Por Megan Hamilton, MKLM
Vigésimo cuarto domingo ordinario
Domingo, 17 de septiembre, 2023
Ec (Sir) 27, 33–28, 9 | Rom 14, 7-9 | Mt 18, 21-35
“Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor:que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”
Juan 13,34
Aunque soy una misionera católica viviendo en el otro lado del mundo, a menudo me siento como una católica inadecuada. Dejé la Iglesia de niña y volví cuando ya era mayor. No soy para nada una experta en liturgia y a veces las Escrituras me confunden. Estoy segura de que alguien de la familia Maryknoll puede escribir una elegante exégesis (¡aprendí esa palabra en Maryknoll!) sobre el rey y los problemas con sus servidores como se describe en la lectura de Mateo, pero esa no soy yo.
Se me hace tarde para entregar este escrito y estoy ansiosa. Voy al lugar que calma mi ansiedad: a Misa temprano, con mi rosario, en mi banco favorito al lado de la ventana que da hacia el jardín de la cocina del centro pastoral, donde hay unos árboles enormes con flores amarillas. Como casi todo en Kenia, la vista incluye un contenedor marítimo que se ha transformado en cabaña. Observo la superficie del techo. Entre las hojas hay una forma gris que parece un trapeador.
Mientras rezo mi mantra dedicado a María, una línea llega a mí de la aclamación del Evangelio: “Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado ”.
¿Por qué, me pregunto, esa línea tiene más impacto para mí que aquella otra que se cita generosamente, de Levítico a Mateo, Marcos, Lucas y más? ¿Por qué la entiendo mejor que “ama a tu prójimo como a ti mismo”?
Creo que es porque como los kenianos dirían, soy una “borracha”. Es raro escuchar la palabra “alcohólica” aquí. Más rara aún es la frase “alcohólica en rehabilitación”. Sin embargo, eso es lo que soy, y cuando empecé a mantenerme sobria no me amaba mucho a mí misma. Dicen en mi programa, Alcohólicos Anónimos, que un alcohólico es un ególatra con complejo de inferioridad. Esa era yo. La arrogancia era una alegre fachada, pero por dentro me sentía inferior. Sentía que no merecía amor. Mi auto estima era inexistente, probablemente porque no estaba haciendo cosas que ameritaran ninguna estima.
Mi vida giraba en torno a mí misma, mis hábitos y el entorno de personas y sustancias que alimentaban ese ciclo. Si eras un prójimo que no bebía y esperabas que yo te amara, buena suerte. Yo podía aparentar pequeños gestos, pero no me amaba a mí misma. ¿Cómo podría amarte a ti?
En esas reuniones también dicen, “te amaremos hasta que puedas amarte a ti mismo”. Con la gracia de Dios, eso hicieron. Y con la gracia de Dios me mantuve sobria. Aquí estoy, 31 años después. Sigo amando a mi prójimo de manera imperfecta, pero todos los días me levanto para ayudar a otros a mantenerse sobrios de la mejor manera que pueda. Me conecto con mi prójimo a través de abismos escarpados de diferencias culturales.
Sigo observando. El trapeador se mueve. Se estira lentamente y luego se levanta para convertirse en un convincente gato blanco y gris. Así mismo yo, con el poder transformador de Dios, me convertí en una versión adecuada de una misionera, una católica que puede amarse a sí misma y a su prójimo.
La Misionera Laica Maryknoll Megan Hamilton trabaja en programas de rehabilitación para adictos y alcohólicos en Kenia. Antes de unirse a Maryknoll, ella sirvió como voluntaria en los Cuerpos de Paz y el Servicio de Misión Franciscano.
Para leer otras reflexiones bíblicas publicadas por la Oficina de Asuntos Globales Maryknoll, haga clic aquí.
Imagen destacada: La autora, la Misionera laica Megan Hamilton, en el transbordador Likoni en Mombasa, Kenia. La misionera Hamilton reflexiona sobre del poder transformador del amor.