Cuando estaba a pocos metros de llegar a la puerta del campamento de Naciones Unidas para refugiados en Malakal, Sudán del Sur, John Ahmed, de 36 años de edad, colapsó. Había caminado varios días desde su aldea en busca de tratamiento médico en el hospital de Médicos Sin Fronteras del campamento. Un transeúnte lo llevó al hospital. John quedó en coma. Nuestra comunidad fue a visitarlo y rezó por él. Después de siete días, John despertó y pidió moya, que en árabe significa agua. En nuestra misa dominical rezamos por él y miembros de la iglesia fueron a visitarlo al hospital. Uno de los doctores me dijo que el despertar de John de un coma después de siete días fue realmente un milagro. John sigue recuperándose lentamente; mientras tanto, damos gracias a Dios por el regalo de su vida.
Michael Bassano, M.M.
Caminé las Estaciones de la Cruz en Viernes Santo con prisioneros de una cárcel de Lima, Perú, donde ministro. En la procesión, mientras un prisionero cargaba una pesada cruz los demás lo acompañaban despacio y en silencio bajo un sol ardiente. Me di cuenta que cada uno llevamos nuestras propias cargas y que no hay necesidad de recordarle a los presos que carguen sus cruces, ya que lo hacen cada día. Nos tomó tres horas recorrer toda la prisión para finalizar las Estaciones de la Cruz. Al regresar a la capilla, los prisioneros, cubiertos de sudor y polvo, esperaron en fila su turno para arrodillarse y besar los pies de Jesús. Cuando se levantaron, sus ojos estaban cargados de lágrimas y mi corazón triste por su dolor. No puedo imaginar el peso de las cruces que cargan, pero con mi humilde presencia di testimonio de su sufrimiento.
Miyoung Sung, M.M.
Mi esposo Erik y yo servimos como misioneros laicos Maryknoll en la comunidad de El Cedro en El Salvador. Después de una reunión comunitaria, Juana Guzmán, la coordinadora de la comida, nos preguntó si podíamos ayudar con el programa de alimentación para niños. Tres veces a la semana el programa proveía a 98 niños necesitados, de uno a 11 años, un almuerzo simple de frijoles, arroz y tal vez algo de soya y vegetales para suplementar su escasa dieta. Las mamás de los niños se turnaban para preparar la comida. Cuando llovía y no podían preparar la comida afuera en las cocinas rudimentarias de leña, los niños no comían. Después de conversaciones, las familias se comprometieron a proveer la labor y nosotros el material para construir una pequeña cocina cubierta con un techo. La cocina ahora opera en su máximo esplendor.
Aquí en Kenya, hemos “inculturado”, en una pequeña comunidad cristiana, una misa que sigue el orden ritual usado en la República Democrática del Congo. El saludo de la paz tiene lugar al final del rito penitencial y antes de las lecturas de la Biblia. El objetivo es que la comunidad se reconcilie y esté en paz antes de escuchar la Palabra de Dios. Buscamos un signo africano genuino de paz, y elegimos un símbolo usado en Sudán del Sur y Sierra Leona—lados opuestos del continente; es decir, colocar la mano derecha sobre el hombro izquierdo de la otra persona y decir “paz”, en el idioma nativo.
Recientemente, concelebré una misa en la Catedral de Santa Teresa del Niño Jesús, en Juba, Sudán del Sur. Grata fue mi sorpresa durante el ofertorio, cuando niñas jóvenes de diferentes grupos étnicos cantaron y bailaron una “Oración de Paz” en la cual colocaron su mano derecha sobre el hombro izquierdo de la otra persona. Ellos me dan la esperanza de que la paz es posible en esta tierra devastada por la guerra.