Una Hermana Maryknoll rinde homenaje a los agentes pastorales que arriesgaron sus vidas durante la dictadura militar de Chile
Mientras tomaba asiento en la línea 1 del metro en Santiago, Chile, donde sirvo en misión, mi mente vagaba por las innumerables actividades del año pasado. Eventos de música, poesía y teatro conmemoraron el aniversario de una época muy triste en la historia de Chile. El año pasado se cumplieron 50 años desde que un violento golpe militar liderado por Augusto Pinochet instaló una dictadura responsable de la muerte y desaparición de tantísimas personas, de las cuales 1.159 siguen desaparecidas hasta el día de hoy.
Cuando llegué a Chile recién declarada como Hermana Maryknoll, ocho años después del golpe, la realidad de este país era de miedo, opresión y una pobreza cada vez mayor. Al vivir en las poblaciones (barrios marginales) entre los chilenos más afectados por el régimen, aprendí quiénes eran estas maravillosas personas.
Las Hermanas Maryknoll llegaron a Chile en 1950, y en sólo un par de décadas nos extendimos por ciudades y zonas rurales del norte al sur. Servimos en educación, investigación, atención médica, ministerio pastoral, centros juveniles, salud mental y trabajo con mujeres. Todos los días caminábamos con la gente en situaciones difíciles que los ponían en riesgo a ellos y a nosotras también.
El Padre Maryknoll Thomas Henehan fundó el Centro de Reflexión Pastoral para líderes laicos. En 1986 fue arrestado y su residencia permanente fue revocada. (Eric Wheather/Chile)
Por eso era que estaba en el metro. Iba camino a una ceremonia en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos para un evento en honor a las religiosas y religiosos, el clero y los dedicados laicos que habían ofrecido sus vidas para lograr un Chile nuevo y diferente, entre ellos, los misioneros Maryknoll.
Al servir en lugares pobres, los misioneros Maryknoll conectaban con líderes que estaban sacando a sus comunidades de la pobreza y que se habían convertido en blanco del régimen.
Muchos de nosotros fuimos llamados a tomar una posición en algún momento. Mientras miles de personas eran detenidas y torturadas como prisioneras políticas, era imposible no hacerlo. “¿Qué haría Jesús?” era una pregunta que manteníamos como mantra para darnos valor.
La Hermana Maryknoll Linda Donovan, quien sirvió en los barrios marginales de Santiago, con con un grupo de niños en Chile en 1992. (Shirley King/Chile)
La Hermana Maryknoll Margaret Lipsio ayudó a salvar la vida de una joven pareja perseguida por la infame policía secreta de Chile. Ella fue expulsada del país en 1975.
Durante la dictadura, la Iglesia de Chile se convirtió en un auténtico refugio para quienes enfrentaban persecución. Sabíamos que éramos parte de una familia extendida. Nos cuidábamos unos a otros. Tanto fue así que el gobierno empezó a considerar a la Iglesia como una amenaza y a quienes se asociaban a ella como personas peligrosas.
La comunidad judía, la Iglesia Luterana y otras denominaciones cristianas se unieron a la Arquidiócesis de Santiago para formar el Comité de Cooperación para la Paz. Su misión era documentar lo que estaba sucediendo y apoyar a las personas amenazadas y en situaciones de vida o muerte. El comité luego se convirtió en la Vicaría Arquidiocesana de la Solidaridad, una organización que ofrecía protección a los perseguidos. El mensaje era claro: “Estamos aquí y pueden contar con nosotros”.
La Hermana Maryknoll Linda Donovan, quien sirvió en los barrios marginales de Santiago, charla con adolescentes en 1987. Ella lideró programas para la juventud. (Shirley King/Chile)
Caminé por la calle hacia el museo. Recordé los rostros: los rostros de aquellos a quienes servimos, nuestros vecinos y amigos, personas de los grupos con los que trabajamos, personas con las que compartimos “las onces” —la merienda que se acostumbra en Chile alrededor de las 6 p.m.— los rostros de las personas que amamos y a quienes nos entregamos diariamente.
El encuentro en el museo se tituló “Un momento para dar gracias”. La invitación decía:
“Es hora de agradecer a esos hombres y mujeres valientes que contribuyeron a salvar a los perseguidos de la prisión y de una muerte segura. Aquellos que sintieron el llamado a denunciar las atrocidades contra los derechos humanos, terminando a veces siendo víctimas de la misma persecución”.
Caminé por la larga entrada al museo que está dedicada a preservar la memoria del pueblo chileno que sufrió bajo la dictadura de Pinochet. En las paredes exteriores había fotografías de amigos que estuvieron activos durante esos años y que, como decía la invitación, terminaron siendo víctimas.
El grupo regional de Chile de las Hermanas Maryknoll aquí reunidas en octubre de 1988. La Hermana Maryknoll Linda Donovan se encuentra en la parte de atrás a la derecha. (Archivos de la Misión Maryknoll/Chile)
En 1981, las Hermanas Maryknoll recibieron el Premio Letelier-Moffitt de Derechos Humanos. El premio honra al disidente chileno Orlando Letelier y su colega Ronni Moffitt, quienes fueron asesinados en Washington, D.C., en 1976 por un coche bomba colocado por el régimen de Pinochet.
Al entrar al auditorio, reconocí muchas caras entre la gran multitud y escuché exclamaciones a la vez que la gente se “encontraba” después de tanto tiempo. Había una sensación de retorno, de volver a casa. Habíamos vivido algo que nos marcó, formó y moldeó nuestras vidas.
La parte más destacada del programa, que incluyó oración, música, reflexiones y danza, fue la lectura de una lista de nombres de religiosos y religiosas, clérigos y laicos a quienes se les dieron las gracias por su vida y compromiso.
La Hermana Linda Donovan impartiendo clases de guitarra a jóvenes vulnerables en el barrio de La Bandera en Santiago, Chile. Ella aprendió a tocar y a cantar de oido por cuenta propia. (Shirley King/Chile)
Mientras escuchaba un nombre tras otro, pensé en todos los misioneros con los que he trabajado. Cada uno de ellos vino a las zonas pobres de Chile y se quedó por amor a la gente. Casi podía oírlos decir: “He recibido mucho más de lo que jamás esperé dar”.
Chile es diferente hoy de lo que era en 1950 cuando llegaron las Hermanas Maryknoll, en 1973 cuando se produjo el golpe militar, o en 1990 cuando terminó la dictadura de Pinochet. El retorno a la democracia trajo consigo iniciativas de vivienda, educación y acceso a oportunidades que antes estaban fuera de nuestro alcance.
Sin embargo, económicamente el país se encuentra en una constante montaña rusa y el abismo entre los ricos y la mayoría de la población se ha profundizado. El consumo de drogas ha aumentado de manera preocupante y el número de bandas asociadas con los narcóticos se ha disparado. Como muchos otros países, Chile también enfrenta desafíos a la hora de recibir un gran número de migrantes, así como cambios reconocibles en el clima.
Nunca podremos olvidar que todavía hay personas que fueron desaparecidas y nunca se supo cual fue su paradero. El tiempo ha pasado pero su pérdida sigue siendo como una herida abierta. Su dolor se refleja en el grito: “¿Dónde están?”
Sí, Chile ha cambiado. Nosotras también hemos cambiado. Las Hermanas Maryknoll que dieron su vida en misión en Chile ya no están físicamente aquí. Pero su misión sigue viva. Y en la medida de mis posibilidades, estaré aquí para representarlas. Nuestra misión en Chile continúa siempre y cuando “hagamos visible el amor de Dios” en un contexto que todavía necesita mucho ese amor.
La Hermana Maryknoll Linda Donovan, música, cantante y consejera, sirvió en el ministerio juvenil que incluyó un centro de acogida. Posteriormente trabajó para la Conferencia de Religiosas y Religiosos de Chile en un programa para directores de formación.