Como párroco de Ndoleleji, el padre Dinh vive el llamado que escuchó por primera vez en Vietnam, en ese entonces gobernado por comunistas, donde sirvió como catequista en una pequeña parroquia rural, ministró a “personas más pobres que solo comían una vez al día”, y fue un “seminarista clandestino” que estudió en secreto para el sacerdocio.
“Mi propósito es fortalecer la vida cristiana aquí”, dice el padre Dinh sobre su ministerio en Ndoleleji. “Es una parroquia misionera con muchas estaciones”. La parroquia tiene tres centros pastorales, cada uno con ocho o nueve capillas o estaciones remotas, y de dos a cinco pequeñas comunidades cristianas asociadas a cada estación. El padre Dinh va una vez al mes a cada centro y celebra Misas en tres estaciones diferentes y muy distantes cualquier domingo. “Eso lleva todo el día”, dice él.
En la parroquia rural de 27 aldeas repartidas en casi 1.400 millas cuadradas, donde solo el 5% de la población es católica, el padre Dinh prioriza la formación de catequistas. “Un sacerdote no podrá manejarlo solo y tengo que conseguir catequistas”, dice.
Para ello, envía candidatos a catequistas a pasar un año de formación en Mwanza, la segunda ciudad más grande del país, ubicada a dos horas y media a orillas del Lago Victoria. Además, cada viernes ofrece un seminario para catequistas enuno de los tres centros de la parroquia y cada cuarto viernes de mes realiza un seminario para todos los catequistas.
Aunque el padre Dinh recurre a fondos de los Padres y Hermanos Maryknoll para la formación de catequistas, depende de la ayuda económica de familiares y amigos, de la comunidad vietnamita de la Diócesis de Orange en California, para ayudar a las familias de los catequistas mientras ellos estudian. “Los catequistas estudian durante todo un año y cuando regresan, no tienen nada porque no cultivan”, dice, señalando que hasta una docena de catequistas pueden estar estudiando en Mwanza a la vez. “Mientras están estudiando no tienen ingresos”.
Además de ayudar a las familias de los catequistas en formación, el padre Dinh mantiene cultivos de maíz, vainitas, maní y arroz en la parroquia para alimentar a los feligreses durante las reuniones y eventos y también para ayudar a los más necesitados.
Para que los catequistas se transporten a sus ministerios, el misionero compra bicicletas usadas de Japón por $50 cada una. El costo es compartido: el catequista paga un tercio, la gente paga un tercio y el padre Dinh aporta un tercio.
Es importante asegurarme de que haya sustentabilidad en la posta médica y el dispensario de la parroquia, dice. La clínica recibe alrededor de 40 pacientes por semana, la mayoría de los cuales padecen malaria, endémica en la zona, tifoidea y otras infecciones. Emplea a 14 personas, incluido un oficial clínico (equivalente a un técnico médico), cinco enfermeras, dos técnicos de laboratorio a tiempo parcial y una partera, así como personal de limpieza, un conductor y un guardia de seguridad.
“Trato de usar lo mínimo de los fondos mínimos para subsidiar el dispensario, de modo que cuando me vaya, ellos puedan administrarlo por sí mismos”, dice el padre Dinh. “Si pones mucho subsidio y te vas, se derrumba. Lo estoy construyendo lentamente para que pueda seguir gestionándose por sí mismo”.
Aunque la clínica funciona como una empresa sin fines de lucro, cobra a los pacientes tarifas por servicios, medicamentos y pruebas de laboratorio. Para enfermedades y lesiones más serias, los pacientes son enviados a hospitales del área. La clínica cuenta con un conductor y una ambulancia para llevar a los pacientes al hospital más cercano, que está a 12 millas de distancia, o a un hospital más grande que está a más de 40 millas de distancia.
El padre Dinh dice que la parroquia se ha salvado de la pandemia de COVID-19. “En nuestro lugar, la clínica Ndoleleji, no hay casos de pacientes afectados por COVID-19”, dice el padre Dinh. “Hemos sido bendecidos, de verdad”.
Los feligreses están muy conscientes de Dios en sus vidas, dice el sacerdote, y señala que a menudo usan la frase en swahili mungu yupo, que significa que Dios está presente. “Dios está en todas partes”, dice, “y si logran algo, reconocen la ayuda de Dios”.
La experiencia de ministerio del padre Dinh en Ndoleleji comenzó cuando como seminarista Maryknoll realizó su capacitación en el extranjero en Tanzania de 2005 a 2007. Mientras realizaba su asignación ayudando a un párroco de Maryknoll en una parroquia en Mwanza, el seminarista Dinh pasaba una semana cada dos meses trabajando con el Padre Maryknoll Daniel Ohmann entre los indígenas Watatulu que viven cerca del área. En 2009, un año después de su ordenación como sacerdote Maryknoll, el padre Dinh regresó a la Diócesis de Shinyanga y sirvió con un sacerdote local en Ndoleleji antes de convertirse en el párroco en el 2012.
Hasta el día de hoy, el padre Dinh trabaja para mantener algunos de los proyectos iniciados por su mentor el padre Ohmann, quien regresó a Estados Unidos hace unos años después de más de 50 años como misionero en África. Los proyectos incluyen: un molino de viento que proporciona agua limpia y confiable a las aldeas en la región semiárida y un proyecto de miel con 60 colmenas que producen “algunas de las mejores mieles de Tanzania”, dice.
El misionero claramente disfruta de su ocupada misión y su vida entre la gente de Ndoleleji. Encuentra similitudes entre las personas a las que sirve ahora y los vietnamitas con los que creció. “La hospitalidad realmente importa aquí”, dice, al igual que en la cultura vietnamita. Además, dice, “Respetan a los mayores, similar a la cultura asiática”.
Para el padre Dinh es especialmente significativo que la gente confíe en él, aunque él sea diferente a ellos. “Me hablan y me piden consejo”, dice. A su vez, él atribuye a los tanzanos a los que sirve el haberle enseñado “paciencia y generosidad”.
Imagen destacada: Izq. a dcha.: Los padres Maryknoll Edward Schoellmann, Hung Dinh y John Lange concelebran la Misa en la iglesia católica Ndoleleji enTanzania. (Sean Sprague/Tanzania)