UN VIAJE DE INMERSIÓN DE MARYKNOLL LLEVA A PARTICIPANTES A LAS TIERRAS DE LOS NATIVOS AMERICANOS.
“Por todo el cielo una voz sagrada llama tu nombre.” — Black Elk, líder lakota y catequista católico
Entre los vientos cálidos del verano el pasado agosto, pude escuchar a Dios Nuestro Padre llamándonos a mis compañeros de Maryknoll y a mí: “Miren, por favor. No se dejen engañar por el cielo azul, los vientos cálidos y la tranquilidad. Sientan. Miren a la gente de esta tierra, son regalos para el mundo, escuchen sus historias, contemplen sus montañas y al final, díganme lo que vieron”.
Durante una semana, otros ocho participantes del programa de inmersión de Maryknoll y yo, guiados por un jefe lakota, y llenos de curiosidad, dimos pasos hacia las tierras de la Gran Nación Sioux. Patrocinado por los Padres y Hermanos Maryknoll, el viaje fue diseñado para contextualizar la experiencia de nuestros hermanos y hermanas nativos americanos. El Diácono Dennis Holley, quien señala que Maryknoll acompaña y sirve a los pueblos indígenas de todo el mundo, prometió que “escucharemos historias de sufrimiento y resiliencia” y “obtendremos una visión de primera mano” de una historia en desarrollo.
Viajando en una camioneta por caminos de dos carriles peligrosamente angostos, buscamos los rincones más alejados de Dakota del Sur y Wyoming. Como viajeros en el tiempo, pasamos por encima y alrededor del pasado. Visitamos los monumentos conmemorativos de Wounded Knee y el infame Asilo de Cantón y lo que queda de las escuelas residenciales.
El 29 de diciembre de 1890, los lakota habían acampado en el borde plateado de un riachuelo curvado, llamado Wounded Knee. Esa mañana, los contornos sombríos de la 7º Caballería se desdibujaron en la niebla de las colinas. Sonó un disparo, luego otro, los cañonazos rasgaron el suelo helado. Cuando los cañones terminaron de hacer eco y el último fusil dejó de arder, más de 300 hombres, mujeres y niños lakota yacían masacrados en la llanura nevada.
Dentro de la carpa de nativos americanos, el Diácono Dennis Holley (izquierda), quien ayudó a organizar el viaje de inmersión, escucha junto a otros participantes al jefe Gary Cheeseman que cuenta la historia de la creación de los lakota. (Scott Giblin/EE.UU.)
De 1902 a 1933, solo por practicar sus rituales, cantar en su propio idioma o bailar y tocar sus tambores, los nativos americanos podían ser internados en el Asilo Mental Indio del Cantón, continuando a esto la brutalidad y las palizas, a veces hasta la muerte. Cuando se cerraron las puertas de Cantón, 121 personas estaban enterradas para su descanso final en tumbas sin nombre. Las huellas de los “locos” o “insanos” casi han desaparecido. Las instalaciones han desaparecido, la tierra se convirtió en un campo de golf. Sólo una placa que ensalza a los espíritus allí. Un carrito de golf pasa zumbando mientras mis compañeros y yo estamos pisando ligeramente ese suelo sagrado, susurrando oraciones por los fallecidos hombres y mujeres bajo nuestros pies.
Luego estaba el espectro de las casas de pensiones o escuelas residenciales que forzaban la asimilación de niños indígenas. Con las estructuras físicas casi desaparecidas, los recuerdos de lo sucedido dentro de ellas quedan grabados en la hierba amarillenta. La tragedia del trato a los niños y sus familias vive en los libros. Pero las heridas están grabadas en los rostros de los primeros habitantes de esta tierra.
En este viaje, el pueblo lakota estuvo representado por el Doctor Gary Cheeseman, profesor asociado de educación en la Universidad de Dakota del Sur, jefe, bailarín del sol y narrador. Él abrió su vida a los visitantes de Maryknoll. Nos invitó a subir a su tipi (carpa) en los terrenos ceremoniales lakota y, adentro, nos envolvió con su historia de creación.
Con el sol asomándose por la parte superior del tipi, me quedé en silencio mientras el dulce humo de la salvia quemada me envolvía con una pluma de águila. Haciendo girar su pipa medicinal hacia las cuatro direcciones de la tierra, el jefe luego compartió la pipa y explicó: “No hay mentiras entre nosotros; siempre tendremos esta relación compartiendo y fumando esta pipa”.
Que contraste. Por un lado, el jefe lakota ofreció generosamente la historia “real” de su pueblo en toda su riqueza espiritual. Por otro lado, fuimos testigos de la crudeza de las Reservas Pine Ridge y Rosebud. Pine Ridge incluye uno de los condados más pobres del país. La vivienda es insatisfactoria en el mejor de los casos. El desempleo nativo fluctúa entre 80 y 90%. “En las reservas, las cosas cambian, pero no siempre cambian para bien”, dijo Cheeseman.
Cheeseman habló de grandes líderes lakota, como su mentor, Hunka. Hizo muchas referencias al jefe guerrero del siglo XIX, Caballo Loco. Mientras caminaba por los terrenos ceremoniales donde se realizaba la danza del sol, imaginé al poderoso espíritu de Caballo Loco observando la danza, sentado en su noble caballo.
Visitamos el monumento incompleto a Caballo Loco en Black Hills. Después de 70 años, la escultura de roca todavía se estaba tallando en piedra. El Memorial a Caballo Loco es como la historia del lakota moderna: una historia que espera ser completada. El monumento recuerda a los visitantes lo que aún queda por hacer, no solo en este sitio sagrado, sino también en las comunidades nativas, a través de la vivienda, de la ocupación laboral, del mejor tratamiento para la depresión y el abuso de sustancias. Como dijo Cheeseman: “Cuando mueren las leyendas, terminan los sueños”. Él ha dedicado toda su vida a mantener vivo el sueño lakota.
A lo largo de las llanuras doradas y las orillas del río Missouri también había señales de esperanza.
Los participantes en el viaje de inmersión misionera de Maryknoll visitan el tipi (carpa indígena) de su guía lakota, un profesor asociado de la Universidad de Dakota del Sur. (Cortesía de Scott Giblin/EE.UU.)
El jefe lakota Gary Cheeseman canta y toca un tambor en el sitio ceremonial, un cementerio indígena, lugar donde comenzó y concluyó el viaje de inmersión misionera de Maryknoll. (Scott Giblin/EE.UU.)
En el corazón de la Reserva Rosebud, la Misión de San Francisco se levanta como un faro de empoderamiento. Los Jesuitas, o “túnicas negras” como se les llamaba, fueron invitados a estas tierras por el jefe Nube Roja, el jefe Cola Manchada y el jefe Dos Golpes; Santa Katharine Drexel financió la primera escuela. Hoy, además de sus cuatro iglesias en la reserva, la misión administra un centro de recuperación, una clínica dental y ocho programas comunitarios. Su Academia Sapa Un educa a unos 50 niños, integrando la fe católica con el idioma y la cultura lakota.
El otro faro de esperanza que visitamos, St. Joseph’s Indian School, se encuentra entre un tramo de álamos y el río Missouri. Allí, cerca de Chamberlain, Dakota del Sur, más de 200 niños lakota están siendo educados y alojados sin costo alguno para sus familias. Dirigida por los Sacerdotes del Sagrado Corazón, el enfoque de la escuela es holístico. St. Joseph’s brinda servicios de asesoramiento y atención médica en un centro de salud en el campus de la escuela, que también tiene una tienda de segunda mano, un museo y un centro cultural Lakota. Los caballos son esenciales para la gente de las llanuras, y St. Joseph’s tiene caballos como compañeros de los estudiantes. Su misión es ser un hogar de sanación y de sueños.
Cuando terminamos la semana, con los cálidos vientos de agosto en las llanuras de Dakota llenando mis pulmones, brotó en mí una sensación de belleza desolada. Reflexionando sobre nuestra experiencia de inmersión, veo una historia dolorosa y una soledad en la tierra lakota. Sin embargo, hay un gran regalo que estas personas tienen para compartir con el mundo.
Esto es lo que vi, y esta es mi oración: compartir este viaje contigo, para que tú también puedas compartirlo.
“Que cada paso que des en la tierra sea una oración.”— Black Elk
Scott Giblin es un trabajador social jubilado, vive con su esposa, Joanne, en Piermont, Nueva York.
Imagen destacada: Un mural creado hace cuatro años para St. Joseph’s Indian School en Chamberlain, Dakota del Sur, fue visto por participantes, incluido el artista, el Hermano Oblato Mickey McGrath, durante un viaje de inmersión de Maryknoll en agosto de 2022. (Cortesía de Mickey McGrath/EE.UU.)