Quinto Domingo del Tiempo Ordinario
Padre Michael J. Snyder, M.M.
Domingo, 5 de febrero, 2023
Isaías 58,7-10 | 1 Corintios 2,1-5 | Mateo 5,13-16
Este artículo también fue publicado el 5 de febrero, 2017
“Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo”. Estas son las palabras que escuchamos en el Evangelio de hoy. No se necesita mucha sal en la cocina, pero un poco de sal hace que la comida sepa mejor. Estamos llamados a ser como la sal.
La noche en Tanzania rural donde serví en misión es muy oscura. Si no usas una linterna, puedes tropezar con una serpiente o con las famosas hormigas guerreras que se trepan por las piernas y te pican todas al mismo tiempo. Pero, cuando tienes una buena linterna todo está bien. Estamos llamados a ser luz en el mundo y no podemos ocultar que esa luz brille sobre los demás, ofreciéndoles seguridad y comodidad.
San Pablo reconoce que no es él quien lleva la Buena Nueva a las personas, sino el Espíritu de Dios vivo en él. Somos llamados como San Pablo a salir llenos del Espíritu de Dios para estar entre los otros.
¿Para hacer qué?; el profeta Isaías nos dice:
“[Para] Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo… Entonces surgirá tu luz como la aurora… Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra ofensiva; cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”.
Permítanme compartir una historia con ustedes. Yo la llamo “Un precioso momento”.
Yo era capellán católico en la universidad médica nacional en Dar es Salaam, Tanzania. La universidad comparte su campus con el hospital nacional. También hay una gran barriada pobre llamada Jangwani situada no muy lejos del hospital. Debe haberse difundido la noticia de que el Padre Michael ayudaba a las personas necesitadas. Eso me gustó, pero resultó en un flujo constante de personas que llegaban a mi puerta. Me estaba sintiendo un poco abrumado.
Muchos de los casos eran genuinos, pero algunos eran estafadores. Otros, aunque pobres, prácticamente decían cualquier cosa solo para obtener ayuda. Para muchos, darles dinero no era la respuesta a los problemas que enfrentaban. ¡La pobreza es una enfermedad tan horrible! Me estaba desmoralizando. A veces sentía que necesitaba un trabajador social que pudiera escuchar y dirigir a las personas a lugares donde pudieran encontrar la asistencia adecuada.
Creo que también se difundió la noticia de que el Padre Michael hacía muchas preguntas y a menudo no daba dinero; y de ese modo los números en mi puerta finalmente disminuyeron. Sin embargo, un día una señora vino a la oficina. Estaba enferma, afectada por el SIDA. Sus hijos y su esposo habían muerto. Le dijeron que abandonara la habitación que alquilaba su esposo. No tenía dinero y sintió que era hora de regresar a la casa de sus padres situada al otro lado de Tanzania, a unas 900 millas de distancia. Su nombre era Rehema, que traducido al inglés significa “Compasión”. Traté de consolarla y dirigirla a la parroquia local. Ya estaba recibiendo medicamentos del programa arquidiocesano de alcance sobre el SIDA. Parecía perdida, su espíritu quebrantado.
Decidí darle 50.000 chelines (50 dólares) para su viaje de regreso a casa. Ella me dio las gracias y empezó a llorar. Cuando se puso de pie para irse, dijo que abordaría un autobús ese mismo día. Rehema extendió su mano y luego se arrodilló para agradecerme mucho por ayudarla. Tomé su mano entre las mías y oré para que tenga un viaje seguro. Cuando Rehema salió de la oficina, se me ocurrió que este había sido un momento precioso. Acababa de estar en la presencia de Dios. Jesús había venido a mí en Rehema pidiéndome que nunca endureciera mi corazón a aquellos que vienen a mi oficina en necesidad.
Jesús nos dice: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”. Ser la sal, ser la luz es nuestra vocación para toda la vida y, aunque no es fácil, puede ser muy gratificante cuando la cumplimos. Ese día Rehema se sintió bendecida por mi ayuda. Yo fui sal y luz para ella, pero en realidad, ¡reconocí que era yo quien estaba siendo asistido y de hecho bendecido! Ella fue la sal y la luz para mí. Esa noche fui yo el que estaba de rodillas ante Dios agradecido por un momento tan precioso.
Imagen destacada: Un hombre en Jangwani, Dar es Salaam, Tanzania. (WikiMedia CC/Awadh Abdul)