Hermana Maryknoll goza durante décadas en ministerio de oración en misión.
Por Bernice Kita, M.M.
La Hermana Helen Werner, quien recientemente cumplió 102 años, ha pasado 84 años de su vida con la Congregación de las Hermanas Maryknoll, la mayor parte de este tiempo dedicada a la oración contemplativa en la misión. La edad no ha disminuido su sentido del humor. “En nuestra familia, ser pelirojo era señal de una vocación religiosa”, se ríe la hermana Helen. “De nosotros tres pelirrojos, mi hermano se convirtió en sacerdote diocesano y mi hermana Dorothy y yo nos convertimos en Hermanas Maryknoll”.
Nacida en 1920 en la granja de 80 acres de su familia, Helen era la menor de ocho hijos. Sus padres nacidos en Alemania se habían establecido en Fowler, Michigan, una pequeña comunidad agrícola cerca a una línea de ferrocarril. En el momento del nacimiento de Helen, la población era de solo 472, sin embargo, este pueblo de familias inmigrantes trabajadoras produjo numerosas vocaciones. “Solo en nuestra calle doce de nosotras respondimos al llamado de Dios”, recuerda la hermana Helen.
El día que Helen recibió el sacramento de la Confirmación, también se despidió de su hermana Dorothy, de 17 años, quien tomó el tren hacia el este para ir a Maryknoll.
Helen (izq.) y su hermana mayor Dorothy se unieron a las Hermanas Maryknoll, adoptando los nombres religiosos Rose Therese y Celine Marie. (Maryknoll Mission Archives)
Más tarde ese día de otoño, Helen se sentó en los escalones de la casa de campo contemplando una impresionante puesta de sol. Ella recuerda ese momento claramente. “Tenía ocho años”, dice. “No le dije a nadie, pero sabía que algún día sería una Hermana Maryknoll”.
Una década después, Helen llegó a la puerta principal de las Hermanas Maryknoll. Era 1938 y Dorothy ya había estado enseñando en Manchuria, China, ocupada por los japoneses, durante dos años.
Helen pasó de postulante a novicia, aprendiendo a vivir como una hermana Maryknoll y cambió su velo blanco de novicia por uno negro cuando profesó los votos. Ella recibió el representativo anillo de las Hermanas Maryknoll, que tiene grabado un Chi Rho, las primeras letras de la palabra griega para Cristo. En 1944, debido a que Japón y Estados Unidos estaban en guerra, Dorothy fue repatriada. Comenzó a enseñar en Maryknoll Teachers’ College, ¡justo a tiempo para convertirse en la maestra de matemáticas de Helen! Al obtener una licenciatura en educación, la hermana Helen estaba ansiosa por embarcarse en su primera asignación misionera.
Ella y otras tres hermanas pronto se encontraban en un avión que se dirigía a la Zona del Canal de Panamá. “La Zona”, una franja de 10 millas a ambos lados del Canal de Panamá, fue el hogar de la población civil y militar de los Estados Unidos que operaba y protegía el Canal.
Los Padres Vicentinos Americanos administraron la Parroquia de San Vicente en La Zona. Sus feligreses eran principalmente de ascendencia jamaicana, descendientes de trabajadores que ayudaron a construir el Canal de Panamá y estaban en desventaja como angloparlantes en el Panamá de habla hispana. Los Vicentinos solicitaron la ayuda de las Hermanas Maryknoll para abrir una escuela parroquial. Las religiosas Maryknoll que ya estaban en Panamá sirviendo en trabajo pastoral y social hicieron lo que pudieron para preparar la escuela, el Colegio San Vicente. Las autoridades estadounidenses prometieron pupitres y pizarrones móviles para ser utilizados como separadores de aulas.
La hermana Helen y las otras tres hermanas recientemente asignadas llegaron en octubre de 1944, después de que ya había comenzado el año académico. De inmediato pudieron evaluar todas las clases juntas en el sótano de la iglesia, abierto de par en par. Sin los nuevos escritorios prometidos y los separadores de pizarra, reinó el caos… hasta que las hermanas lo controlaron.
La Hermana Helen aparece en esta foto en 1949 en el Colegio San Vicente en la Zona del Canal de Panamá, donde enseñó primer grado de primaria durante 10 años. (Maryknoll Mission Archives)
“Durante los primeros días dudábamos si alguna vez podríamos traer una apariencia de orden a nuestras filas rebeldes”, escribió en una carta la Hermana Augustine, superiora y directora. Informó que los niños se sentaban de tres en un escritorio “en escritorios a punto de desmoronarse, o están tan apretados en largos bancos verdes… tan altos que sus pies no tocan el suelo”.
Los de primer grado eran los más ruidosos. Esta se convirtió en la clase de la hermana Helen. Ella recuerda: “Los alumnos de primer grado de mi sección se sentaban pegados hombro a hombro, de modo que los que estaban en el medio solo tenían que abrir los brazos y el niño en cada extremo del banco se caía”.
Después de diez años de enseñanza, el ministerio de la hermana Helen la llevó a una nueva dirección, una que seguiría por el resto de su vida. La Madre Mary Joseph Rogers, la fundadora de las Hermanas Maryknoll, había establecido un claustro de hermanas. Desde 1932, cuando las primeras 10 mujeres recibieron esta asignación, las hermanas Maryknoll fueron elegidas de una lista de voluntarias con experiencia en misiones para pasar sus vidas en oración en clausura y penitencia ofrecida a los misioneros de todo el mundo.
La Hermana Theresa Baldini, una miembro actual de la comunidad contemplativa, explica: “La madre vio esto como… permitir dentro de las hermanas ‘un sentido de la presencia permanente de Dios’… y la unión con Cristo en la oración esencial para cualquier vocación misionera real”.
“Admirable”, recuerda la hermana Helen que pensó, “pero no para mí”. Ella explica: “Me encantaba enseñar a mis alumnos de primer grado”.
Sin embargo, al igual que más de 100 hermanas Maryknoll que se ofrecieron como voluntarias para esta misión única, la hermana Helen quería que el Espíritu Santo, no ella misma, fuera quien eligiera. Agregó su nombre a la lista y comenzó a leer los escritos de los maestros espirituales. Cuando en 1954 recibió su asignación al claustro, se sintió preparada para aceptar esta nueva forma de misión. Regresó al Centro de las Hermanas para pasar las siguientes tres décadas de su vida en el Claustro de Maryknoll.
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1) Miembros de la Comunidad Contemplativa oran en la capilla de Lemoa: (En el sentido de las agujas del reloj) Hermanas Maryknoll Theresa Baldini (de visita), Rose Mary Jene, Helen Werner y Consuela Torrecer. (Cortesía de las Hermanas Maryknoll/Guatemala)
2) Hermana Helen (dcha.) y la difunta Hermana Maryknoll Connie Pospisil en 2008. (Sean Sprague/Guatemala)
3) Hermana Helen posa con jóvenes amigas en Lemoa. (Charlotte Tomaino/Guatemala)
4) En su fiesta de cumpleaños número 100, la hermana Helen acompañada por miembros de la comunidad, hermanas religiosas y su querido amigo, el obispo Julio Cabrera. (Charlotte Tomaino/Guatemala)
Después del Concilio Vaticano II, nuevas ideas sobre la vida religiosa cambiaron la forma en que las religiosas vivían y trabajaban. Las hermanas del Claustro Maryknoll abrieron sus puertas, su capilla y sus corazones. Continuaron viviendo la vida contemplativa – en el mundo real. Fueron necesarios muchos ajustes y experimentos, pero encontraron formas de estar en misión como contemplativas.
En 1981, las Hermanas Contemplativas de Maryknoll recibieron invitaciones de un obispo de Sudán y de las hermanas Maryknoll en Guatemala para abrir casas de oración en esos países devastados por la guerra. En 1986, después de mucha consideración en oración, dos hermanas fueron a Sudán y tres a Guatemala, incluida la hermana Helen.
Las Hermanas Maryknoll en Guatemala habían encontrado un sitio ideal para estos nuevas misioneras contemplativas: el pueblo de Lemoa en El Quiché, un área que sufrió tremendamente durante la larga guerra civil del país. La hermana Helen y sus compañeras estudiaron español mientras preparaban su casa. El 15 de agosto de 1986 abrieron formalmente su ministerio de oración y servicio a los sobrevivientes de la violencia en la zona. La hermana Helen tenía 66 años.
Al final de su primer año allí, la hermana Helen escribió: “El período en el que me encuentro ahora ha sido el más satisfactorio para mí. Me ha puesto en contacto con la fe sencilla y la confianza de los pobres. Lo que sufren y lo que comparten se convierte en parte de mi oración”.
Varias hermanas Maryknoll formaron parte de la Comunidad Contemplativa de Lemoa a lo largo de los años. Dos murieron y otras finalmente regresaron a Maryknoll, pero la hermana Helen se quedó. Además de orar, ayudó a muchas viudas, financió la educación de los estudiantes y vivió las palabras de Jesús: “Dejen que los niños vengan a mí”.
A la increíble edad de 101 años, la hermana Helen sufrió un leve derrame cerebral que le paralizó la pierna derecha. Se despidió del pueblo y de su amada Lemoa y regresó al centro de las Hermanas Maryknoll en Ossining, Nueva York.
La fiesta de despedida de la Hermana Helen (centro) reunió a vecinos y familias de los estudiantes que ella ha apoyado, quienes se reunieron en la Iglesia de San Sebastián para desearle una cariñosa despedida. (Valentina Castro/Guatemala)
Allí, en el cuarto piso donde muchas hermanas reciben cuidados de enfermería, la hermana Helen es una inspiración. Su actitud positiva y su sonrisa iluminan los pasillos mientras se desplaza en su silla de ruedas visitando a otras hermanas. Participa en oraciones y actividades y se comunica con amigos en Guatemala a través de su teléfono inteligente. Ella lee nueva teología en su tableta. Y responde a las preguntas inevitables sobre su longevidad, dando crédito a su temprana educación y su vocación.
Ella dice con sencillez: “Viví mi primera infancia en el aire limpio y fresco del universo, y he tratado de vivir mi vida con un espíritu de gratitud y paz interior”.
Imagen destacada: La Hermana Helen baila con Ignacia López Galindo en su fiesta de cumpleaños número 100, que reunió a hermanas religiosas, miembros de la comunidad local y a las Hermanas Maryknoll en Guatemala. (cortesía de Bernice Kita/Guatemala)