Por John Eybel, M.M.
Decimotercer domingo del tiempo ordinario
Domingo, 2 de julio, 2023
2 Rey 4:8-11, 14-16a | Rom 6:3-4, 8-11 | Mt 10:37-42
“El que pierda su vida a causa de mí, la encontrará”.—San Mateo 16,25
Pendo, de 28 años, es madre de dos niños en nuestra parroquia en Tanzania. Su hijo mayor tiene 8 años y se llama Bahati. Su hermano es John y tiene 7 años. Su padre murió cuando John apenas tenía un año. John tiene una discapacidad seria. Física y mentalmente él está poco desarrollado y no tiene control muscular de su cuello y extremidades. En el lenguaje del Evangelio, Pendo ha “sacrificado su vida” por el bienestar de John, una “copa” que preferiría fuera apartada de ella. Bahati, su hijo mayor, también “pierde” horas de su vida cuidando a su hermano pequeño dada su paralizante discapacidad.
Cuando Pendo me habla a mí, el sacerdote, hay una mezcla de agradecimiento y lágrimas de dolor. Está agradecida por ser madre y por cumplir con su deber y su cariño. John siempre será distinto y necesitará un cuidado extraordinario. Esto se puede manifestar como una cruz excepcionalmente pesada. John mismo, con un cuerpo del tamaño de un niño de 3 años aproximadamente, se expresa en un rango limitado: una sonrisa para mostrar satisfacción y un grito cuando siente malestar.
Pendo vive en un cuarto alquilado en la cima de una colina empinada en las afueras de la aldea. Ella demuestra una fuerza asombrosa para ser una mujer delgada, subiendo y bajando a John por la cuesta de la montaña, por ejemplo, y llevándolo y trayéndolo del hospital. Una silla de ruedas sólo sirve cuando han bajado de la montaña. “Él es mi hijo,” me cuenta Pendo, “Lo cargo yo y no puedo dárselo a nadie más para que lo cargue. Sólo yo sé lo que John necesita y cómo cargarlo. Si alguien más quisiera ayudar”, añade, “tendría que cargarme a mí también (junto a él)”.
John exige más atención ahora que en el pasado. El trabajo parcial para Pendo ya no es factible. En ocasiones, ella lleva a John a visitar a su suegra, pero sus parientes prefieren mantener distancia, más de lo que Pendo desea. El estrés mental y físico son las circunstancias que Pendo conlleva por la voluntad del Dios en el que cree y sirve. Reza por su niño John, para que Dios lo proteja y que pase seguro cada día. “Si yo muriera, ¿quién cuidaría de John?” se ha preguntado varias veces en mi presencia, pidiéndome que encuentre una respuesta a su preocupación persistente.
Me pongo en los zapatos de Bahati y los parientes que no pidieron que Pendo apareciera con John y sus necesidades tan serias. Para mí, es preferible escoger a quienes dependerán de mí, en vez de tener a otros poner sus necesidades abrumadoras en mis manos. ¿Cuándo, en el afán de salvar “mi vida”, debo yo dar mi espalda a las exigencias excesivas de los demás? ¿Cuándo son las exigencias de los necesitados mi oportunidad de morir con Cristo para así vivir con él?
El Padre Maryknoll John Eybel de Oakland, California, fue ordenado en 1970 y ha servido por más de cuatro décadas en Tanzania. Actualmente lidera varios programas en Tanzania enfocados en formación y educación pastoral.
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Foto destacada: Pendo, junto al Padre Eybel, enfrente de su humilde hogar con sus dos hijos Bahati y John. El último requiere de constante cuidado debido a su discapacidad. (Cortesía del Padre John Eybel, M.M./Tanzania)