En nuestras atareadas vidas, la Navidad no suele ofrecernos un momento de paz para reflexionar deliberadamente, pero aún así encontramos a Dios en nuestra humanidad.
Las lecturas bíblicas de Navidad nos presentan varias imágenes de la humanidad. Una es que, aunque María estaba comprometida con José, estaba embarazada antes del matrimonio. Esto era visto como un estigma. Y este estigma la persiguió a ella y a Jesús incluso cuando él era adulto.
Después de que Jesús comenzó a ganar su reputación, visitó su ciudad natal de Nazaret. Y allí la gente reaccionó preguntando: “¡¿No es éste el hijo de María?!” No dijeron “el hijo de José”, como era la norma cultural. No, el hijo de María. Recalcaban directamente al hecho de que definitivamente sabían que Jesús era el hijo de María, pero todavía no estaban seguros acerca de su padre.
¿Y qué hay de José? Él era de la casa de David de Belén, muy al sur. ¿Por qué José dejó a su familia del sur, adyacente a la cosmopolita Jerusalén, y se fue tan al norte, a la zona rural de Galilea? ¿Acaso se metió en problemas y tuvo que dejar a sus parientes? Tal vez se debió a problemas políticos o luchas internas familiares. Quizás incluso problemas religiosos, o quizás incluso los tres. (¡Aquél que tomó como su hijo, Jesús, al final tuvo problemas con los tres!)
Todo esto puede ser mera especulación, pero recuerden, cuando José regresó a su ciudad natal de Belén para el censo, no encontró puertas abiertas para él ni para su familia nuclear. Es extraño que sus parientes no lo acogieran ni lo apoyaran y que ni siquiera recibieran a su esposa e hijo en su regreso a Belén.
Entonces, la escena que se nos muestra es la de María bajo sospecha y José alejado de su familia de origen. Quizás eso era lo que estaban reviviendo mientras se dirigían a Belén. Una experiencia muy humana. Separación. Estar solos. Sólo nosotros.
He aquí otra experiencia humana. Una que no sólo sentimos en Navidad, sino que a menudo intentamos crear conscientemente.
Todos sabemos que se habla mucho de comercializar la Navidad. Pero también hacemos algo más. De todas las épocas del año, la temporada navideña es una época en la que hacemos todo lo posible (a veces hasta extremos extraordinarios) para unirnos, invitar, reconciliar, reconocer, hacer espacio para aquellos de cuyas vidas formamos parte, e incluso ayudamos a personas que no conocemos directamente.
Puede que no sea perfecto, pero nos esforzamos por asegurarnos, lo mejor que podamos, de que todos tengan la oportunidad de sentir que pertenecen, que todos somos parte de un todo.
Encontramos a Dios en nuestra humanidad, incluso cuando escuchamos a medias los relatos de los rechazos de María, Jesús y José que se encuentran en las narrativas navideñas. Tal vez, sólo tal vez, esas narrativas resulten ser la misma herramienta que Dios usa en secreto para abrir nuestros corazones a los demás en Navidad. No tiene por qué ser consciente. Esa es la mente. Sólo hay que sentirlo. Ese es el corazón. Y el corazón casi siempre sabe cuál es la mejor manera de reaccionar y responder.
Imagen destacada: Una ilustración de María encinta y José acercándose a Belén (Imagen de Pixabay)