Un niño es cargado entre migrantes centroamericanos caminando hacia la frontera de México y Estados Unidos para buscar asilo (CNS/México)
Hermana Maryknoll responde al llamado de cuidar a refugiados en ciudad fronteriza
El llamado que se envió a todas las congregaciones de hermanas en Estados Unidos el pasado otoño fue urgente. La presidenta de la Conferencia de Liderazgo de Religiosas (LCWR) pidió voluntarias para ayudar a refugiados centroamericanos en extrema necesidad en la frontera sur de Estados Unidos.
Más de 350 hermanas respondieron inmediatamente. La Hermana Maryknoll Jeanne Rancourt, una enfermera registrada que sirvió por más de 50 años en Chile, fue una de ellas. Ella sabía que su experiencia sería útil. “Después de rezar por guía”, dice, “decidí ser voluntaria por un mes en el Centro San Juan Diego en El Paso, Texas”.
Este centro artístico y de formación de fe para jóvenes se convirtió en refugio temporal para solicitantes de asilo que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) dejó ir para hacer espacio para el ingreso de más recién llegados a los aglomerados centros de detención de ICE. ICE les otorgó un estatus legal temporal mientras ellos esperan que las cortes decidan su futuro, y dejaron que por su cuenta se conecten con amistades y familiares en Estados Unidos.
En el Centro San Juan Diego en El Paso, Texas, voluntarios ofrecen apoyo a personas que buscan asilo de camino a encontrarse con sus sponsors en Estados Unidos.
Personas que apoyan a refugiados en El Paso incluyen: Ruben García, quien dirige un albergue para desamparados llamado Casa Anunciación; Sue Morrison; además de voluntarios como las Hermanas Maryknoll Jeanne Rancourt y Peg Dillon
Conmovido por esta situación, Rubén García, quien dirige un albergue para desamparados, Casa Anunciación, en El Paso, hizo un llamado para que iglesias, parroquias, centros comunitarios y cualquier organización que pueda ayudar, abran sus puertas para los refugiados. Él pudo coordinar el establecimiento de 15 albergues temporales entre El Paso y Las Cruces. LCWR pidió a las hermanas que ayudaran en estos albergues.
Al llegar al Centro San Juan Diego, la hermana Rancourt se unió a otras tres hermanas Maryknoll que preparaban bolsas de artículos de aseo para 43 hombres, mujeres y niños enviados por ICE ese día. “(Verlos) bajar calmadamente y asustados del bus de ICE fue desgarrador para todas nosotras”, dice ella. “Mientras le dábamos la bienvenida, pude ver su sufrimiento y la incertidumbre del futuro que les espera. Un niño extendió sus brazos hacia mí con confianza, y traté de no llorar”.
La hermana Rancourt se acopló a la rutina. “El bus de ICE llega en las tardes, con unos 40 adultos más sus hijos”, dice ella, añadiendo que los adultos llevan un grillete de rastreo en sus tobillos hasta que vayan a su cita de la corte, cuando el juez decidirá si se pueden quedar o ser deportados. Se les sirve una sopa caliente y tortillas y luego van a un salón donde se reúnen con un voluntario quien los ayuda a contactarse con sus patrocinadores. Los patrocinadores, ella explica, pueden ser familiares o amistades quienes aceptan responsabilizarse por los migrantes y comprar sus pasajes para el ómnibus, tren o avión que los migrantes tomaran hasta llegar a su destino.
Hermana Jeanne Rancourt cocina para alimentar a refugiados buscando asilo en la frontera, en El Paso, Texas.
Hermana Jeanne Rancourt, voluntaria en El Paso, Texas, ayuda a cuidar al bebé de una refugiada.
Hermanas Maryknoll de izq. a dcha.: Margaret “Peg” Dillon, Norma Pocasangre, Mary Duffy y Jeanne Rancourt fueron voluntarias en el Centro San Juan Diego en El Paso, Texas. (Cortesía de las Hermanas Maryknoll/Texas)
Los migrantes reciben ropa y una bolsa con artículos de aseo. “Luego se dirigen a un salón donde voluntarios llegan con una deliciosa cena”, dice la hermana Rancourt. A estas alturas, añade, la tensión se ha quebrado y hay risas y camaradería entre personas que antes eran desconocidas.
Dos habitaciones grandes sirven de dormitorio—una para hombres y otra para mujeres y niños. Como no hay suficientes camas, algunos duermen en el piso. El día termina para los voluntarios a las 11 p.m.
Para Rancourt, el constante flujo de voluntarios es “milagroso”. Ella también ha presenciado otros milagros. Recuerda el día que prepararon una cena para 20 y llegó un bus con 30 refugiados más “Rezamos para que todos fueran alimentados”, dice la misionera de Woonsocket, Rhode Island. Ella alegremente reporta, “¡Todos comieron y quedó algo de salsa y espagueti!”
Hondureños se abrazan antes de separarse cerca a la frontera Estados Unidos/México, el pasado abril en Tijuana, donde se presentaron para solicitar asilo. (CNS/David Maung/México)
Parientes se abrazan al re-unificarse en la frontera de Ciudad Juarez, Mexico, y El Paso (CNS/Texas)
En otra ocasión, la coordinadora del centro estaba preocupada porque se necesitaban más almohadas. La hermana Rancourt le aseguró: “Dios sabe, antes que nosotras, lo que necesitamos”. Al poco tiempo llegó una caja anónima con almohadas nuevas.
Muchos refugiados llegan con resfríos, dolor de garganta, fiebre o deshidratación, dice la hermana Rancourt, quien pudo atender la mayoría de las condiciones médicas. Algunos necesitaron atención en el hospital.
Después de un día en el centro, la mayoría de refugiados están listos para partir. Choferes voluntarios los llevan a tomar su transporte. Cada migrante lleva una tarjeta que dice: “No hablo inglés. Por favor, ¿me puede dirigir a la puerta correcta?” Eventualmente, dice la misionera, ellos logran reunirse con sus seres queridos o amigos. Ella quedó conmovida cuando una mujer le dijo a los voluntarios antes de irse: “Queremos agradecerle por todo su cariño”. La hermana Rancourt piensa en alto: “Vi el rostro de Dios en los rostros de estas personas”.