Islas Marshall
Los muchos atolones de la isla de coral en las Islas Marshall están dispersos en el inmenso Océano Pacífico. Cuando recién legué allí en 1981 como Hermana Maryknoll, el único medio de transporte entre los atolones de la isla era en los barcos del gobierno. Como deseaba aprender el idioma marshalés en un atolón porque me sumergiría en el idioma, me uní a las Hermanas Maryknoll Rose Patrick St. Aubin y Joan Crevcoure en su próximo viaje del atolón Majuro al atolón Jaluit. Aprendí rápidamente que no era muy buena pasajera cuando indecorosamente “perdí” todo lo que había comido el primer día y tuve dificultades para mantener el equilibrio durante el viaje. Serví en las Islas Marshall por 12 años. Poco a poco aprendí a hablar el idioma marshalés con la ayuda de pacientes tutores de las Islas Marshall, pero nunca llegué a dominar los viajes oceánicos.
Lo sorprendente era que cada vez que mis pies tocaban las rocas de coral después de cada viaje, me curaba de todos los síntomas de los viajes oceánicos.
Aurora de la Cruz, M.M.
El Salvador
Para mejorar la situación económica y nutricional de las familias pobres en las zonas rurales de El Salvador, donde mi esposo Erik y yo servimos como Misioneros Laicos Maryknoll, la parroquia tenía un activo programa de Pelibuey. Pelibuey es una oveja deslanada que crece bajo rigurosas condiciones calientes y tropicales. Poco después que empezamos a trabajar en la parroquia, participamos en un programa teórico y manual de crianza de animales de dos horas que precedió a la distribución de ovejas a 30 familias pre seleccionadas. Uno de los términos del acuerdo para recibir una oveja fue que las familias devolvieran el primer cordero nacido al proyecto a los dos meses de edad para ayudar a mantener el programa en marcha. Aunque la mayoría de la gente no tenía experiencia en la crianza de animales, todas las ovejas que se dieron ese día estaban preñadas. Éramos parte del comité de Pelibuey que nos reuníamos regularmente para atender las necesidades de los dueños de las ovejas y brindábamos capacitación continua. Cuando visitamos a las familias en el área, quedamos encantados de ver a las dóciles ovejas y a los corderitos pastando en el campo.
Margo Cambier, MKLM
Sudán del Sur
Ingeniar es a veces todo lo que podemos hacer en el campamento de Naciones Unidas para desplazados internos en Malakal, Sudán del Sur. Recientemente, improvisamos una ambulancia de una rueda para llevar a dos mujeres al hospital del campamento. Nyacong Achol, 60, había estado enferma y no podía comer bien. Le pregunté a sus hermanas si podía llevarla al hospital, y ellas vinieron con nosotros. Como no había transporte, un joven trajo su carretilla. Nyacong fue diagnosticada con tuberculosis y, afortunadamente, se está recuperando. Días más tarde, visitamos a Christina Oyai, 24, quien acababa de dar a luz a un niño muerto. Tenía el abdomen hinchado y una infección en la pierna. También la llevamos en carretilla. Tiene cáncer de ovario que se está extendiendo por todo su cuerpo. Christina permanece en el hospital con pocas esperanzas de recuperación. Su madre y familiares la cuidan a diario. Recuerdo las líneas del poema de William Carlos Williams, “tanto depende de una carretilla roja”. Nunca olvidaré los viajes en carretilla de estas dos mujeres, que están continuamente en mis pensamientos y oraciones.
Mike Bassano, M.M.
Brasil
Cuando tenía 11 años de edad me caí de un caballo mientras paseaba en un camino rural remoto y sin asfaltar en mi país natal de Brasil. Me golpeé mi cabeza y hombro. Quedé noqueado momentáneamente. Cuando me levanté me di cuenta que estaba sangrando. Caminé tambaleante a una casa vieja de adobe para pedir ayuda. Un anciano que vivía allí sólo me hizo ingresar a su casa y salió al camino para buscar ayuda para que alguien me lleve al pueblo más cercano. Cuando por fin paró un carro, el anciano le explicó mi situación al conductor. Cuando el conductor ingresó a la casa me vio cubierto de sangre y polvo y aún sangrando. Al inició le dio miedo ayudarme. Se asustó porque pensaba que tal vez me podía morir en su carro o que mi familia podría pensar que él me atropelló. Pero al final decidió ayudarme y apenas llegué a casa mi familia me llevó al hospital. Luego me enteré que el conductor era evangelista, quien viajaba para vender telas. Después de todos estos años que han pasado aún lo recuerdo como mi buen samaritano.
Flavio Rocha da Silva, MKLM
Foto principal: (Cortesía de Pixabay)