El cuidado de la creación es parte integral de la misión.
La Hermana Maryknoll Janet Miller ha pasado toda su vida conociendo nuevas tierras.
“Donde sea que sirvo, me gusta poner mis manos en la tierra”, dice ella. Más recientemente, la misionera se mudó del estado de Nueva York, donde ayudó a preservar los bosques y humedales nativos, a las tierras fronterizas de Texas, donde ayuda a que el desierto florezca.
Como maestra jardinera capacitada por Texas Agricultural and Mechanical University AgriLife Extension, la hermana Miller, de 72 años, ahora cultiva flores, frutas y verduras en El Paso.
“Es diferente cultivar en el desierto. Todo tiene que ver con el riego y la administración sostenible del agua”, explica la misionera. “En el medio oeste, donde crecí, tenemos una gran cantidad de césped y árboles, pero aquí en Texas fomentamos el paisajismo natural con plantas nativas para reducir el uso de agua”.
No es sorprendente que Janet Miller se sintiera atraída por la creación a una edad temprana. “Aunque no éramos agricultores, mi familia cosechó mucho en dos acres y medio”, dice sobre su infancia en Evansville, Indiana. “Mi madre enlataba o conservaba nuestras frutas y verduras durante el año”.
Miller, quien obtuvo una licenciatura en educación primaria, se sintió llamada a la vida religiosa y a la misión desde la escuela secundaria. Atraída a Maryknoll a través de la revista Maryknoll, ella entró a la Congregación en 1974.
La hermana Miller, capacitada en agricultura y cría de animales en Gweru Teachers College en Zimbabwe, habla sobre técnicas agrícolas con un estudiante en 1988. (Maryknoll Mission Archives)
Durante su noviciado en Nueva York, la hermana Miller quedó cautivada por la belleza natural del Centro de las Hermanas. “Nuestra fundadora, Madre Mary Joseph Rogers, visualizó nuestro centro como un lugar donde las hermanas pudieran regresar de la misión y refrescarse y renovarse”, dice. “Ella se refería a nuestra vida espiritual como un jardín”.
La hermana Miller primero sirvió en 1976 en Tanzania, donde estudió suajili y trabajó en educación y desarrollo comunitario, incluyendo proyectos de jardinería. Luego, cuando Zimbabwe obtuvo la independencia las Hermanas Maryknoll iniciaron esfuerzos para apoyar a esa nación del sur de África. “Ellas preguntaron por misioneras Maryknoll con experiencia en África”, dice la hermana Miller, quien se ofreció como voluntaria con otras hermanas Maryknoll. Fue asignada allí en 1982.
Mientras la hermana enseñaba en una escuela secundaria, ella quiso seguir una formación en agricultura. “Me interesaron más los cursos prácticos que los académicos”, dice. Le pidió consejo a la Hermana Maryknoll Mary Frances Kobets, quien dirigía un programa en Gweru Teachers College para instructores en agricultura y cría de animales. “La hermana Fran me dijo que no fuera a una escuela agrícola en los Estados Unidos, sino en Zimbabwe”, dice. “Dijo que sería más útil aprender las técnicas que funcionan en ese paisaje y clima”.
La hermana Miller dice que completar esa capacitación agrícola de un año fue “un sueño hecho realidad”.
Sin embargo, había mucho por aprender. “El gobierno estaba promoviendo los árboles de eucalipto. Algunos maestros decidieron plantarlos en el terreno alrededor de nuestra escuela”, recuerda. “Después de que plantamos los árboles, el jefe de la aldea dijo que antes solían plantar arroz allí. Esa tierra se adaptaba mejor al arroz”. Ella concluye: “Es muy importante consultar con la comunidad local”.
La hermana Miller enseña a un estudiante a cuidar aves de corral en 1988, mientras se desempeñaba como instructora agrícola en la escuela secundaria Thornhill en Gweru, Zimbabwe.(Maryknoll Mission Archives)
La hermana Miller, quien profesó sus votos finales en 1985, trabajó junto a profesores y religiosas de Zimbabwe. Aprendió shona, el idioma regional. “Cuando me fui de Zimbabwe en 1995”, recuerda la misionera, “las hermanas me dijeron: ‘Comiste lo que comimos, y fuiste a nuestras celebraciones y a nuestros funerales’. Quisieron decir que compartí la vida del pueblo, entre la gente”.
Su siguiente asignación misionera la llevó a un paisaje completamente nuevo, en Panamá. La provincia de Darién, en particular, contiene una reserva de biosfera de bosques y selvas tropicales que albergan diversas plantas y animales. La hermana Miller sirvió en Darién y en la comunidad de Las Mañanitas, cerca de la ciudad capital. Allí se ofreció como voluntaria con una organización sin fines de lucro llamada Madres Maestras que organiza grupos para madres y sus hijos en edad preescolar. “Entre otras actividades, hicimos abono y cultivamos árboles de papaya”, dice.
Al reflexionar sobre sus diferentes experiencias misioneras, la hermana Miller dice que su ministerio se compone de pequeños actos prácticos ofrecidos con un espíritu de servicio. “Me relaciono con la historia del Evangelio de la ofrenda de la viuda”, dice. “Desde su pobreza, puso todo lo que tenía para vivir. Lo dio todo”.
En 2005, la hermana Miller fue llamada de regreso a la propiedad familiar y querida del Centro de las Hermanas en Nueva York. Ella se convirtió en codirectora, con la Hermana Maryknoll Doreen Longres, de la Oficina de Medio Ambiente de las hermanas. La oficina buscaba formas de implementar prácticas que hicieran que el centro fuera más sostenible ecológicamente.
En 2012 (para el centenario de las Hermanas Maryknoll) de los 67 acres del centro, la Congregación conservó 42 acres para una reservación, protegiendo así la tierra de una futura expansión urbana. “Estoy agradecida de que esta tierra estará aquí para las generaciones futuras”, dijo la hermana Miller en ese entonces.
Hoy en día, la hermana Miller llama “hogar” al desierto. Llegó a El Paso en 2017 para unirse a otros misioneros Maryknoll que estaban respondiendo a la crisis humanitaria en la frontera entre México y los Estados Unidos.
Ella es voluntaria en Casa Anunciación, una red de albergues que ofrecen hospitalidad a los migrantes, y actualmente sirve en su refugio más grande, la Casa del Refugiado. Utilizando el español que aprendió en Panamá, conversa con los migrantes “para que se sientan bienvenidos”. Muchos son refugiados que huyen de la persecución, la violencia o son desplazados por el cambio climático.
Ella encuentra inspiración en la forma en que la Iglesia local y la comunidad en general han respondido con generosidad y compasión a los migrantes necesitados, incluso cuando, en algún momento, llegaban más de 1.000 personas cada día. Con tal hospitalidad, el desierto se convierte en un lugar de respiro y bienvenida, como lo señaló el obispo Mark Seitz de la Diócesis de El Paso, quien cita Isaías 35, 7, “Las arenas ardientes se convertirán en estanques y la tierra sedienta en manantiales de agua”.
Como parte de su ministerio ambiental, la hermana Miller propuso un curso sobre la encíclica del Papa Francisco del 2015 Laudato Si’: Sobre el Cuidado de la Casa Común al Instituto Tepeyac, un centro de capacitación ministerial diocesano bilingüe en el Paso. “Otra hermana, una franciscana, nutrió la semilla y la puso en marcha. Tuvimos un programa de 10 semanas sobre Laudato Si’”, dice. Luego, los participantes formaron equipos que promueven el cuidado de la creación en sus respectivas parroquias y comunidades.
“A medida que envejezco, todavía todo es acerca de la ofrenda de la viuda o la semilla de mostaza”, dice la misionera. “¿Estoy dispuesta a plantar mi pequeña semilla de entendimiento y unirla a la de otras personas? Estoy en la página de la creación y la creación en curso. … Laudato Si’ para mí trata de cómo involucrarnos en el cuidado de nuestra casa común. Y mi hogar está donde esté en ese momento”.
Imagen destacada: Las maestras jardineras, la Hermana Maryknoll Janet Miller (izquierda) y Verónica Macías, capacitadas por el Servicio de Extensión AgriLife de la Universidad Agrícola y Mecánica de Texas, cuidan el paisaje en el jardín de rosas municipal de El Paso.(Margaret Sierra/Estados Unidos)