Una queja común entre una muestra de fieles, que va desde los fervientes asistentes a la Misa hasta los católicos “no practicantes”, es que no se sienten escuchados. Recientemente, el Papa Francisco invitó a todos los católicos a participar en un proceso sinodal donde los católicos hablan y los líderes escuchan.
El objetivo es ayudar a los obispos, pastores, rectores y teólogos a comprender las luchas, los conocimientos, las frustraciones y las experiencias religiosas de un amplio espectro de católicos, para ministrar mejor a las personas que viven vidas reales en el mundo real.
No hay mejor patrón para el proceso sinodal que la santa a la que se le encomendó el mensaje de la Resurrección, a quien los Once Apóstoles no creyeron, ni tomaron en cuenta.
Santa María Magdalena desempeñó un papel fundamental en la principal creencia cristiana de que Jesucristo resucitó de entre los muertos. Ella es la que debería saberlo. Ella habló con él.
Los Evangelios afirman que ella fue la primera persona en encontrarse con Cristo Resucitado. El problema fue que los discípulos varones eran producto de una sociedad patriarcal que no aceptaba el testimonio de las mujeres.
Peor aún, los Evangelios brindan un detalle aún más problemático: María Magdalena es la misma mujer que una vez estuvo poseída por nada menos que siete demonios hasta que Jesús los expulsó (Marcos 16,9 y Lucas 8,2).
Los psicólogos modernos la considerarían una mujer delirante o incluso psicótica. ¿Quién le creería a una improbable y absurda testigo de la Resurrección? Tan escandaloso y contraproducente para inventarlo, su testimonio se incluye en los Evangelios por una sola razón: realmente sucedió.
Y durante esos breves minutos entre el encuentro con Cristo Resucitado cerca al sepulcro vacío y la entrega del mensaje de Jesús a los apóstoles incrédulos en el aposento alto, María Magdalena fue la Iglesia. Ella sola llevó la chispa y avivó las llamas de la fe de los demás apóstoles.
A lo largo de los siglos siguientes, los teólogos y las autoridades eclesiásticas continuaron la práctica vergonzosa de desestimar o denigrar a María Magdalena.
En 591 el Papa Gregorio Magno la equiparó erróneamente con la mujer sorprendida en adulterio, aunque los Evangelios no dicen tal cosa. Los eruditos modernos de las Escrituras señalan la mala interpretación, pero aún hoy en la mente popular esa imagen de María como una prostituta reformada se ve reforzada por la cultura popular en musicales como Jesus Christ Superstar y Godspell.
A la Iglesia Católica le tomó casi dos mil años reconocer y rehabilitar completamente el verdadero papel de María Magdalena.
En 2016, el Papa Francisco la elevó al rango de apóstol, formalizando su título como “Apóstol de los Apóstoles”, y elevó su memorial del 22 de julio a una festividad especial que está a la par de las celebraciones litúrgicas de los Doce. Su declaración la llamó una “verdadera y auténtica evangelizadora”.
El proceso sinodal busca tratar el tema de la exclusión que sienten tantos miembros de la Iglesia. La historia de María Magdalena sirve de inspiración.
Esta santa no solo apoyó financiera y espiritualmente a la Iglesia primitiva, sino que representa a todos, laicos y clérigos por igual, que han sido ignorados, despedidos, menospreciados, irrespetados o difamados.
Con su testimonio inquebrantable de las palabras y la Resurrección de Jesús, ella representa a los marginados, cuyo testimonio es cada vez más necesario en nuestro tiempo en una Iglesia dañada que intenta reavivar la fe y el celo de los apóstoles.
El primer paso en el largo camino hacia la renovación es escucharnos unos a otros.
Imagen destacada: El encuentro de Santa María Magdalena con Cristo Resucitado cerca a la tumba vacía (Juan 20, 1-18) está representado por el pintor Alexander Andreyevich Ivanov. ( CNS/Wikimedia Commons)