Misioneros se conmueven del sufrimiento de los migrantes que fueron separados de sus hijos.
“Por favor, ¡mi hijo me necesita! Nunca me había separado de él. Le suplico me ayude. No estoy mintiendo. Estoy aquí por miedo. Estoy desesperada. No puedo regresar a mi país porque mi hijo y yo corremos peligro”. Esta es parte de la carta que María Herlinda, una madre hondureña, envió al Columban Mission Center durante su estadía en un centro de detención en el Paso, Texas.
“Necesito hablar con alguien. No puedo vivir en mi país. Tengo miedo de los asesinos de mi esposo. El único otro lugar donde podría haber ido es la casa de mi hermana, pero ahí alguien abusó de mí. ¡Estoy asustada!” continúa su mensaje. “Les pido su ayuda y bendiciones. Conozco a una familia de mi país que son de mi parroquia; que viven en Nueva Jersey y pueden recibirme”.
Javier, 30, llora mientras sostiene a su hijo William, 4, en julio en Nueva York, cuando se reunieron después de estar separados por 55 días.
María es una de los más de 2.300 padres que fueron separados de sus hijos tras cruzar la frontera entre Estados Unidos/México después que el gobierno de Estados Unidos anunció la política de “tolerancia cero” contra la inmigración irregular en abril—la presión política y pública pusieron fin a las separaciones el 20 de junio.
Cuando el Padre Robert Mosher, director del Columban Mission Center, recibió la carta de María, él apreció la oportunidad de estar al servicio de una familia que sufría debido a causa de esta política. “Pensé que era importante ser testigo de cómo esto afecta a las familias y quería asegurarme que María supiera que había personas que se preocupan por su caso”, dice Mosher, un sacerdote columbano quien ha servido en El Paso desde el 2011.
El padre Mosher visitó a María cuyo hijo de 9 años de edad, Alex David, fue enviado a un centro de detención para menores sin compañía en Nueva York. Llorando, María le dijo al padre Mosher: “No hay dolor más grande que estar separado de tu hijo”.
“Ese tipo de tragedia humana es conmovedora, y el efecto en los niños es aún peor, pero la experiencia de los padres es también traumática”, dice el padre Mosher.
Durante un reciente viaje de inmersión misionera en la frontera—una colaboración entre la Sociedad Maryknoll y el Columban Mission Center— el padre Mosher llevó a un grupo de católicos a escuchar historias como las de María y otros migrantes.
El Diácono Kevin McCarthy, educador misionero Maryknoll, co-lideró con el padre Mosher el grupo de 10 participantes que visitaron los centros de ayuda para migrantes en la frontera mientras el gobierno federal trataba de reunificar a miles de niños separados de sus padres antes de la fecha límite del 26 de julio.
Helena Niño de Guzmán, participante del viaje misionero Maryknoll y maestra de kíndergarten en Wisconsin, comparte con niños en Casa Loretto-Nazareth en El Paso, Texas.
“Los padres conversaban, pero los niños no. Se podía sentir su temor y preocupación”, dice McCarthy, sobre la visita a familias recién reunificadas en Casa Loretto-Nazareth, un refugio temporal en El Paso administrado por la congregación Sisters of Loretto.
McCarthy enfatiza que como católicos estamos llamados a proteger al forastero. “Jesús, María y José fueron refugiados y huyeron por sus vidas”, dice él. “Estas familias están huyendo por sus vidas también. Nuestro llamado es dar la bienvenida, proveer albergue y refugiar a los más necesitados”.
Gerry Lee, director ejecutivo de la Oficina de Asuntos Globales de Maryknoll (MOGC), quien participó en el viaje misionero, dice que encontrarse con las familias reunificadas le dejó una sensación agridulce: “Fue maravilloso verlos reunidos, pero también fue doloroso”.
Lee relata el caso de un inmigrante guatemalteco que fue separado de su hija de 10 años de edad por tres semanas. Mientras el papá hablaba de su experiencia, explica Lee, la hija ni sonrió ni lloró; estaba completamente inexpresiva en toda la conversación. “Realmente era obvio que estaba profundamente molesta”, dice Lee.
El momento más desgarrador para Lee fue cuando escuchó a otra pequeña niña pedirle a su papá, “¡Me portaré bien, me portaré bien. No me dejes otra vez!” La niña, explica Lee, pensaba equivocadamente que su papá la había dejado porque ella se había portado mal. “Oh Dios mío, ¿cómo ellos pueden entender lo que pasa?” dice Lee con su voz entrecortada.
La Hermana Maryknoll Lelia Mattingly, quien es voluntaria en albergues de migrantes en El Paso, compartió con el grupo su experiencia con los niños separados de sus padres que conoció y trató de consolar. “Me di cuenta que estaban tranquilos y muy serios”, dice. “No corrían por todas partes como otros niños. Los niños que no han sido detenidos juegan, corren y no tienen miedo de jugar solos”.
Más de 2.300 padres fueron separados de sus hijos tras cruzar la frontera entre Estados Unidos/México después que el gobierno de Estados Unidos anunció la política de “tolerancia cero” contra la inmigración irregular en abril.
El Padre Mosher y grupos de defensa de El Paso reportaron que aparte de la separación de familias, oficiales de CBP (Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos) estaban impidiendo el ingreso de solicitantes de asilo en los puertos de ingreso alrededor de la frontera en California, Arizona y Texas, y les decían que no había espacio para recibirlos.
“Sospechamos que ellos tenían la capacidad, pero querían desanimar a las personas que solicitaban amnistía negándoles el ingreso y esperando que se cansen y regresen a sus países”, dice Mosher, “En realidad, va en contra de leyes nacionales e internacionales negar el ingreso de las personas”.
De acuerdo al Instituto Fronterizo Esperanza, hasta agosto había 410 casos de familias separadas que incluía a padres deportados y 68 casos de padres que no fueron localizados. A otros 200 padres, el gobierno los consideró ‘inelegibles’ para la reunificación o que ‘renunciaron’ a sus derechos de reunificación.
Mientras tanto MOGC, una oficina formada por los Padres y Hermanos Maryknoll, Hermanas Maryknoll y Misioneros Laicos Maryknoll, publicó esta declaración: “Criminalizar a aquellos que solicitan asilo, aumentar su trauma en términos de detención y confinamiento, y separar rutinariamente a los niños de sus padres es extremo, inhumano y contrario a nuestros valores cristianos de recibir al forastero y salvaguardar la santidad de la familia”. Personal de MOGC y defensores se unieron en demostraciones y vigilias públicas haciendo un llamado al gobierno de Estados Unidos para buscar soluciones más justas y humanas para la crisis de la inmigración y para abordar las causas de raíz de la migración de Centroamérica, incluida la violencia, corrupción e impunidad.
Después de dos meses de angustia, María Herlinda fue transferida a Nueva York para reunirse con su hijo, gracias a que grupos de defensa en El Paso le facilitaron un abogado. Un juez de El Paso le permitió quedarse en Estados Unidos con la familia que conoce en Nueva Jersey y esperar su cita en la corte para solicitar asilo.
“María, una mujer de mucha fe, estaba agradecida de tenerme a mí y a otros grupos de defensa de su lado”, dice el padre Mosher. “Las personas muchas veces no entienden qué recursos están disponibles. Sólo por ser seres humanos solicitando asilo, ellos tienen ciertos derechos que están garantizados por nuestra constitución”
Foto Principal: Anita Ramírez, una hondureña solicitante de asilo, abraza a su hijo Jenri, 6, cuando se reunieron en un refugio en San Benito, Texas, después de haber sido separados. (CNS/Texas)