XXVIII Domingo Ordinario
12 de octubre del 2025
2 Reyes 5, 14-17; Salmo 98, 1, 2-3, 3-4; 2 Timoteo 2, 8-13; Lucas 17, 11-19
Misionera laica Maryknoll reflexiona sobre el poder de la gracia de Dios.
En las lecturas de esta semana, aquellos que están explícitamente “fuera” —el sirio, el samaritano, el extranjero— nos muestran que Dios desea la sanación para todos y nos enseñan sobre una fe que “salva”: la entrega de uno mismo, una disposición de humildad y confianza, y la gratitud que engendra la acción.
La primera lectura relata la sanación de Naamán. El poderoso general sirio consulta al profeta Eliseo en un último intento por sanarse de su lepra. Ofendido por las instrucciones del profeta de bañarse en el Jordán (el río menos majestuoso de su dominio), Naamán se lava a regañadientes solo después de la insistencia de sus sirvientes extranjeros y regresa sanado en cuerpo y alma.
La lectura del Evangelio de Lucas recuerda la sanación de diez leprosos y de uno de ellos, el samaritano y extranjero, que regresa para dar las gracias a Jesús. Aunque el samaritano y Jesús comparten un sistema de creencias diferente, Jesús le dice: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 17:19).
No es la lealtad de Naamán a la ley, ni siquiera su código de conducta, lo que da lugar a su sanación. No es el conjunto de creencias del samaritano, y no sabemos nada de su código de conducta, lo que da lugar a la sanación.
Es la gracia de Dios la que se manifiesta: la gracia de Dios se da gratuitamente a aquellos que tienen un corazón abierto y humilde.
Es tentador igualar la “fe” con la pertenencia a un determinado grupo de personas o a un conjunto de creencias. Es tentador pensar: “Yo tengo razón. Tú estás equivocado. Estas personas comparten mis creencias. Las otras personas son idiotas”.
Por un lado, la fe compartida es esencial: somos un pueblo peregrino que comparte una fe y una herencia como hijos de Dios, como nos recuerda la segunda lectura (2 Tim 2, 11-12)
Si hemos muerto con él, viviremos con él.
Si somos constantes, reinaremos con él.
Si renegamos de él, él también renegará de nosotros.
Por otro lado, la misma lectura nos dice: Pero la palabra de Dios no está encadenada. (v. 9)
Dios es mucho más grande que los límites que trazamos a nuestro alrededor. Es parte de la naturaleza de Dios: si somos infieles, él es fiel, porque no puede negarse de sí mismo. (v. 13). Dios desea la sanación para todos.
La fe de estos leprosos sanados se caracteriza por la humildad, la entrega de sí mismos y la dependencia de Dios. Naamán debe abandonar su propia idea de control y los diez leprosos reconocen su necesidad de la mano sanadora de Jesús.
En El Salvador, donde sirvo en ministerio, la expresión “primero Dios” —si Dios quiere— se utiliza con tanta frecuencia que al principio me afligía espiritualmente.
¡Nos vemos mañana! Si Dios quiere.
Parece que hoy va a llover. Si Dios quiere.
Quedemos la semana que viene. Si Dios quiere.
Al principio, “primero Dios” suena común: ¡por supuesto que Dios desea nuestro bien! Pero para mis vecinos campesinos, cuyo sustento depende de las lluvias torrenciales que estamos experimentando actualmente, “primero Dios” no es nada común. Es un intento desesperado de que el Creador les sea fiel y proteja los frijoles y el maíz de las inundaciones. Primero Dios: no dependemos de nosotros mismos, sino de un Creador amoroso y fiel.
Al igual que los campesinos que invocan “primero Dios”, Naamán y los leprosos curados, podemos reducir nuestro sentido de control y estar atentos a las pequeñas formas en que el Señor nos está sanando a nosotros mismos y a nuestro mundo, que a menudo se manifiestan a través de la fe del forastero, del extranjero y del oprimido.
Y luego, como el leproso sanado de las lecturas de esta semana, somos enviados de regreso a casa, para ser esa presencia sanadora en todo lo que está quebrado y separado.
El Señor ha dado a conocer su victoria,
y ha revelado a las naciones su justicia.
Una vez más ha demostrado Dios
su amor y su lealtad hacia Israel.
Sarah Bueter se unió a los Misioneros Laicos Maryknoll en 2023. La misionera vive y trabaja en La Ceiba, Chalatenango, una aldea rural de la parroquia San José en El Salvador. En su ministerio, ella participa en la vida parroquial y comunitaria. Es codirectora del grupo juvenil, imparte catequesis y dirige una clase de aeróbicos para mujeres.
Para leer otras reflexiones sobre las Escrituras publicadas por la Oficina de Maryknoll para Asuntos Globales, haga clic aquí.
Imagen destacada: Misionera laica Maryknoll Sarah Bueter sirve a niños con programas educativos en El Salvador.