Relatos Misioneros Otoño 2022

Tiempo de lectura: 4 minutos
Por: Misioneros Maryknoll
Fecha de Publicación: Sep 1, 2022

De alguna manera me he convertido en patrocinador de niños futbolistas. Me los cruzo todos los días en mi paseo nocturno en Tanzania. Ellos patean hasta desgastar las pelotas con las que juegan. Las pelotas eran caseras, improvisadas con trapos envueltos en una media gastada y redondeados en forma de esfera. Seguí buscando un mejor tipo de pelota para los niños atletas y finalmente compré en la tienda siete pelotas de aire. Sabía que estas nunca durarían debido a muchos arbustos espinosos que hay aquí, y el uso rudo que tendrían las pelotas con estos entusiastas jugadores de fútbol. La primera pelota duró solo una hora; el resto de las pelotas se dañaron siguiendo la misma suerte. Sin embargo, donde hay voluntad, hay un camino. Ahora lleno estas pelotas con esponja y hago que un reparador de calzado las cosa.

John Lange, M.M.

After World Mission Sunday Mass at St. Ferdinand Church, pastor Father Jason Torba and Cardinal Blase Cupich greet the congregation, including all those who do mission in Chicago. (Julie Jaidinger, Chicago Catholic/U.S.)

Niños posan para la foto en la comunidad Las delicias, El Salvador, donde sirvió el Misionero Laico Maryknoll Rick Dixon. (Sean Sprague/EL Salvador)

Después de trabajar como misionero laico la mayor parte de la última década en El Salvador, supe que mi madre me necesitaba en California, ya que sufre de Alzheimer. Es una difícil decisión. Había mucho más trabajo por hacer en nuestro programa familiar de alfabetización, que se trataba de aprender a leer nuestras vidas como de leer libros. Eso es lo que más extraño, leer la vida a través de la presencia diaria de la gente. Hay algo hermoso y misterioso en acompañar a personas que poseen pocos bienes materiales, pero que poseen tesoros de otras formas. Al regresar a EE.UU., un frasco de canicas me vincula con uno de los mejores tiempos en El Salvador, donde los niños me detenían, me daban canicas, llamadas chibolas, y me invitaban a un juego. Constantemente perdía mis canicas en la competencia, pero los niños me las devolvían. “Estás aprendiendo; sigue practicando”, decían, tendiéndome un puñado de chibolas e insistiendo en que las llevara. Ahora mi colección de canicas se encuentra en un pequeño frasco en mi escritorio. Mirarlas trae calidez y consuelo, pero los recuerdos también dejan un agujero. Es difícil dejarlo ir.

Rick Dixon, MKLM

After World Mission Sunday Mass at St. Ferdinand Church, pastor Father Jason Torba and Cardinal Blase Cupich greet the congregation, including all those who do mission in Chicago. (Julie Jaidinger, Chicago Catholic/U.S.)

Panorama de las Islas Marshall, donde la Hermana Maryknoll Aurora de la Cruz sirvió en misión. (Imagen Pixable)

¿Cómo curarse de la alergia? ¡Súbete a un bote de copra! Esa fue mi experiencia en las Islas Marshall, donde serví en misión como hermana Maryknoll. Solía estornudar cada vez que estaba rodeada de polen y polvo, y tenía que tomar una pastilla para la alergia a primera hora de la mañana. Mis alergias se curaron inesperadamente después de un viaje en bote de copra desde el atolón de Tinak al atolón de Majuro. La copra es pulpa de coco seca que emite un olor desagradable, especialmente cuando se cargan cientos de sacos de copra en un bote. Siendo una mala marinera, el viaje en un bote de copra de 17 horas de duración fue una agonía para mí. Sin embargo, eventualmente me di cuenta de la gran bendición que fueron esas 17 horas insoportablemente difíciles. ¡Mis síntomas de alergia desaparecieron durante tres años después de ese viaje en un bote de copra!

Aurora de la Cruz, M.M.

After World Mission Sunday Mass at St. Ferdinand Church, pastor Father Jason Torba and Cardinal Blase Cupich greet the congregation, including all those who do mission in Chicago. (Julie Jaidinger, Chicago Catholic/U.S.)

Un hombre reza en Hogar de Compasión en la aldea Kigera, cerca a Musoma en Tanzania. (Sean Sprague/Tanzania)

Era temprano un domingo por la mañana, antes del amanecer, y me dirigía a la Misa de las 6:15 en la iglesia misionera, a unos 15 minutos a pie de la Casa de Oración, donde vivo y trabajo como misionera laica en Mwanza, Tanzania. Había dudado debido a la oscuridad, pero luego decidí salir. A mitad de camino de la colina hacia la iglesia, se acercó un extraño. No había nadie más a la vista. “¿Irá a la Iglesia?”, preguntó el hombre. Un poco temblorosa, respondí que sí. Hubo un silencio mientras permanecíamos en la oscuridad por unos momentos, luego, con voz entrecortada, dijo: “Ore por mí”, y siguió adelante. Llevé a ese extraño a la iglesia conmigo. Lo puse en el altar con el pan y el vino. Lo consumí con la Comunión. Durante el día, mis pensamientos volvieron a ese breve encuentro y al impacto que había tenido en mí. Dos almas vulnerables que se encuentran en la oscuridad: una con miedo y la otra con una necesidad desesperada de la intervención divina. El extraño me había dado una misión. “Ore por mí”, dijo. Eso fue todo. Se sintió como una misión divina esa mañana. Habíamos encontrado a Dios en nuestra mutua vulnerabilidad.

Judy Walter, MKLM

Imagen destacada: Niños de Tanzania, patrocinados por el Padre Maryknoll John Lange. (John Lange, M.M./Tanzania)

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