Relatos Misioneros Invierno 2023

Tiempo de lectura: 4 minutos
Por: Misioneros Maryknoll
Fecha de Publicación: Dic 1, 2022

Cada Navidad, en el multiétnico Hong Kong, varios hindúes vienen a Misa para rendir homenaje al Niño Jesús. Escuchan los cantos, lecturas y la homilía. En la Comunión, se acercan a la fila con los brazos cruzados sobre el pecho para recibir la bendición. En la Nochebuena anterior, un hombre me sorprendió después de Misa. Tuvo que repetir su pregunta, ya que no la entendí la primera vez. “¿Puedo tocar tus pies?”, preguntó (refiriéndose a la tradición hindú de recibir bendiciones de personas mayores). “Ah… OK,” respondí, desconcertado. Se puso de rodillas, y con su cabeza casi tocando el piso, puso sus dedos en las puntas de mis dos zapatos. Me sentí avergonzado, porque no soy nadie especial, ni un yogui ni un gurú. Ahora sé por qué Pedro se sintió avergonzado en la Última Cena, cuando Jesús vino a lavarle los pies.

Michael Sloboda, M.M.

After World Mission Sunday Mass at St. Ferdinand Church, pastor Father Jason Torba and Cardinal Blase Cupich greet the congregation, including all those who do mission in Chicago. (Julie Jaidinger, Chicago Catholic/U.S.)

Una mujer sostiene a su bebé en sus brazos. (Sean Sprague/Tanzania)

Aquí en Tanzania, donde sirvo como misionera laica, Jesca desconocía su estado serológico cuando dio a luz a su primera hija hace ocho años. Después de mostrar síntomas de VIH, los resultados confirmaron que era seropositiva. La clínica le aconsejó que también le hiciera la prueba a su hija, Elizabeti. Allí supo que su hija había sido infectada. Jesca y Elizabeti comenzaron la terapia antirretroviral y fueron derivadas al Centro Uzima, donde trabajo. Las clínicas pueden proporcionar pruebas y medicamentos, pero lo que no pueden dar es acompañamiento. A través de nuestro programa, las mujeres aprenden cómo mejorar su salud. También aprenden la importancia de dar a luz en un hospital designado. El acompañamiento y educación que Jesca recibió en Uzima hizo posible que su segunda hija, Justina, naciera sin VIH. Elizabeti, ahora en 1er grado, es parte de nuestro Grupo Upendo para niños seropositivos. Jesca continúa asistiendo a reuniones de grupos de apoyo para adultos que viven con VIH, y la pequeña Justina está muy bien. 

Joanne Miya, MKLM

After World Mission Sunday Mass at St. Ferdinand Church, pastor Father Jason Torba and Cardinal Blase Cupich greet the congregation, including all those who do mission in Chicago. (Julie Jaidinger, Chicago Catholic/U.S.)

Niños migrantes en Ciudad Juárez, México, miran a través de los barrotes del refugio para migrantes Leona Vicario el 7 de marzo de 2022, donde un migrante fue encontrado muerto dentro del edificio. El albergue está a cargo del gobierno mexicano. (CNS/José Luis González, Reuters)

Un niño pequeño estaba agarrado de la mano de su mamá y cargando un peluche mientras los adultos corríamos al aeropuerto. La Hermana Maryknoll Joy Esmenda y yo acompañábamos a la madre migrante y al niño como parte de nuestro servicio voluntario en la frontera de Estados Unidos con México en Tucson, Arizona. Ellos iban a encontrarse con su patrocinador.

Para nuestra consternación, nos dijeron que el vuelo había sido cancelado y que tenían que volver a hacer la reserva para un vuelo de las 6 a.m. del día siguiente. Solo tenían $20, que no les alcanzaba ni siquiera para un taxi (tarifa de $40), y mucho menos para la comida durante el viaje. Decepcionadas, regresamos al centro de bienvenida Casa Alitas donde se estaban hospedando.

La hermana Joy preparó sándwiches para el viaje de la familia y salimos de Casa Alitas a las 4 a.m. Cuando bajaban del auto, la madre nos entregó el billete de $20. Simultáneamente dijimos: “Gracias, pero no, eso es para su viaje”. 

La hermana Joy se quedó en el auto mientras yo acompañaba a la madre y al niño a la puerta. Ambos estaban muy agradecidos. Todo sonrisas, el niñito me mostró su peluche y dijo que duerme con él todas las noches. 

Finalmente se anunció la hora de embarque y madre e hijo se pusieron a la fila. Mientras nos abrazábamos y nos despedíamos, el niño de repente levantó la mano con su peluche. Quería dármelo como muestra de su agradecimiento. 

Con lágrimas en los ojos, recordé al pequeño tamborilero de un villancico conocido, quien llegó al pesebre donde nació Jesús. Sin un regalo que traer, tocó su tambor y cantó: “mas tú ya sabes que soy pobre también / y no poseo más que un viejo tambor… — rompopopón, rompopopón / en tu honor frente al portal tocaré… con mi tambor… / (…) / cuando Dios me vio tocando ante él, me sonrió”. 

Aprobando la generosidad del niño, le dije: “Eso es para que tú lo lleves contigo, para que puedas dormir bien”. Él sonrió y se despidió.

Genie C. Natividad, M.M.

Imagen destacada: Misa en la iglesia católica en el pueblo de Xinghe, Shanxian, China. (Sean Sprague/China)

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