El programa de inmersión Maryknoll lleva a participantes a la frontera de EE. UU. y México.
Cuando agentes de la Patrulla Fronteriza dejaron a Miguel Soto y a su familia en un albergue de El Paso, Texas, la familia ya había gastado todo su dinero en un viaje de un mes para llegar a la frontera de Estados Unidos. Aunque tenían un contacto en Utah, no tenían los medios para llegar hasta ahí.
El nombre de El Paso define la naturaleza de la ciudad para migrantes en ruta hacia otros lugares.
“La gente siempre llega y se va”, dice Deborah Northern, una misionera laica Maryknoll, voluntaria en albergues locales para solicitantes de asilo. “Es una gran necesidad. ¿Cómo los ayudo a donde vayan?”
Maryknoll tiene una larga historia de servicio en la frontera de Estados Unidos y México. Actualmente hay cinco misioneros laicos, tres padres y dos hermanas trabajando en varios ministerios allí.
Northern también trabaja con The Encuentro Project coordinando viajes de inmersión organizados por los Padres y Hermanos Maryknoll, como del pasado julio. El programa del Encuentro ofrece a los participantes una perspectiva integral de la realidad migratoria y la oportunidad de interactuar con migrantes como Miguel.
Miguel dice que su familia tuvo que escapar de Venezuela tras participar en protestas antigubernamentales. Después de vender todas sus pertenencias, Miguel, su esposa, sus tres hijos – de 3, 8 y 13 años – y su hermano Jorge (no son sus nombres reales) emprendieron un viaje a la frontera entre Panamá y Colombia. La familia forma parte de los cientos de miles de migrantes que en años recientes han realizado la arriesgada travesía por la jungla del Tapón del Darién.
Miguel había visto videos en redes sociales donde otros migrantes detallaban las circunstancias del viaje, las rutas más baratas y cómo prepararse. En algunos de estos videos, aconsejaban no realizar el viaje en absoluto.
En la ruta hacia el Darién, en puertos y campamentos controlados por traficantes y carteles, los migrantes deben pagar con dólares americanos en vez de la moneda local. Allí, dice Miguel, vio inmigrantes de Haití, Ecuador, Cuba y otros países tan remotos como China, todos buscando llegar a la frontera de Estados Unidos.
Los Soto, junto a un grupo de cerca de 40 migrantes, pagaron una tarifa individual para que un guía los llevara una parte del camino. Después el grupo quedó a su suerte por trochas embarradas, atravesando acantilados y ríos caudalosos, además del riesgo de perderse en la jungla o ser descubiertos por grupos criminales.
Cuando podían, los adultos protegían a los niños cubriéndoles los ojos. “Cuántos muertos uno ve en el camino… muertos comiéndoselos los animales”, relata Miguel. Aunque trataron de reaccionar rápido, dice él, en una ocasión su hija llegó a ver el cuerpo en descomposición de una mujer.
Después de tres días y medio, el grupo salió de la selva en Panamá. Después viajaron por Centroamérica y México, donde abordaron los trenes de carga conocidos como La Bestia. El peligroso viaje sobre diferentes trenes duró dos días y medio.
Al final de los rieles del tren estaban Ciudad Juárez y la frontera con Estados Unidos.
Izq.: Los hijos de Miguel, la niña de 13 años y el niño ahora de 4 años, forman parte de una de las muchas familias venezolanas que viajan por tierra a la frontera de Estados Unidos para solicitar asilo.(Cortesía de Andrea Moreno-Díaz/EE.UU.) Dcha.: Dirigido por un ex agente de la Patrulla Fronteriza, el gimnasio en la Iglesia del Sagrado Corazón en El Paso, Texas, se transformó en un albergue para ofrecer ayuda a miles de migrantes. (OSV/Pax Christi Little Rock/EE.UU.)
Cuando la familia Soto llegó a Juárez el 18 de julio del 2023, una barrera de alambre con cuchillas relucía en la ribera del río Bravo. Sin embargo, los Soto no pensaban entrar de manera ilegal a Estados Unidos. Como muchos inmigrantes escapando de persecución, ellos planeaban entrar por un puerto de entrada oficial. Estaban buscando asilo.
A principios de marzo del 2020, el asilo se vio restringido bajo el Título 42 para prevenir el contagio de COVID-19. Cuando la medida se suspendió en mayo del 2023, una nueva política entró en funcionamiento. Los migrantes deben solicitar asilo en otros países antes de hacerlo en Estados Unidos. (Aunque los Soto habían solicitado asilo en Colombia, sólo recibieron un salvoconducto). Además, los solicitantes de asilo deben pedir una cita para presentarse en un puerto de entrada a través de una aplicación telefónica llamada CBP One. Mientras esperan a recibir la cita, a veces por semanas o meses, los migrantes están expuestos al secuestro, asesinato y violación en peligrosas ciudades fronterizas.
“Si estás huyendo no puedes esconderte por tres meses hasta que el gobierno diga ‘ven’”, dice Heidi Cerneka, misionera laica Maryknoll y abogada de inmigración que sirve a migrantes en El Paso. “Los albergues en México están colmados porque estamos bloqueando gente en los puertos de entrada”.
En las calles de Juárez, un extraño se acercó a la familia Soto mientras descansaba en un andén. El hombre se sentó al lado de su hija de 13 años. “No le importó que estuviéramos ahí”, dice Miguel. La actitud amenazante del hombre alertó a los adultos de la familia. “Y después de él, pasó uno llamando por teléfono [y] nos miraba. Nos siguió como tres esquinas”. Un tercer hombre insistía en acercarse a los niños, ofreciendo comprarles gaseosa y leche.
La Misionera Laica Maryknoll Deborah Northern (dcha.) y un grupo de estudiantes de secundaria hablan con un agente de la Patrulla Fronteriza durante un viaje de inmersión misionera. (Cortesía de Deborah Northern.MKLM/EE.UU.)
Otros migrantes en la frontera le advirtieron a la familia que estos comportamientos indicaban que habían sido “marcados”.
Jorge, el hermano de Miguel, insistió en que la pareja y sus hijos se entregaran inmediatamente en un puerto de entrada, en vez de esperar una cita. Temiendo ser sujeto a expulsión acelerada por ser un adulto soltero, Jorge se quedó en Juárez para esperar su cita por CBP One. La familia se despidió entre lágrimas.
“Me gustaría que la gente viera a los inmigrantes, no como un problema, sino como gente que sufre”, dice Northern. Al haber servido en El Salvador por ocho años, ella conoce bien las razones por las que la gente migra. Una madre que conocía, recuerda Northern, le explicó por qué hizo que su hija saliera del país. “Tengo que mandarla a Estados Unidos”, dijo la madre. “Las pandillas empiezan a mirarla”.
Migrantes fatigados encuentran un reposo en sus viajes gracias al trabajo indispensable de voluntarios y misioneros que sirven en albergues en El Paso.
El diácono Bill Toller, Jeannine Clark y Guadalupe Jiménez preparan comida para los migrantes mientras visitan un albergue durante un viaje de inmersión Maryknoll a El Paso, Texas. (Andrea Moreno-Diaz/EE.UU.)
“Es una labor de amor”, dice Coralis Salvador que, como Northern, ha sido misionera laica Maryknoll por casi 25 años. Desde que llegó a El Paso en 2019, Salvador ha trabajado en varios albergues para migrantes. “Me da tanta alegría”, dice. “Son como mi familia. Les preparo desayuno y almuerzo”.
Ella continúa: “Es trabajo humilde”. Sin embargo, también lo fue el acto de Jesús de lavar los pies de sus discípulos, añade.
El enfoque de la fe de los viajes de inmersión patrocinados continuamente por el Programa de Formación Misionera Maryknoll inspira a los participantes a ayudar a los necesitados y a “compartir el regalo de la misión”. En el viaje más reciente, los participantes visitaron un albergue en El Paso. Allí prepararon una cena para los migrantes y escucharon la historia de los Soto. Un buen samaritano ofreció pagar los pasajes de autobús de la familia.
Al oír las buenas noticias, Miguel rompió en un llanto agridulce. “Mi hermano está del otro lado”, dijo entre sollozos.
Horas después la familia llegó sana y salva a Salt Lake City, Utah. Como para marcar la ocasión, su hijo más pequeño cumplió 4 años de edad ese mismo día.
La familia aún debe recibir la aprobación de su asilo.
Imagen destacada: Un padre y su hijo atraviesan la peligrosa jungla del Tapón del Darién. Según la ONU, un número récord de migrantes ha cruzado por allí en el 2023. (OSV/Manuel Rueda, Global Sisters Report)
▶ REFLEXIONA
La Iglesia es un pueblo peregrino en viaje migratorio al Reino de los cielos. Cuando Jesús enseña sobre el juicio final y lo que significa ser salvado, dice que separará las ovejas de los cabritos por haber aceptado o rechazado el llamado a hacer las obras de misericordia: “Porque fui forastero, y no me recibisteis.” (Mt 25:43)
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¿Reconozco a Jesús como migrante?
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Cuando escucho sobre la llegada de migrantes, en mi vecindario o lejos de mí, ¿los he acogido en mi corazón?
▶ ACTÚA
Encuentra una organización en tu área que brinde asistencia a los migrantes y refugiados y considera ofrecer tus servicios como voluntario.
Un lugar que ofrece una forma de acompañar a los migrantes es Jesuit Refugee Services a través de su programa: jrsusa.org/caminar-contigo/
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