan al Espíritu Santo para un mosaic en la Capilla de Nuestra Señora de Gracia en la comunidad de Haití.(Kathleen Maynard/Brasil)
Durán continúa: “El centro de la ciudad de São Paulo ahora está lleno de personas que viven en situaciones de falta de vivienda”. Ella se ha unido a su compañera Joanne Blaney como voluntaria en el proyecto Street Net-work, que cada día ofrece almuerzo a un promedio de 1.000 personas.
Blaney, quien ha servido durante más de dos décadas con los Misioneros Laicos Maryknoll en Brasil y es su directora regional, se alegra de que Durán haya seguido su llamado vocacional, guiándola a las favelas de Brasil. Ella valora más “la presencia amorosa y el servicio de Margarita a los demás, su creatividad y su generosidad en el uso de sus habilidades y talentos para la misión. Margarita sigue siendo un regalo para nosotros en la Comunidad Misionera Maryknoll de Brasil”.
La ex misionera laica Maryknoll Kathleen Maynard también contribuyó a este artículo.
Imagen destacada: Margarita Durán, una misionera laica, trabaja en un mosaico para una capilla en una favela de São Paulo. (Oscar Britez/Brasil)
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