Diácono que sirve a inmigrantes en Nueva York visita la frontera con Maryknoll.
El Diácono Carlos Campoverde, coordinador del Apostolado Hispano en la Iglesia de la Asunción en Peekskill, Nueva York, dice, “Toda mi vida he trabajado en la pastoral social”.
En agosto, el diácono tomó un paso más como discípulo misionero. Él participó en un viaje de inmersión a la frontera entre Estados Unidos y México con Maryknoll. “Me tocó mucho”, dice Campoverde. “Me he concientizado más, escuchando el dolor del hermano allá”.
La fe misionera del diácono Campoverde crece de una raíz arraigada en su arquidiócesis natal en Cuenca, Ecuador. “Ha sido un proceso”, dice. Tomó el primer paso cuando se unió a su esposa, Inés, sirviendo en la iglesia. “Entré en un grupo de catequistas”, relata, “y participé en la Renovación Carismática”.
Su vida familiar fue transformada, con el apoyo de Inés. Carlos dice, “Ella es la persona clave en mi vida”.
Campoverde se involucró en programas diocesanos de pastoral social, para la prevención del abuso de alcohol y drogas. Además, él e Inés acompañaban a un sacerdote misionero, yendo a las áreas rurales y comunidades campesinas, junto con sus tres pequeños hijos. “Los cinco íbamos a las montañas”, recuerda. “Allí mismo nació la llamada misionera”.
“Era banquero”, dice Campoverde, quien obtuvo su título de maestro de la Universidad Católica de Cuenca. “Dejé el banco. Quería trabajar 100% por la Iglesia”. Él se desempeñó en trabajos eclesiales hasta que la pareja y sus hijos emigraron a los Estados Unidos en 1999.
Residiendo en Queens, Nueva York, la familia frecuentaba a parientes y amigos en Peekskill, una ciudad que contaba con una creciente comunidad ecuatoriana. Como la sede de Maryknoll está cerca a Peekskill, los misioneros celebraban misas en español en la Iglesia de la Asunción.
“La relación entre la parroquia y Maryknoll es rica en historia”, dice Campoverde. Entre muchos sacerdotes que han apoyado a la parroquia, él nombra a los Padres Richard Albertine, Rafael Dávila y al fallecido Padre José Arámburu.
Inés y Carlos llegaron a conocer la parroquia – y la parroquia llegó a conocerlos a ellos. Un día, una religiosa le dijo a Carlos, “Lo necesitamos acá en Peekskill”. La pareja discernió el llamado de tomar un paso más allá. La familia se mudó a Peekskill, y Carlos se integró al personal parroquial. “El padre Arámburu me escribió una carta de recomendación”, cuenta Campoverde.
El diácono Campoverde, ordenado en 2011 y fotografiado en 2014, forma parte del personal parroquial de la Iglesia de la Asunción en la zona de Peekskill, Nueva York. (Giovana Soria/EE.UU.)
“Me dijeron que habría que empezar con un diagnóstico. Porque vivían muchos hispanos en Peekskill, pero a misa solo venían unas 15 o 20 personas”, dice Campoverde. Iba tocando puertas, invitando a las familias hispanas a la parroquia. Él mismo sintió una mayor cercanía a la Iglesia. Estudió en el Seminario de San José en Yonkers, Nueva York, y fue ordenado al diaconado permanente en el 2011.
El Diácono Kevin McCarthy, quien es parte de Church Engagement Division (CED) de la Sociedad Maryknoll, dice, “La parroquia y Maryknoll han colaborado en dos programas de formación del Discipulado Misionero”. A través de CED, explica el diácono, Maryknoll ha proveído recursos y entrenamientos para nuevos líderes hispanos. “Carlos ha sido clave en transformar el apostolado hispano en la parroquia, de muy poca participación a convertirse en una comunidad desarrollada”, dice McCarthy.
Hoy en día, 13 grupos devocionales se reúnen en la parroquia, al igual que cinco movimientos apostólicos (Cursillo, Renovación Carismática, Legión de María, Grupo Matrimonial y Manos Abiertas-Pastoral Migratoria). Casi 100 adultos toman clases en el capítulo parroquial del instituto arquidiocesano Félix Varela, dice el Padre Esteban Sánchez, párroco de la Iglesia de la Asunción.
“Nuestra parroquia es muy activa”, dice el padre Sánchez. “Es un lugar para la fraternidad, para la amistad y sobre todo, para Dios, donde las personas pueden crecer en la virtud, bajo el cuidado de Nuestra Señora”.
El sacerdote explica que la parroquia atrae a católicos hispanos desde muchas millas de los alrededores. Incluye a ecuatorianos, guatemaltecos, mexicanos, dominicanos y peruanos. Más de 600 alumnos están matriculados en clases de educación religiosa, dice Inés, quien sirve como secretaria del programa.
En agosto del 2021, el diácono Campoverde tomó otro paso más cuando fue con Maryknoll a un viaje de inmersión a El Paso, Texas. El grupo participó en un programa del Proyecto Encuentro, que promueve la comprensión de las problemáticas fronterizas. Debbie Northern, una misionera laica Maryknoll, actualmente es parte del equipo de esta organización.
Trabajando en una comunidad inmigrante–y siendo, el mismo, un inmigrante latinoamericano–Campoverde no anticipaba lo profundo que la experiencia lo conmovería. “Fue tan dolorosa y tan real”, dice.
Carlos y su esposa, Inés, sirvieron en una misa especial en honor a Nuestra Señora del Cisne de Ecuador, celebrada en una capilla de la Catedral de San Patricio en Nueva York. (Cortesía de Carlos Campoverde/EE.UU.)
Se quedó impactado cuando visitó la colonia de Anafra, en Ciudad Juárez, México. Allí, las Hermanas de la Caridad de Cincinnati, Ohio, sirven en el Centro Santo Niño, trabajando con niños discapacitados y sus familias. Las madres hablaron de cómo habían aprendido nuevas técnicas para cuidar de sus hijos. Además, contaron que las familias han crecido en solidaridad unas con otras.
“En mi interior lloraba”, dice el diácono, acordándose de los niños con severas discapacidades que conoció allá. “Pero pude ver el amor de Dios en las personas que los cuidan, y la unidad de las familias en medio del pesar que viven”.
Él también se sentió muy inspirado al ver los esfuerzos de las personas locales para ayudar a los migrantes. “Me impresionó cómo la gente se organiza, cómo los grupos trabajan, gente llena de Dios”, dice. “Me ha hecho preguntarme a mí mismo: ¿Qué estoy haciendo como Iglesia a favor de las personas en la frontera?”
En un albergue, la Casa del Refugiado, el diácono ecuatoriano conoció a una familia joven de su propia ciudad de origen, Cuenca. Habían viajado hacia la frontera y estando en el lado mexicano, fueron secuestrados por elementos del crimen organizado. Los secuestradores exigieron un rescate para dejarlos ir. Al cruzar la frontera, ellos pidieron asilo y después de ser procesados, fueron llevados a la Casa del Refugiado.
Helena Niño de Guzmán, participante de Maryknoll en el viaje del Proyecto Encuentro, sostiene a Jesús Manuel Martínez en el Centro Santo Niño en Ciudad Juárez, México. (Tracy McNulty/México)
Pensando en familias como esta, Campoverde cuenta, “A veces no dormía. Analizaba en las noches, ¿Qué hago yo? ¿Qué más puedo hacer? ¿Por qué me limito yo mismo, y cómo puedo cambiar, para dar más?”
Regresando a Peekskill, el diácono Campoverde continúa con sus responsabilidades en su parroquia.
Ahora, trae la experiencia de la frontera a la pastoral en Nueva York. “Estando allá, me concienticé, pero regresando, quiero que la gente tome conciencia también. Todos somos inmigrantes”, dice Campoverde.
En septiembre, con el apoyo del grupo parroquial Manos Abiertas-Pastoral Migratoria, se organizó una vigilia. Su meta era doble: honrar a los inmigrantes pioneros de la comunidad, y a la vez, expresar su preocupación por los migrantes contemporáneos. Cinco miembros de las primeras familias que habían inmigrado a Peekskill habían fallecido en los últimos meses, explica el diácono. “La campana tocó cinco veces, en su honor”, dice Campoverde.
Mientras recordaron a los primeros inmigrantes latinoamericanos de la parroquia, el grupo también oró por los recién llegados. Habían construido un muro móvil, hecho de madera y alambre de púas, representando el muro de la frontera. Lo colocaron en el santuario del templo. “Hubo exposición del Santísimo”, relata el diácono Campoverde. “Tuvimos música funeraria y luego, música alegre. Cantamos, rezamos, sobre todo creando solidaridad”.
Concluye, “La Iglesia no deja solos a los migrantes”.
Imagen destacada: El diácono Carlos Campoverde se encuentra frente al muro fronterizo en Ciudad Juárez durante un viaje de inmersión de Maryknoll a la frontera entre Estados Unidos y México. (Cortesía de Carlos Campoverde/México)