Por Sue Rech, M.M.
Veinteavo domingo ordinario
Domingo, 20 de agosto, 2023
Is 56, 1, 6-7 | Rom 11, 13-15, 29-32 | Mt 15, 21-28
Parece que un río subterráneo conecta las lecturas de las Escrituras de esta semana, escritas una década y siglos aparte entre sí. Isaías escribió durante la segunda mitad del siglo VIII a.C., cuando los ejércitos invasores de Asiria amenazaban los reinos de Israel y Judá. San Pablo les escribió a comunidades en Roma alrededor de 57 d.C. cuando los cristianos gentiles aumentaban y los cristianos judíos eran una minoría. El evangelio de San Mateo se escribió probablemente después de 70 d.C., cuando el ejército romano que ocupó Israel derrotó una revuelta local, asesinando así a muchos en Jerusalén, desplazando a otros y destruyendo su templo.
Aunque nombres y ubicación sean diferentes, parece que nosotros, en 2023 d.C., pasamos por eventos similares: los misiles de ejércitos invasores destruyen hogares y lugares de adoración; lugareños temen ser arrasados por un número en aumento de migrantes; riñas internas entre poderosos líderes militares terminan en diezmar a su propia gente atrapada en el medio y destruyen sus ciudades.
Dentro del contexto inquietante del antes y el ahora, los autores de las Escrituras nos dan este “mensaje de río”, profundo y persistente, sobre los “extranjeros”, los “gentiles”, una “mujer de Canaán”; todos los que fueron considerados “forasteros” por las comunidades israelitas y judío-cristianas de la época. Cuando los eventos nos abruman y nuestra seguridad se ve amenazada, usualmente se culpa a los excluidos por la mala fortuna personal y comunal, por cambios indeseados y por crisis económicas, tanto en tiempos bíblicos como en los nuestros.
En la época de Jesús había gran antipatía entre los cananeos (el grupo de afuera) y los israelitas (el grupo de adentro, la gente escogida). Este odio probablemente existía desde la época de Josué cuando sus ejércitos entraron a Canaán alrededor de 1250 a.C. En el libro de Josué, leemos que los israelitas conquistaron a los cananeos – que adoraban a dioses falsos – y que se apoderaron de sus tierras, la Tierra Prometida (actualmente Israel, Gaza, la Ribera Occidental, Jordania y partes del Líbano y Siria).
La mujer de las lecturas de hoy es denominada cananea por San Mateo y siria-fenicia por San Marcos. En cualquier circunstancia, era considerada “pagana”. No era judía y no adoraba como Jesús y sus discípulos, su acento probablemente era diferente y Dios no estaba de su parte.
Sin embargo, esta mujer anónima fue persistente y cruzó estrictos límites religiosos y sociales para salvar a su hija. No podemos subestimar el amor materno tanto de madres humanas como de criaturas no humanas. Los discípulos querían que la mujer se retirara, “deshacerse de ella” y Jesús no le respondió al principio, “no le contestó ni una palabra”.
En la lectura, pareciera que Jesús entendía que su llamado era a salvar solamente a su propia gente de Israel. Él no curaba a los de afuera. Sin embargo, Jesús cambió de opinión y curó a la hija de la mujer, un milagro que al principio se mostró reacio de llevar a cabo. Aunque sus palabras iniciales son duras, Jesús continúa hablando con la cananea frente a frente. Él contestó a su insistencia y a su fe, conmovido hasta verla como más que una “extraña”. Al interactuar con la mujer cananea, quizás Jesús cambió su entendimiento de sí mismo, quién era él y su misión.
En el prólogo de su obra Corazones de fuego que trata sobre las Hermanas Maryknoll, Penny Lernoux recuerda una reflexión de la hermana Barbara Hendricks, M.M.
Aunque las mujeres pioneras de Maryknoll no hubieran podido articularlo, se habían hecho misioneras por ‘un deseo, una compulsión, una búsqueda del otro…aquél que vive al otro lado del mundo…es sólo a través de esa otra persona que descubres quién eres realmente. Al final, estás buscando otra dimensión de ti misma.’ (P.xxxii)
El poeta Henry W. Longfellow también hace eco del mensaje de río de las Escrituras de hoy. “Si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, encontraríamos en la vida de cada hombre el dolor y el sufrimiento suficiente para desarmar toda hostilidad”.
La hermana Maryknoll Sue Rech, M.M., oriunda de Pensilvania, se unió a las hermanas Maryknoll en 1962. Ella sirve en Tanzania en programas de desarrollo, alfabetización y emprendimiento para mujeres.
Para leer otras reflexiones bíblicas publicadas por la Oficina de Asuntos Globales Maryknoll, haga clic aquí.
Foto destacada: Ilustración de Jesús y la mujer cananea de Ilyas Basim Khuri Bazzi Rahib, cerca de 1684, Egipto, del Walters Museum en Baltimore, Maryland. Una hermana Maryknoll reflexiona con las escrituras de esta semana acerca de lo que significa encontrase a uno mismo en el otro. (Wikimedia Commons)