Por el Padre David Schwinghamer, MM
Domingo, 11 de junio, 2023
Dt 8:2-3, 14b-16a | 1 Cor 10:16-17 | Jn 6:51-58
El Padre Maryknoll David Schwinghamer, un misionero con experiencia en Tanzania y Uganda, reflexiona sobre la celebración del Corpus Christi durante la pandemia. Esta reflexión de las escrituras fue previamente publicada en junio 14, 2020.
Una vez, durante la celebración del Corpus Christi (el Cuerpo y Sangre de Cristo), aprendí una lección importante acerca de la Eucaristía. En un campo de refugiados en Tanzania, justo mientras me quitaba mis vestiduras después de la Misa, una líder de la Iglesia se me acercó y dijo: “Ahora hay que llevarle la Santa Comunión a los enfermos”. Su actitud práctica me inspiró.
Varios de nosotros recorrimos el campo con un cáliz que contenía el cuerpo de Cristo. Para llegar a la última comulgante, tuvimos que literalmente ponernos de rodillas para penetrar en la casucha que tenía por hogar. Allí encontramos a una joven mujer demacrada, tan enferma que no podía ni sentarse. A pesar de su condición desesperada, tenía un aura serena. Se contentó al ver los rostros de los fieles que habían venido a darle la Eucaristía. Recibió la hostia con devoción muda. Cuando uno ve a alguien que literalmente está consumido por la enfermedad recibir la “verdadera comida que ha bajado del cielo” con devoción y paz profunda, uno entiende que el misterio de la Eucaristía es mucho más de lo que una sola persona pueda entender.
Cada nueva experiencia de añorar y de sufrir sirve para mantener viva la memoria de las promesas de Dios. En la lectura de hoy, Moisés insta a su gente a recordar lo que Dios ha hecho para salvarlos. Sus palabras nos recuerdan que cuando la riqueza se acumula, los humanos se deterioran. La riqueza nos puede blindar de la memoria de nuestra dependencia en Dios y en cada uno. Esto es lo que pareció sucederles a los israelitas, pero también a muchos en Estados Unidos. Hemos olvidado que, aunque seamos muy ricos, somos parte de una comunidad global, tan vulnerables como otros a ser derribados por la forma más simple de vida: Un virus.
¿Cómo nos enseñó Cristo a mantener viva la memoria de las promesas de Dios? Estableciendo una comida conmemorativa. Su última cena con los discípulos fue una reunión para partir el pan. Cuando nos reunimos en Misa, participamos en una celebración de agradecimiento por lo que Cristo ha hecho en su cuerpo. Recordamos que el “esto”, o la sustancia, de la oración que damos cuando elevamos la sangre de Cristo es precisamente el derramamiento de nuestras vidas para los demás.
Últimamente vemos este acto de auto-regalarse o de sacrificio en incontables y valientes héroes que, a pesar de no tener equipo protector personal, continúan sirviendo al resto de la comunidad en esta época de pandemia. Ellos y otros que sirven a la comunidad (conductores, limpiadores, cocineros, voluntarios, carteros, taxistas de motocicleta, mujeres en el mercado, cajeros) nos recuerdan lo que el Señor hizo en su vida. De alguna manera, la “eucaristía” está pasando alrededor de nosotros sí sabemos dónde mirar.
Pero, ¿qué sucede cuando una pandemia entra de barrida y todas las oportunidades de reunirse para el Sacramento de la Eucaristía se suspenden por la seguridad del resto de la comunidad? Cuando el coronavirus golpeó a Uganda en marzo, 2020, el gobierno respondió rápidamente, poniendo restricciones para viajar y para reuniones grandes, incluyendo los servicios religiosos en iglesias y mezquitas. De una noche para otra, el acceso a la Eucaristía desapareció.
Mucha gente expresó su consternación al no poder recibir aquello que los podría sostener en este tiempo de crisis: El Cuerpo y la Sangre de Cristo, el pan que vino del cielo, la verdadera comida y bebida.
Meros días después, líderes de la Iglesia anunciaron que las iglesias seguirían cerradas, que los fieles debían rezar en casa, que la Misa se transmitiría por radio o por internet y que los fieles podrían unirse con el sacrificio Eucarístico a través de la oración.
Estas restricciones del gobierno y pautas de la Iglesia, aunque temporales, han suscitado muchas observaciones interesantes sobre el sacramento de la Eucaristía. ¿Es posible recibir la Eucaristía “espiritualmente” escuchando la Misa por una transmisión de radio? ¿Puede la estructura de la Misa alterarse para que los fieles, diez a la vez, puedan recibir la Santa Comunión de un ministro eucarístico y luego ser enviados a casa para reunirse y leer las lecturas del domingo? ¿Pueden otras reuniones ser consideradas “eucarísticas” cuando doctores y enfermeras trabajando juntos evocan con sus acciones la voluntad de arriesgar la vida propia para salvar otras? Según el Papa Pablo VI, la presencia real de Cristo en la Eucaristía no limita la presencia de Dios en ninguna otra parte.
La pandemia del coronavirus ha resaltado muchos de los recovecos, surcos y brechas en nuestra comunidad global. También ha demostrado los límites de nuestras instituciones eclesiásticas y prácticas de ministerio. Cuando, en un momento de crisis grave, no pudimos encontrar maneras para concretamente compartir el “pan vivo” con aquellos que necesitaban sustento espiritual, algo está faltando. Nuestras iglesias están cerradas. Quizás lo que está sucediendo en este momento es que Jesús está golpeando a la puerta desde adentro, pidiendo que le dejemos salir.
El Padre David Schwinghamer fue misionero en África del Este por más de 25 años antes de unirse a la Oficina de Asuntos Globales de Maryknoll en 2013. En 2018, se unió al Padre John Barth, MM, en su ministerio en el Campo de Refugiados Palabek en Uganda. Él regresó a Estados Unidos el 2021.
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Foto destacada: Niños juegan en el campo de refugiados de Nyarugusu, Tanzania. Desde un campo de refugiados, un Padre Maryknoll reflexiona acerca de la presencia de la Eucaristía en todas partes. (Flickr/Aaron Amy Tate).