Una hermana Maryknoll, que por mucho tiempo fue “puente” entre personas oyentes y sordas, ahora se enfoca en el cuidado de la creación
Hoy en día las niñas tienen un campo abierto de posibilidades para lo que quieran hacer con su vida. Si se les pregunta: “¿Alguna vez has pensado en ser una hermana religiosa?” La mayoría probablemente respondería: “¡Qué locura!” Eso es lo que Arlene Trant pensaba también.
Nacida en Indianápolis, Indiana, Arlene creció en Chicago hasta los 12 años, cuando su familia se mudó a San José, California. Aunque en ese entonces no conocía a ninguna hermana religiosa, recuerda que se sintió atraída por la idea de ir a tierras extranjeras como hermana misionera.
“Pero de adolescente hice todo lo que pude para negarme a esta locura de la vida religiosa”, recuerda.
Después de graduarse de la escuela secundaria, la joven Arlene asistió a la Universidad Estatal de San José, donde estudió corrección del habla y audiología, psicología y educación, y obtuvo una licenciatura y un certificado para la enseñanza. El llamado a la vida religiosa volvía una y otra vez.
“Después de la universidad tuve una buena conversación con Dios”, dice Arlene. “Dije: ‘¿Qué tal si me uno al Cuerpo de Paz mejor?’ Me pareció que Dios dijo: ‘¡Adelante!’”
Sin embargo, eso tampoco funcionó. Aunque disfrutó viviendo y trabajando en otra cultura durante dos años en las Indias Occidentales, le faltaba algo.
La Hermana Maryknoll Arlene Trant y una amiga sorda se saludan en las calles de Macao usando el lenguaje de señas. (Maryknoll Mission Archives)
El llamado a la vida religiosa la llevó a las Hermanas Maryknoll y, a los 25, Arlene entró en el programa de orientación en St. Louis, Missouri. “Allí conocí a Aquel que me estaba llamando, en contra de todas mis protestas”, dice. “Supongo que me enamoré”.
En 1973, la Hermana Arlene recibió su primera asignación a Hong Kong.
Allí se enteró de que una escuela para sordos estaba buscando maestros y la joven misionera se inscribió con entusiasmo. “La filosofía de la escuela era el método oral, que enseñaba a los niños sordos a hablar y leer los labios”, dice. “Pero, rápidamente me di cuenta de que el lenguaje de señas era su ‘lengua materna’”. Sus alumnos se convirtieron en sus maestros, le enseñaron el lenguaje de señas y le mostraron la cultura sorda.
Esta experiencia marcó la trayectoria de su vida en misión.
Las Hermanas Maryknoll ofrecen a sus nuevas misioneras un período de reflexión para integrar sus aprendizajes en la misión y discernir un compromiso de por vida antes de que tomen los votos perpetuos. Durante esos meses, en la sede central de las Hermanas Maryknoll en Ossining, Nueva York, a la hermana Arlene se le dio el tiempo y el espacio para abrazar el llamado que había comenzado como “una locura”.
Durante su servicio misionero en Guatemala en el 2000, la Hermana Maryknoll Trant les lee un libro a niños. (Maryknoll Mission Archives)
Después de su año de reflexión, fue reasignada a Hong Kong. Allí, en 1980, en presencia de sus padres y hermanas, que fueron para la ocasión, profesó sus votos perpetuos.
La Hermana Arlene luego sirvió en Macao, donde el obispo invitó a las Hermanas Maryknoll a ministrar a la creciente población de recién llegados de China continental.
“Cuando llegué a Macao, había muy pocos servicios para las personas sordas”, recuerda la Hermana Arlene. Viniendo de Hong Kong que tenía programas altamente desarrollados, dice: “Vi a Macao como una oportunidad real para que se creara algo nuevo con los sordos al mando”.
La Hermana Arlene, que se ve a sí misma como un “puente” entre las personas que oyen y las sordas, fundó la Asociación de Personas Sordas y no Sordas de Macao.
Debido a su trabajo pionero, el Departamento de Bienestar Social de Macao le pidió que iniciara un centro para personas con discapacidades en asociación con la diócesis. La misionera organizó clases, paseos y servicios sociales y creó talleres para enseñar habilidades laborales. Los participantes pronto formaron una comunidad solidaria. “Los sordos empujaban las sillas de ruedas y los discapacitados físicos se convirtieron en sus intérpretes de lenguaje de señas”, dice.
La Hermana Arlene también formó un equipo pastoral para personas sordas y oyentes en la parroquia de San José Obrero. El equipo facilitó el lenguaje de señas en liturgias, clases de estudio bíblico y programas para el Rito de Iniciación Cristiana de Adultos (RICA), y enseñó lenguaje de señas al clero y feligreses. “Los sordos se convirtieron en una parte integral de la parroquia y la diócesis”, dice con orgullo.
La Hermana Maryknoll Arlene Trant empapa cartón con agua en la propiedad de las hermanas Maryknoll en Monrovia, California, donde pronto plantas nativas reemplazarán el césped. (Rosemary Gavidia, Cortesía de Grow Monrovia/EE.UU.)
Aunque la Hermana Arlene se sentía como en casa en Macao, los misioneros Maryknoll a menudo amplían sus horizontes geográficos. En 1998, fue enviada a un barrio pobre, Mezquital, en las afueras de la Ciudad de Guatemala. La asignación a Centroamérica implicaba aprender un idioma y una cultura completamente nuevos.
Abierta al desafío, la Hermana Arlene se acercó para formar amistad con las personas que sufrían no solo por la pobreza, sino también por la pérdida de seres queridos en la guerra civil de Guatemala. “Me enteré del sufrimiento de mis vecinos, que llegaron a la ciudad desde las provincias después de profundas tragedias personales y genocidio”, dice.
Durante la semana trabajaba en una cooperativa de mujeres, y los domingos la Hermana Arlene asistía a Misa en la catedral de la ciudad de Guatemala. Pronto formó un grupo de voluntarios sordos y oyentes que interpretaban liturgias y ayudaban con un estudio bíblico semanal en lenguaje de señas. Juntos fundaron la Comunidad Católica Sorda de Guatemala. Este grupo continuó floreciendo incluso después de que la Hermana Arlene regresó a Estados Unidos en 2004.
Sobre su trabajo a lo largo de las décadas con personas sordas, la Hermana Arlene dice: “La alegría, el amor y la amistad que me extendieron a mí y entre unos y otros mostraron claramente que las manos que usan el lenguaje de señas hablan más fuerte que las palabras habladas”.
Durante los años siguientes, la Hermana Arlene sirvió en Estados Unidos y nuevamente en su amado Macao.
“Hong Kong y Macao son ciudades grandes, bulliciosas y densamente pobladas con altos rascacielos donde apenas se puede ver una brizna de hierba”, dice la hermana Arlene. “Cada vez que regresaba a Estados Unidos, visitaba nuestra comunidad en Monrovia, California. Siempre me sentí inspirada por sus hermosos jardines llenos de robustos robles y árboles frutales, flores y exuberante hierba verde”.
En 2021, la comunidad de Monrovia se convirtió en el hogar de la Hermana Arlene cuando fue asignada para ser la coordinadora de la comunidad de hermanas jubiladas allí. ¡Pero incluso a los 77 años, no hay jubilación para una misionera enérgica!
“Las Hermanas Maryknoll se han dedicado durante mucho tiempo a proteger tanto el medio ambiente humano como el entorno natural”, dice. “Recién estoy despertando al llamado de la Madre Tierra”.
La Hermana Arlene señala que en su encíclica Laudato Si’, el Papa Francisco exhorta a todas las personas a cuidar de nuestra “casa común”. “La propiedad en Monrovia tiene más de seis acres de tierra con árboles, jardines de flores, ¡y mucha hierba que consume agua!”, dice ella. “Tenía que haber cambios”.
Las hermanas ahora están asociadas con Grow Monrovia, una organización comunitaria sin fines de lucro, explica. Un equipo de voluntarios y vecinos están transformando la propiedad en un área de restauración ecológica. Se están sembrando plantas y flores nativas donde una vez hubo un césped sediento; se ha plantado un vivero de árboles y se ha iniciado un jardín comunitario abierto a los vecinos de las hermanas. “Cuidar de la creación es una misión gratificante para todos”, dice.
“Estoy empezando a ver con nuevos ojos que los pájaros, las mariposas y las abejas no solo son encantadores en sí mismos, sino que son trabajadores esenciales para la re-creación de nuestro mundo”, agrega.
“Ahora nuestra propiedad se ha convertido en parte de nuestra vocación misionera de ser buenos administradores”, dice ella. “¡No es una locura!”
Imagen destacada: La Hermana Maryknoll Arlene Trant durante su misión en Hong Kong en 1981. Ella ha sido una misionera Maryknoll por más de 50 años. (Maryknoll Mission Archives)