Era un lunes de Semana Santa en la parroquia de Ndoleleji en la Diócesis de Shinyanga en Tanzania. Después de la celebración eucarística, el catequista me dijo que una mujer muda llamada Martha quería confesarse. Martha entró a la sacristía, se arrodilló y suspiró profundamente. Cruzó sus brazos sobre su pecho y se inclinó. Ella señaló al cielo, luego apretó su corazón. Levantó los puños con ira, luego volvió a cruzar los brazos sobre el pecho y se inclinó profundamente. Repitió esto varias veces con diferentes gestos. Mientras Martha comunicaba su dolor y su deseo de volver a Dios a través de signos y gestos, sentí el amor y la misericordia de Dios poderosamente vivos en la sacristía de esa pequeña iglesia rural. Le di la absolución y un signo de paz. Experimenté el significado de las palabras del profeta Joel como nunca antes, “Arranca tu corazón y vuélvete al Señor”.
Ni siquiera COVID-19 ha parado mis caminatas diarias por los senderos de la jungla en Yambio, capital del estado de Ecuatoria Occidental en Sudán del Sur, donde sirvo como misionero laico Maryknoll. Usando una mascarilla y manteniendo el distanciamiento social, me encuentro con maravillosas personas comunes en el camino. Un anciano se sienta en el tocón de un árbol de teca. Lo saludo en árabe con el respetuoso movimiento de las manos habitual en esta zona. Una mujer bombea agua en el pozo y yo me acerco y la ayudo a bombear el agua. Ella no puede entender porqué la ayuda este extranjero, pero está agradecida. Luego están los niños, docenas de ellos, donde sea que vaya. Vienen corriendo y riendo con las manos sucias. Pero sus corazones son de oro puro. Los saludo con mi limitado pazande, el idioma que se habla aquí, y todos nos reímos. Ellos practican su inglés limitado conmigo y nos reímos de nuevo. Los bendigo y sigo adelante. Dios es bueno y amo estos paseos.