Mientras servía en Kenia, las mujeres de una comunidad me contaron que los casos de alcoholismo aumentaban en su aldea. La mayoría de los hombres gastaban su sueldo en alcohol ilegal, reduciendo las ganancias de la familia y dejando al cuidado del hogar a sus esposas. La carga era muy pesada para las familias.
Las mujeres le comunicaron su problema al líder de la aldea, pero nada cambió. Desesperadas, decidieron arriesgarse. Un día, temprano en la mañana, las mujeres se enfrentaron a los vendedores de licor cantando eslóganes y destruyendo el licor. Se comprometieron a hacer esto todos los días. En una semana, cada mujer en la aldea se había unido a este movimiento, y en menos de un mes ya habían paralizado el negocio de alcohol ilegal. Algunos hombres empezaron a beber responsablemente y otros dejaron el alcohol por completo. Estas mujeres reconocieron el poder de la unidad y la solidaridad por una causa común.
Mi esposa Ann ha estado ofreciendo tutoría a un niño mexicano cuya familia vive con el miedo a la deportación. Un día su madre nos preguntó si podíamos cuidar a su niño hasta las 10 p.m. Sus horas de trabajo en una hamburguesería habían cambiado repentinamente y no tenía a nadie para cuidarlo.
Ann, por supuesto, dijo que sí. ¿Pero cómo mantendríamos entretenido a nuestro pequeño invitado? Es un niño dulce con un impedimento del habla que apenas está aprendiendo a hablar inglés.
En parte él mismo nos ayudó a resolver nuestro dilema al tomar una siesta. Cuando se despertó a eso de las 9 p.m., yo estaba más que listo con una deliciosa pasta que había preparado. Devoró todo lo que había en el plato y más. Luego se fue a casa, contento.
Fue algo tan pequeño lo que hicimos por esa familia. Sin embargo, sigo pensando que, si todos hiciéramos estas pequeñas cosas de bondad, tal vez cosas más grandes sucederían en nuestro mundo.
Jim Coady, afiliado Maryknoll
Un niño en su hogar en Ciudad Juárez, México, en 2005. (Sean Sprague/México)
El Padre Maryknoll Joshua Maondo y yo estamos en los primeros meses de nuestra nueva misión en Bolivia como sacerdotes recién ordenados. Servimos en la Amazonía, en la remota parroquia de Chipiriri, donde somos parte de la vida de las personas. Voy a visitar a los feligreses, hablar y comer juntos. En lo que comparten veo un atisbo de esperanza en sus corazones.
Visitar a las familias me recuerda la misión de Cristo con los marginados. Lo conmovía profundamente el quebrantamiento del prójimo, su pobreza espiritual y económica. Él expresó su humanidad e incluso lloraba.
Un día mientras visitaba a unos feligreses, me conmovió por la condición de su hogar. Cuando llueve, la casa se inunda. Un árbol en su patio parece flotar en el agua. ¡Y ellos caminan en el agua sin botas!
Lo que me conmovió es cómo me recibieron. A pesar de sus dificultades, me ofrecieron un pescado frito, que compartimos. Recen por mí mientras continúo esta misión de presencia.
Una niña en Bolivia donde los misioneros Maryknoll sirven. (Sean Sprague/Bolivia)
En Kenia, donde sirvo como misionero laico Maryknoll en el Proyecto HOPE, conocí a una viuda llamada Lucy. Tras la muerte de su esposo en 2020, Lucy quedó a cargo del cuidado de sus tres niños con apenas un pequeño ingreso.
Su hijo menor, Athman, tiene 13 años y está en sexto grado. Se atrasó porque tuvo que dejar la escuela por falta de pago de las mensualidades.
En agosto, nuestro proyecto empezó a apoyar a Athman. Él está feliz de volver a la escuela y no tener que preocuparse de no poder estudiar por falta de pago.
También incluimos a la familia a nuestras distribuciones mensuales y les dimos un tanque de agua, así como una cama nueva y un colchón nuevo. Lucy dice que el Proyecto HOPE le ha devuelto la sonrisa.
Es de esto que se trata la misión: encuentros personales, encontrar a Jesús en nuestro prójimo y, a veces, incluso devolverles la sonrisa a los desesperanzados.
El misionero laico Maryknoll Richard Tarro ayuda a un niño con sus tareas en su misión en Kenia. (Cortesía de Richard Tarro/Kenia)
Imagen destacada: Una niña en un barrio pobre de Kenia, donde los misioneros Maryknoll sirven. (Sean Sprague/Kenia)