A fines de la década de 1990, antes de que los medicamentos antirretrovirales llegaran a mi país, Perú, un familiar cercano estaba sufriendo a causa del VIH. Él recibió ayuda de dos voluntarios. Yo digo que son ángeles. Otro ángel para nosotros fue el Padre Maryknoll Joseph (José) Fedora.
Conocí al Padre José a través de un grupo de ayuda mutua. Él ayudaba a las personas con diagnóstico de VIH, que estaban solas o que no podían pagar sus gastos médicos. Organizamos actividades para poder pagar los gastos de personas que vivían con VIH y contraían infecciones oportunistas.
Hicimos una de esas actividades para mi familiar. El Padre José nos apoyó a buscar medicinas y nos ayudó económicamente. Afortunadamente, mi pariente sobrevivió.
Ahora trato de ser un ángel para las personas con VIH, siendo parte de un grupo llamado “Misioneros en Camino”.
El Padre José inició este grupo hace quince años, junto con dos hermanas religiosas, para que los laicos pudiéramos apoyarlos en la atención pastoral de las personas que viven con el VIH.
Debido que Perú ha estado recibiendo acceso gratuito a medicamentos antirretrovirales desde principios de la década de 2000, ahora podemos vincular a las personas con VIH con hospitales. Seguimos acompañándolos, ayudándolos a llevar una vida saludable. Cuando nos contacta una persona que ha recibido un diagnóstico, la conectamos con profesionales como infectólogos, nutricionistas o psicólogos. A menudo, los pacientes no pueden cubrir sus gastos, por lo que recolectamos dinero para ayudarlos. Mayormente, hacemos un seguimiento para ver cómo van y los alentamos a no abandonar su tratamiento. Muchas veces, las personas a las que hemos ayudado se convierten en voluntarios.
El Padre José nos dice: “Donde tú caminas, Dios está ahí contigo”. Me sentí así cuando otros voluntarios y yo visitamos a un joven que tiene el VIH en un cerro en el distrito de San Juan de Lurigancho, en Lima. Él y su madre vivían en una casita de calamina, madera y cartones. El joven tenía ampollas de Herpes Zoster. Llevarlo al médico y conseguir medicamentos hubiera sido difícil para su madre, una ancianita que no podía caminar. Gracias a Dios, pudimos ayudarlo.
Cuando comenzó la pandemia del COVID-19 no pudimos hacer visitas en persona. (Hasta octubre de 2021, Perú, un país de 33 millones de personas, ha tenido casi 200.000 muertes por COVID-19, el número per cápita más alto del mundo, según la Universidad Johns Hopkins).
Ahora acompañamos a las personas que viven con el VIH por teléfono, video llamadas y mensajes de texto. Tener VIH hace que sean más vulnerables. Tenían mucho temor de salir y exponerse al COVID.
Necesitan conversar con alguien debido a su aislamiento. A veces, durante una llamada, quiero aconsejar, pero me digo a mí misma: “Déjalo que hable; necesita que lo escuchen”.
Si están de duelo por la pérdida de sus seres queridos, les digo, “si quieres llorar llora. … Después de llorar, prendes una vela y recuerdas las cosas agradables que viviste con esa persona”. Eso me ha ayudado enormemente, porque 60 personas que he conocido han muerto a causa del COVID.
Poder ayudar a gente necesitada en estos momentos es gratificante. Hemos podido decirles dónde encontrar tanques de oxígeno o donaciones de alimentos y contactarlos con médicos. Les recordamos: “Estás con Dios, no estás solo”.
Su agradecimiento nos motiva. Me dicen: “Sé que eres mi ángel y no me estás abandonando”.
Brindar apoyo a las personas que viven con el VIH es una tarea inmensa. Agradezco la formación y la guía espiritual que nos brinda el Padre José, especialmente a través de los retiros. Siempre nos dice que nosotros no tendremos VIH, pero somos VIH-positivos de corazón.
Imagen destacada: El Padre Maryknoll Joseph Fedora (fila superior, centro, con gafas de sol) y la Hermana Misionera Médica Cristina Gadiot (fila superior, segunda a la derecha) comparten un momento con miembros de Misioneros en Camino, incluida Sonia (al centro, con gafas). Este grupo de dedicados voluntarios laicos acompañan a personas diagnosticadas con VIH en Perú.