Padre Wayman Deasy, M.M.†
Trigésimo segundo Domingo de Tiempo Ordinario
Domingo, 10 de noviembre, 2024
1 Reyes 17,10-16 | Hebreos 9,24-28 | Marcos 12,38-44
El Padre Wayman Deasy (1932-2016) nació en Salt Lake, Utah y se ordenó como sacerdote en 1959. El misionero fue asignado a Tanzania, donde trabajó entre el pueblo Luo y como párroco en las parroquias de Tatwe, Kowak e Ingri. Cuando regresó a Estados Unidos se desempeñó en varios cargos de educación y promoción misionera. Esta reflexión fue publicada previamente en “A Maryknoll Liturgical Year: Reflections on the Readings for Year B”, disponible en Orbis Books.
Las lecturas de hoy nos presentan a varias personas de las que hay lecciones que aprender. Primero, encontramos a Elías, una figura excepcional en la historia de Israel, un profeta tan venerado que se esperaba que regresara antes de la venida del Mesías. Durante la vida de Cristo, la gente se preguntaba si Juan el Bautista o Jesús mismo podrían ser Elías. Fue Elías junto con Moisés a quienes el discípulo vio con Jesús en el Monte de la Transfiguración. Sin embargo, a pesar de la grandeza de Elías, lo vemos huyendo porque se atrevió a desafiar al rey Ajab y a Jezabel por la adoración de dioses falsos. Llega a Sarepta, donde es extranjero. Es humilde hasta el punto de que debe pedir ayuda a una mujer que además era gentil. Llevar a cabo su misión de decirle la verdad al poder no ha sido fácil, pero ha perseverado.
La viuda a la que Elías pide ayuda está recogiendo leña. Quienes han trabajado en Tanzania están familiarizados con las mujeres que salen a buscar leña todos los días y llevan el fardo sobre sus cabezas. Es un trabajo duro. Del mismo modo, las mujeres recorren diariamente grandes distancias para encontrar agua para el hogar y cargan con equilibrio los pesados baldes sobre sus cabezas. Podemos imaginar en ese tiempo de sequía y hambruna cuánto esfuerzo demandó responder a la petición de Elías de agua. Luego él pide comida, en momentos en que la viuda y su hijo tienen poco para comer. El estatus de Elías en su propia tierra no significa nada para la viuda. Aun así, el sentido de hospitalidad y de acogida al extraño y al forastero lleva a la mujer a brindarle agua y comida al profeta. Aquellos de nosotros que hemos buscado refugio en una casa con techo de paja durante una tormenta en Tanzania hemos recibido una hospitalidad similar. A pesar de que somos extraños, la familia nos invita a compartir la comida familiar a pesar de su propia necesidad. Contraste eso con la actitud en nuestro propio país hacia el extranjero que habla un idioma diferente o se viste de una manera diferente, el forastero, el indocumentado.
En el Evangelio encontramos a los escribas, a los abogados que interpretan la ley. Jesús habla a menudo de la hipocresía de los líderes religiosos y de estos intérpretes de la ley. Explotan a los pobres y a los oprimidos, a los marginados de la sociedad, pero encuentran las lagunas legales que favorecen a los ricos y poderosos. Se sientan en asientos prominentes en la sinagoga y hacen una gran demostración de su generosidad hacia el templo, mientras que al mismo tiempo convierten al templo en un lugar para el comercio. Por supuesto, en nuestra propia sociedad no tenemos que mirar muy lejos para ver la indiferencia de los legisladores hacia los pobres, pero son espléndidos en ayudar a los ricos y poderosos. Se preocupan por los recortes en el presupuesto militar, pero ni se interesan en los recortes de ayuda para los pobres y desempleados.
Es probable que los escribas ni siquiera se hayan fijado en la viuda que con gran humildad hace su pequeña ofrenda. Pero Jesús, que acogió a los marginados a quienes los escribas rechazaban como pecadores, se dio cuenta. Hay un marcado contraste entre la falsa piedad y la muestra de generosidad de los escribas y la viuda que viene a adorar y no a ser vista.
Todas estas personas nos ofrecen la oportunidad de poner en consideración nuestras propias vidas y actitudes, especialmente mientras nos preparamos para un nuevo año litúrgico dentro de tres semanas.
La misión de Elías fue ser profeta, y fue fiel a su llamado. Aun así, estaba llamado a sufrir. Tuvo que huir para salvar su vida. Se sintió humilde y tuvo que pedir ayuda de una fuente poco probable, una viuda gentil. Nosotros también tenemos una misión en la vida. Tratamos de ser fieles a lo que Dios nos ha llamado a hacer, pero todavía estamos sujetos al sufrimiento y al dolor, a tomar nuestra cruz diariamente y seguir a Cristo. ¿Somos reacios a reconocer nuestro dolor e impotencia y a buscar consejo y ayuda?
La viuda en Sarepta nos desafía a considerar nuestra actitud hacia los extranjeros, los forasteros, los indocumentados en nuestra tierra. ¿Sentimos resentimiento de que estén en “nuestra” tierra? ¿Los vemos como si nos quitaran el trabajo o que tienen todo gratis? ¿Nos sentimos incómodos cuando vienen a “nuestra” iglesia y usan un idioma e instrumentos musicales diferentes? ¿O buscamos maneras de acogerlos para que vean esta tierra y esta iglesia como propias?
¿Qué nos enseñan la arrogancia y la indiferencia hacia los marginados? ¿Favorecemos a los privilegiados y nos ganamos sus favores mientras ignoramos a los menos favorecidos? Peor aún, ¿realmente despreciamos a los pobres y débiles de la sociedad porque no se han levantado por sus propias manos como lo hicimos nosotros? ¿Cómo podemos unirnos a otros para superar estas actitudes de nuestros legisladores, que parecen ser tan indiferentes al dolor de los más débiles de la sociedad?
Aunque los escribas no se hayan dado cuenta de la pequeña ofrenda que hizo la viuda, Jesús sí lo hizo. Vio el verdadero valor de su regalo comparado con los de los orgullosos y vanidosos escribas. ¿Y qué hay de nosotros mismos? ¿Dejamos de ver la bondad en los marginados que a menudo son ignorados o incluso despreciados? ¿Cómo podemos hablar por aquellos que son pobres y débiles como lo hizo Cristo?
Tomemos como guía las palabras del salmista:
El Señor “hace justicia a los oprimidos
El Señor… endereza a los que están encorvados.
El Señor protege a los extranjeros
y sustenta al huérfano y a la viuda…”
– Salmos 146, 7, 8, 9
Para leer otras reflexiones bíblicas publicadas por la Oficina de Asuntos Globales Maryknoll, haga clic aquí.
Imagen destacada: Una mujer masái cargando leña camina junto a una cabra. (Cortesía de Instituto Internacional de Investigación Ganadera/ Stevie Mann vía Flickr)